Llevo mil años en contra de las nucleares y su terrorífica gestión de residuos; tampoco soy partidario de comprar a Francia esa energía diabólica, que hipoteca al mundo. Pero, si hago ascos a las nucleares, a nuevos pantanos, que ahogarían tierra y pueblos, a las centrales térmicas, con sus metales pesados en danza, su efecto invernadero y la poca rentabilidad del carbón, al petróleo, que ensucia el aire y la ética, a la energía solar, que da poco de sí en Oviedo, a los molinos de viento, que contaminan el paisaje, y a la biomasa, que acabaría con los bosques, no queda dónde buscar para sobrevivir, puesto que la energía cantábrica aún se escapa a nuestro control. ¿Gas de casa? Su captura por fractura puede contaminar el subsuelo asturiano y el agua. Me queda el Espíritu Santo, indomable y volátil, y el hogar de leña; por eso huele a humo todo lo que escribo.