La ribera del río es sinónimo de verano y de alegría. Familias, domingueros, enamorados, lavanderas e incluso pintores de renombre han buscado la orilla a lo largo de la historia. Seis kilómetros entre Trubia y Grado son la excepción. La amargura se ha adueñado de la zona y una puñalada de dolor atraviesa el alma a la altura del islote de Udrión. Durante doce jornadas maratonianas una esposa, un hijo, unos padres y unos suegros lloraron mañana, tarde y noche a la intemperie. Se dice pronto, pero se vive despacio. Los recuerdos de treinta y ocho años de vida invadieron la mente de unos progenitores con la vista en el agua, mientras una mujer trataba de olvidar sobre un tronco la última imagen de su marido a punto de morir ahogado. El duelo, ese proceso que debe pasarse en la intimidad, tuvo por todo cobijo el cielo y la tierra. Sin cortina donde esconderse y sin pomo para cerrar la puerta.