Qué bonitas flores!», señaló Francisco Villaespesa, que paseaba con Baroja por el Retiro de Madrid, en mayo de 1933. «Son los heliotropos que salen en tus poemas», le dijo don Pío. Muchos artistas, abstraídos en su afán, desconocen la realidad; lo mismo ocurre con algunos gobernantes. Francisco II, emperador de la Casa de Habsburgo, salió una mañana a cazar águilas y llevó una tremenda decepción cuando observó que tenían una cabeza y no dos, como la de su escudo. En el blasón de los Habsburgo, una cabeza del águila miraba hacia lo infinito del pasado y la otra hacia lo infinito del futuro; el presente era apenas un hilván entre dos eternidades. De otro modo, nuestro Álvarez-Cascos, buen cazador, pero político amortizado, perdió el pulso a la fauna parlamentaria; sabía él que la oposición tenía dos cabezas, pero no contaba con que mirasen al mismo lado.