L. S. NAVEROS

Con 25 años, en 1938, Palmira Villa -más conocida como Palmita- se enfrentó a la ingente tarea de ordenar el archivo municipal de la ciudad de Oviedo. Los pergaminos habían sido salvados de los daños de la guerra metiéndolos en un arcón y trasladándolos a Luarca. Todo lo demás, metido en cajas de cartón, con documentos mojados, dañados por la humedad, y desparramados, estaba en el palacio del Marqués de San Feliz. Allí empezó a trabajar Villa, todo un carácter que muchos años más tarde reconocería -lo cuenta la actual archivera, Ana Herrero- que más de un día acabó sentada entre las cajas y llorando. No se rindió: dedicó a ello su vida, y consiguió legar a la ciudad y a los ovetenses uno de los archivos municipales más completos, cuidados y modernos de España.

El pasado viernes, en la residencia Aramo, en la calle Marqués de Santa Cruz, Palmita Villa falleció, a los 99 años de edad. Mantuvo su lucidez, aunque ya muy quebrada de salud, casi hasta el final, según cuenta la actual archivera municipal, Ana Herrero, que heredó el archivo y el afecto a la mujer que lo impulsó. «Era una jovencita, y se enfrentó a esa enorme tarea. Poco a poco, papel a papel, reconstruyó el archivo. Y lo hizo con una visión increíble, revolucionaria para la época. Hasta ese momento, la visión de los archiveros municipales de Oviedo había sido historicista. Ella se dió cuenta de la importancia de dar una visión administrativa a la documentación, y lo consiguió. Nos situó por delante del resto de los archivos municipales. Ella creó el archivo tal como lo conocemos», asegura Herrero, que se incorporó al Ayuntamiento cuando Palmira Villa se jubiló, pero que convivió con ella largas horas, porque siguió trabajando, acabando el último de los cinco volúmenes en los que catalogó y organizó la memoria de la actividad municipal de la ciudad.

El archivero de la Catedral de Oviedo, Agustín Hevia Ballina, también se rinde ante el esfuerzo «titánico» de esa mujer menuda, siempre muy arreglada, a la que compara «con el otro gran archivero que tuvo Oviedo, Ciriaco Miguel Vigil».

«Como archivero de la Catedral, siempre seguí el trabajo de doña Palmita muy de cerca. Ella siempre tuvo una gran deferencia hacia el archivo diocesano, donde yo empecé a trabajar en 1979. Siempre conté con su respaldo. Ha dejado un legado incomparable a los ovetenses, y lo hizo casi sin medios, fichas escritas a máquina y organizadas, primero, en cajas de zapatos. Salvó una documentación valiosísima, que tras la guerra encontró en una situación deplorable. Con ella, Oviedo logró tener el archivo municipal de condiciones más óptimas de España. Su papel es histórico».

El ex concejal de Cultura, que entró en la Corporación ovetense a principios de los años setenta, José María Fernández del Viso, la recuerda como «un genio» del Ayuntamiento, alguien siempre dispuesto a prestar sus conocimientos. Porque era «una mujer muy generosa con su trabajo. Es posible que alguien que dedica toda su vida, con tal pasión e intensidad, a un objetivo, tenga luego problemas para cederlo, para compartir su trabajo. Nunca lo hizo, fue generosa, me enseñó cuanto sé», afirma Ana Herrero, que durante la larga vida de Villa continuó visitándola, primero en su casa y ya en los años finales, en la residencia en la que falleció esta semana. «Iba a verla y aunque podía olvidarse de las cosas del día a día que vivía en la residencia, podíamos pasar horas hablando del archivo, de personas que vivieron en el siglo XVII o XVIII. Yo no sé cómo se llaman mis vecinos, pero puedo decir quienes vivían en algunas épocas en la calle Cimadevilla. Hablábamos también de los eruditos que frecuentan el archivo, de lo que pedía o investigaba cada uno. Se preocupaba por si tenía más sitio para los documentos, y decía, ay, estos políticos.... El archivo de Oviedo fue su vida», relata su sucesora, también con una trayectoria profesional impecable.

«Lo que más me satisface es que vio su obra culminada, y se le reconocieron sus logros: le dieron su nombre a una plaza, le concedieron la medalla de plata de la ciudad, tuvo y disfrutó del reconocimiento público que merecía», resume Herrero.

Además de catalogar todos los fondos del archivo municipal «a veces con fichas más completas y largas que el propio documento» y de establecer un sistema administrativo que permite recuperar los expedientes municipales con rigor y rapidez, Palmita Villa estableció las normas para decidir qué debe conservarse y qué no. «Fijó las normas de expurgo, así se llaman, en 1973, cuando no se empezaron a aplicar en otros archivos municipales hasta los años 90. Y logró imponer su criterio a la hora de organizar los expedientes municipales, poniendo firmes a generaciones de políticos. Todo un carácter», afirma Ana Herrero.

«Sencilla como los sabios, discreta, era toda una personalidad, una institución indispensable», la recuerda el que fue concejal en el Ayuntamiento de Oviedo más de veinte años, José María Fernández del Viso.

Tras una vida entera de trabajo tenaz, los ovetenses se despedirán hoy de la que fue archivera de su ciudad durante 45 años, Palmira Villa -que nunca se casó- con un funeral que se celebrará a las doce de la mañana en la iglesia parroquial de San Juan el Real.

«Encontró los documentos en cajas y creó el archivo tal como lo conocemos»

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Archivera municipal

«Su importancia como documentalista sólo es comparable a la de Ciriaco Miguel Vigil»

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Archivero de la Catedral

«Era sencilla, como los sabios, discreta, toda una personalidad, una institución»

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Ex concejal de Cultura