Hoy concluye una nueva temporada de ópera en Oviedo, y es el momento adecuado, como cada año, de realizar un balance y avanzar perspectivas de cara a la próxima edición. En lo que a este año respecta, el ciclo ha tenido un buen nivel, aunque, también es verdad, ha estado ayuno de algún gran espectáculo, estrella habitual en pasadas ediciones. La crisis está pasando enorme factura a la temporada. La drástica reducción de la actividad paralela, el constante cambio de títulos -en la búsqueda de otros de menor coste- y las negras perspectivas de futuro obligan a la moderación y a la prudencia para no generar un déficit que pueda suponer un lastre del que más adelante cueste desprenderse.

En septiembre la temporada se abría con una nueva producción -realizada entre varios teatros- de «L'incoronazione di Poppea», de Claudio Monteverdi. Su punto fuerte estuvo en la puesta en escena de Emilio Sagi, que contó con la fascinante escenografía de la arquitecta y diseñadora ovetense Patricia Urquiola. En el reparto, nombres como Sabina Puértolas, Max Emanuel Cencic, Christianne Stotijn, Xavier Sabata y José Manuel Zapata consiguieron un buen nivel a las órdenes de Kenneth Weiss y con la magnífica formación asturiana «Forma Antiqva» en el foso.

Al mes siguiente fueron las voces las que sacaron a flote la ridícula puesta en escena de «Il trovatore», de Giuseppe Verdi, firmada por Gilbert Deflo. También coproducida con otros teatros -Liceo de Barcelona, Capitole de Toulouse y La Llotja de Lérida- es, sin duda, uno de los fiascos más notables de los últimos años. La solvencia de Hui He, la veteranía de Elisabetta Fiorillo y el buen hacer de Walter Fraccaro y Dalibor Jenis salvaron los trastos, a pesar de una dirección musical más que discutible de Julian Reynolds.

El estreno de «Katia Kabanova», de Leos Janácek, en noviembre posibilitó al público seguir descubriendo el gran legado del compositor checo. La intensidad de la obra fue bien defendida por Maximiano Valdés al frente de un buen reparto vocal, del que, por diversas razones, se cayeron finalmente varios nombres muy interesantes. La sobria y efectiva producción de Tim Albery consiguió recrear con acierto la opresiva atmósfera de la obra.

Para descargar la tensión, el siempre divertido «L'eilisir d'amore», de Gaetano Donizetti, nos sumergió en unas sesiones ingeniosas a través de un acercamiento escénico muy fresco de Daniel Slater y de un José Miguel Pérez Sierra buen conocedor de la obra. Ismael Jordi y Giorgio Surjan se llevaron el gato al agua, entre el elenco, frente a una Patrizia Ciofi que llegó como gran estrella y acabó un tanto desdibujada, con más que evidentes problemas vocales.

El cierre de la temporada con la reposición de «Tristan und Isolde» dejó un magnífico sabor de boca, con el que ha sido el reparto más compacto de la temporada, con un sensacional Robert Dean-Smith y un imponente debut de Elisabete Matos como Isolde. Petra Lang, Gerd Grochowski o Felipe Bou se enfrentaron con éxito a la exigente partitura, con un Guillermo García Calvo que se consagró en su primera incursión en la dura partitura. Su dirección musical fue un acierto de expresividad. Alfred Kirchner mantuvo con fuerza el trazo expresionista de su dirección de escena, en la que apenas se atisba la esperanza. El Coro de la Ópera tuvo un buen año -salvo su más que discreta prestación en «Tristán»-, y las orquestas -Sinfónica del Principado de Asturias y Oviedo Filarmonía- cumplieron con creces sus cometidos. Ante todo ello el público volvió a llenar el Campoamor y apenas se activaron las protestas, salvo alguna suelta, y muy fuera de lugar, en «L'incoronazione». Entre las ovaciones hubo de todo, desde la de cortesía a la más entusiasta.

Ahora toca cerrar cuentas de cara al próximo ejercicio. Por el medio están previstas elecciones municipales y autonómicas. La Ópera de Oviedo debiera exigir a los políticos que se retraten y expliquen sus planes con respecto a la temporada para los próximos años. Propuestas concretas a las que sepan a qué atenerse tanto el público como los cientos de trabajadores que emplea -de manera directa o indirecta- la temporada. Hechos y no promesas como todas las que el viento se llevará después del 22 de mayo.