Lucía y Marcos entran cada cinco minutos al despacho para que papá les diga dónde está el celo, cómo se arregla la grapadora, si es mejor poner clip a los dibujos o cómo se reinicia la consola. Y Nacho Fernández es capaz de resolver paciente y en segundos los problemas domésticos de su prole sin perder el hilo de lo que han sido sus 39 años de vida -desde su pasión radiofónica hasta esta productora audiovisual que ha levantado- dando muestra práctica de ese infatigable empeño suyo en no dejar ninguna idea interesante en el cajón y perseguirlas todas. «Sí, yo siempre lo intento».

Ese ir a la carrera en todas las direcciones tiene reflejo en estampa infantil, cuando en la época dorada del Patín Cibeles acompañaba a su padre al vermú en el Wolf donde se reunían los seguidores del equipo de hockey y él, nueve añinos, iba y venía del bar a la puerta de Radio Asturias cuando el partido era fuera para ir cantándoles el partido a los de la peña.

«En realidad era una justificación de entrar en la radio y ver el medio por dentro», se explica ahora. Aquello le fascinaba y pudo ponerse pronto delante de un micrófono, con quince años, en Radio QK, como tantos ovetenses de esta generación. En su caso, puso en marcha un programa los sábados por la tarde que se llamaba «Give me 5», compartía con Antonio Virgili y mezclaba debate filosófico y música heavy.

Nacho quería tener todas las papeletas para irse fuera a estudiar periodismo, pero su condición «algo gamberrete» hizo que en casa le mandaran directo a Derecho. Allí se licenció, pero tres asignaturas antes, en el arranque del año 1995, se cruzó en su vida el curso de radio de la cadena Radio Vetusta. Se presentaron doscientas personas para treinta plazas. Nacho sacó el número uno, y sus profesores entonces, Tete Bonilla, David Serna y Guillermo Pérez de Castro, no supieron hasta que acabaron las clases y logró la beca para quedarse que era hijo de Enrique Fernández, toda la vida vinculado al Ayuntamiento de Oviedo. Y aquí Nacho hace un alto e introduce el paréntesis de haber tenido que cargar con el «hijo de», «algo que me ha perjudicado más que beneficiado, y que no me gusta porque siempre preferí la vía del trabajo y de demostrar».

En casa, aunque apoyaron que Nacho, tras pasar por Derecho, hiciera lo que le gustaba, también le desaconsejaron que dijera que sí a la propuesta que le hizo Eugenio Prieto después de ver cómo el chaval que hacía la información deportiva en Radio Vetusta se quedaba a dormir en el aeropuerto para cazar al vuelo exclusivas sobre su equipo del alma. Le dijo que sí y en tres meses pasó de la grada al campo con un micrófono y de ahí a ser el jefe de prensa del Real Oviedo. En casa tenían razón. Al año lo dejó y ahora admite que «cuanto más conoces por dentro el fútbol, menos tiene que ver con lo que te gusta, y Nacho era más aficionado que profesional».

Volvió a Radio Vetusta y sumó al trabajo en el estudio el de los platós cuando Oviedo Televisión le pidió que empezara a presentar programas. La cámara, dice, no le quiere y no cree que vuelva a ponerse delante de una, pero aquello le valió para dar un giro a su trabajo. Fue gracias a «Crónica azul», un programa sobre el Oviedo. A la cuarta persona que le paró por la calle para preguntarle cómo podía poner publicidad en ese magacine que presentaba se planteó invertir los términos y cambió seguridad por riesgo. Lo comentó a la cadena, y ellos aceptaron, renunciar a un salario para gestionar la publicidad. Eso le hizo productor de ese y de los otros programas que vendrían después. Le arrastró, también, a una vida insostenible que le ponía en pie a las cinco y media de la mañana, lo llevaba a la emisora a las seis, salía a las dos de la tarde y pasaba el resto del día dedicado a Cronistar, su productora. Como era poco, en aquella época también trataba de poner en marcha una pomarada en Cornellana y tenía ya una hija de un año. El cuerpo le dijo basta con un infarto el siete de mayo del 2004, del que salió con un paseo solitario por el Naranco para ordenar la cabeza y dos consejos. Su padre, después del desfile de apoyos que pasó por el hospital, le dijo: «Has podido vivir tu funeral en directo, ver quién te quiere, en tu mano está cómo quieres seguir viviendo». Rafael «Falo» Cadenas le explicó: «Piensa en lo que has hecho estos años y no te dediques a nada que no sepas hacer, haz socios a tus maestros». Y así su productora pasó a ser una sociedad de amigos entregados a la causa.

Nacho Fernández paró pero no del todo. Tuvo que echar el freno más veces, como cuando de tanto exportar su programa «Rumbo a la fama» por televisiones del Norte de España acabó siendo durante tres años el director de contenidos de la televisión de Castilla y León. Lo dejó de no ver a los niños en toda la semana y no saber si ponerse a llorar en Benavente o en Tordesillas en el viaje de vuelta al curro los domingos.

Volcado ahora en las tres divisiones de su productora (televisión, radio y comunicación) no ha dejado, sin embargo, de perseguir ideas. Tiene muchas en marcha sobre la mesa. Una película sobre Quini y un musical ambicioso, por ejemplo. Hay más. Y queda mucho tiempo para perseguirlas.