Las calles de Oviedo y su denominación es el título general de una serie de artículos publicados por mi maestro y precursor don Fermín Canella en «El Correo de Asturias» en 1903. Efectivamente, entre las muchas preocupaciones y ocupaciones de don Fermín en relación con Oviedo una fue la de la denominación de las calles, lamentando con frecuencia la manía de desvestir un santo para vestir otro, es decir, quitar algunos nombres de calles que habían nacido con las calles mismas, para dar gusto a algún personaje que a veces ni siquiera lo pedía. Así lamentó, por ejemplo, que la calle de Salsipuedes perdiera su expresivo nombre para bautizarla con el de don Ildefonso Martínez, médico heroico que había dado su vida por defender a los ovetenses de la peste.

El nombre de Salsipuedes existe en muchos lugares de España para denominar pasos tortuosos, y ésta de Oviedo es empinada y curva, ahora terminada en escalones que no siempre existieron, con lo que es de suponer la mayor dificultad anterior del paso pedregoso que conducía a El Postigo. Este nombre empieza a aparecer en la documentación en el siglo XVIII y quizá aquel camino se corresponda con lo que se denominaba Canóniga Baja.

En Oviedo todos llamamos Salsipuedes a Salsipuedes y poco se recuerda allí a Ildefonso Martínez, médico de novelesca y breve vida -murió a los 34 años-, que tenía destino en el balneario de Fuentesanta de Buyeres y fue llamado a Oviedo para atender a los apestados. Contagiado él mismo, murió y fue enterrado en el cementerio de San Cipriano con lápida dedicada por el Ayuntamiento.

Era el año 1855 y 30 años después, el 28 de diciembre de 1895 -casualmente día de los Inocentes-, la Corporación municipal decidió dar el nombre de don Ildefonso Martínez y Fernández, «sabio médico de baños que hallándose en los Buyeres de Nava fue llamado a prestar asistencia facultativa en esta ciudad con ocasión de la epidemia colérica de 1855 y falleció en la misma en cumplimiento de su deber».

En 1920, próximo el centenario de su nacimiento, se trasladaron sus restos solemnemente desde la capilla de la Universidad al cementerio de San Salvador, donde se le había concedido sepultura perpetua, y ahí se pierde la pista de su memoria, con el lamento de Canella, que hubiese querido para él una calle nueva, de las muchas que se abrían, y no el disfraz oportunista de una calle antigua.

Disgusto de estos llevó más don Fermín, y algún día traeremos otros, como el de la calle para Tartiere, pero conviene recordar ahora, siguiendo con la danza de las calles, cómo en 1887 los concejales de Oviedo señores Rodríguez del Valle, Álvarez Llana, Muñiz y Laruelo se dirigieron a Canella para pedirle consejo sobre los nombres de las calles nuevas y él contestó cumplida y atinadamente.

Ha pasado siglo y cuarto, Oviedo crece sin parar, especialmente en este último cuarto de siglo, y surgen calles nuevas que necesitan nombres adecuados: dime qué callejero tienes y te diré cómo es tu ciudad. No sobraría una comisión de calles, permanente y ponderada, que valorara de forma objetiva las propuestas para tener dispuesta una desiderata para enriquecer el creciente callejero.

La cronista oficial de la ciudad, como es su obligación y su devoción, está dispuesta.