Director de orquesta

Pablo GALLEGO

René Jacobs (Gante, Bélgica, 1946) es un ejemplo de cómo el propio afán de superación puede convertirse en un «leitmotiv» que de la vida pasa a la música. Contratenor convertido en director de orquesta -«nunca me planteé que llegaría a dirigir tanto», reconoce- y gran revitalizador del Barroco, Jacobs llega por primera vez a Oviedo para dirigir el martes en el Auditorio (sala principal, 20.00 horas) a la Orquesta Barroca de Friburgo en «La finta giardiniera», de Mozart. Una ópera en versión de concierto con la que pretende ser «el abogado de un libreto que no es tan flojo como se dice». Rodeado de 35 instrumentistas y con un reparto de siete cantantes, Oviedo será la última parada de una gira que empezó en Viena para visitar después Friburgo (Alemania), Madrid -la función de ayer tuvo que cancelarse por la huelga de controladores, aunque se mantiene la de hoy- y Asturias. «Va a ser mucho más que un concierto», asegura Jacobs por teléfono desde París, a 10 grados bajo cero, mientras espera el avión que le traerá a España. Un país que, en su opinión, «ha tomado el relevo de Italia en su amor por la música y la ópera».

-Debuta en Oviedo con un programa exigente y bastante poco transitado. ¿No habría sido más fácil tirar de uno de sus éxitos?

-Bueno, espero que éste también lo sea (ríe). Oficialmente, es una ópera en versión de concierto, pero en realidad esta «Finta giardiniera» dista mucho de ser sólo eso. Es cierto que los cantantes llevan su propia ropa, no hay una iluminación especial, ni decorados, pero actúan aun más que en la versión escenificada.

-¿Tienen más libertad?

-Por mi experiencia, he podido comprobar que durante una producción los cantantes están sometidos a mucha presión. En algunas ocasiones ni están convencidos ni creen en lo que tienen que hacer. Yo sólo les he dado unas pequeñas instrucciones, y los cantantes se sitúan en distintos puntos del escenario. Es una obra bastante larga, casi 4 horas, pero no se hace pesada ni demasiado extensa.

-No es muy habitual ver a un cantante coger la batuta.

-Lo sé. Y al principio de mi carrera como cantante nunca se me pasó por la cabeza que terminaría dirigiendo. Pero siempre quería ir más allá, no sólo estar pendiente de cantar mi parte, así que empecé con proyectos pequeños en el Festival de Innsbruck. Poco a poco los proyectos fueron creciendo -terminó siendo el director general del festival- y yo me fui alejando del canto. Nunca soñé con convertirme en director, pero ésa es mi realidad ahora.

-¿Su pasado le sirve para entender mejor a los cantantes o le hace ser más duro con ellos?

-Pasa lo mismo que cuando un violinista se hace director. Entiende cómo funciona la cuerda, conoce sus posibilidades y sus problemas, y yo lo veo igual. Además, precisamente el canto no es el elemento menos importante en una ópera. Hay que cuidarlo más.

-Muchos cantantes de la vieja escuela opinan que hoy en día las carreras son demasiado rápidas y, en consecuencia, más cortas.

-Es un gran problema que empezó a mediados del siglo XX y casi por casualidad. Todo por poder viajar más rápido. El avión les permite tener una mayor disponibilidad para decir que sí a más trabajos, pero es un lugar extremadamente peligroso para cualquier cantante.

-¿En qué sentido?

-El aire en el interior de los aviones es muy seco. Viven en un riesgo constante. Y aceptan más papeles de los que deberían, si es que quieren llegar a los 60 y seguir cantando. Otro de los problemas es que empiezan a cantar papeles dramáticos demasiado pronto. Sobre todo cuando tienen tesituras en las que, actualmente, hay escasez de voces.

-Ésa es una queja común en los teatros de ópera.

-Hay muchos menos barítonos buenos que sopranos. No le digo nada si, además de cantar bien, son guapos y saben actuar. Tantos teatros quieren trabajar con ellos que se les hace difícil decir no. Empezarán a aceptar más compromisos de los que pueden afrontar con seguridad y ahí empiezan los problemas. Los cantantes mediáticos no me sirven.

-¿Qué le aporta como director haber empezado su carrera de la mano de Claudio Monteverdi?

-Monteverdi es la base de todo, pero hay muchísimos directores que se mueven en la dirección contraria. Empiezan con Wagner y van marcha atrás, hacia Mozart. Esa forma de trabajar me parece mucho más peligrosa, porque cuando caminas de espaldas no ves el lugar al que te diriges. Yo empecé con el repertorio antiguo y, a base de pequeños pasos, he viajado en dirección al futuro, a través de la historia de la música, hasta llegar a Rossini.

-Y se ha tomado su tiempo antes de enfrentarse a Mozart.

-Aún hoy, Mozart sigue siendo un misterio. Fue un verdadero genio.

-¿Qué diferencia a su «Finta giardiniera» de otras versiones?

-Usamos una versión posterior, no la que lleva la firma de Mozart, sino una copia que se utilizó en Praga después de su muerte, con mayor presencia de las secciones de viento. Además, prescindimos de un trío y un aria al inicio del tercer acto. Hay muchas evidencias de que el mismo Mozart, durante el estreno en Múnich, ya hizo cortes porque la ópera le pareció demasiado larga.

-El panorama de la música barroca ha cambiado mucho desde que usted empezó su carrera.

-Es cierto que la audiencia del Barroco es hoy mayor, pero la batalla aún no está ganada. A veces tengo problemas a la hora de convencer a los directores de los teatros de que programen otras óperas barrocas más allá de Händel. Incluso los más grandes, como Monteverdi, o autores de la calidad de Lully, Rameau o Telemann apenas tienen presencia en los teatros. Casi nunca se hacen. Scarlatti fue un genio absoluto, merece el mismo trato que Händel.

-¿Qué opina de quienes defienden la primacía del teatro sobre el resto de elementos de la ópera y de la modernización de la escena?

-El mundo de la ópera está enfermo. Los directores de escena se han convertido en los héroes, dominan las producciones. Pero la enfermedad, en el fondo, no es nueva, sólo que ahora los síntomas son distintos. En la época de Rossini eran los cantantes quienes, casi de forma tiránica, mandaban en los teatros. Y con Wagner fueron los compositores. Es una nueva forma del mismo mal.

-¿Tiene cura?

-Para mantener sana la ópera lo primero debe ser la música. Después, todo lo demás. Defiendo la partitura con toda la fuerza y toda la intensidad de la que soy capaz para llegar a una especie de equilibrio. Una producción muy moderna sólo tendrá éxito si el director de escena no sólo conoce el texto, sino también la partitura, lo que el compositor quiso transmitir con su música, las emociones escritas en los márgenes. Y muchas veces esto no es así. Incluso algunos se atreven a decir que no respetan el libreto original porque les parece estúpido.

-¿Cómo le afectan los recortes económicos en la cultura?

-Es horroroso. Por desgracia ocurre en todos los países, pero en España quizá se nota menos porque los teatros han sabido organizarse mejor, y los músicos lo agradecemos mucho. Italia ya no existe. Berlusconi se la ha cargado. Podemos quejarnos todo lo que queramos, pero en la actual situación de crisis los recortes son inevitables. Lo único a lo que podemos aspirar es a que no se ceben demasiado con la cultura, porque no saben el daño que hacen. La vida es así, ya sabe.

«Los cantantes mediáticos no me interesan. Aceptan más compromisos de los que pueden afrontar con seguridad y así es como empiezan los problemas»