Ch. N.

Quique González es un cantautor que se basa exclusivamente en eso, en cantar las canciones que ha ido componiendo a lo largo de los no pocos años en los que lleva en esto. Quizá por ello, para abrir su actuación de ayer en el auditorio Príncipe Felipe, se despojó de elementos accesorios, de parafernalia rockera y demás elementos propios de estos espectáculos y arrancó casi desnudo, con Mario Raya subrayando (ya al steel, ya a la mandolina) las melodías y con Jacob Reguilón abrazado al contrabajo. Ellos y un Quique González en pie, armónica y acústica, protagonizaron la primera parte del concierto, antes de que los teclados de Julián Maeso, uno de los grandes maestros «hammonderos» de la escena nacional, y la batería de Tony Jurado se incorporaran a la banda para pasar poco a poco a la parte eléctrica de las cosas.

Era la tercera vez que Quique González visitaba Asturias con su gira «Daiquiri Blues» y, tal y como había prometido, el repertorio se adaptó a esta circunstancia. En la primera parte del concierto apenas sonaron, de su último trabajo, «Cuando estés en vena», «Nadie podrá con nosotros» y «Hasta que todo encaje». El resto, un repaso muy generoso de casi toda su discografía, con las canciones introducidas siempre en un clima de gran complicidad y con constantes referencias a sus músicos, una banda con la que Quique se siente muy cómodo y que tiene, dentro del espectáculo, sus momentos especiales, como demostró Tony Jurado en «Kamikazes enamorados».

El resto del concierto discurrió por parecidos itinerarios. La voz de Quique en buena forma y la banda en mejor y algunas de sus mejores canciones, todas ellas representantes de ese lenguaje folk rock hoy tan de moda en la escena nacional y que el madrileño fue de los primeros en empezar a silabear aquí. Buenos estribillos, mejores estrofas y una actitud de respeto hacia la música y el público hicieron de su paso por el Auditorio otra razón más para creer en él.