La dieta adelgazante a la que el PP ha sometido durante una década a las inversiones municipales da sus frutos en el mejor momento. En Oviedo, los tiempos de alegría se vivieron en los felices años 90, cuando el dinero corría a espuertas y los «planes de choque» se contaban con números romanos. En 2002, en Oviedo estalló una sentencia que anulaba un presupuesto anterior por no contabilizar bien la venta de aprovechamientos urbanísticos. Como la ocasión la pintan calva, Gabino de Lorenzo inauguró la «economía de guerra»: había que ajustar las cuentas tras el varapalo judicial. El recorte general a las subvenciones y una progresiva reducción de las inversiones permitieron ir bajando deuda bancaria. Las obras llegaron de la mano de financiación ajena: fondos mineros, plan Urban o planes anticrisis. Oviedo, al que muchos vaticinaron durante años un crack económico, llega así, sin embargo, con las cuentas sobre el papel relucientes, como si De Lorenzo hubiera logrado el milagro de los panes y los peces. En otro cajón distinto están los 36 millones de deuda de Cinturón Verde y el riesgo de «Villa Magdalena».