Ya decía Pemán hablando del Jueves Santo que era el día en que «van, por maravilla, / las mujeres con mantilla / y los obispos a pie». Y es que en estos tiempos de penuria nos toca ir a todos a pie y descubrir que el amor se demuestra amando. Y que el amor a Cristo se demuestra amando a los que tenemos cerca de nosotros.

Por eso, el Papa Francisco afirmaba en la audiencia del pasado miércoles que «vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús quiere decir aprender a salir de nosotros mismos, ir al encuentro de los otros, ir a la periferia, ser los primeros en movernos hacia nuestros hermanos, sobre todo hacia los que están más lejos, aquellos que están olvidados, aquellos que necesitan comprensión, consuelo y ayuda». Y es que si hay algo que llama la atención de este Papa argentino es su radical «antidemagogia». Los líderes políticos acarician los oídos de sus oyentes para cosechar aplausos. Pero Francisco habla de servicio a los demás con descaro, de los abusos de los pueblos ricos, de la violación de los derechos humanos, de las estructuras injustas, también del aborto, del permisivismo moral y de la unidad de la Iglesia. En unos días nos ha recordado los chorros de negrura que atraviesan nuestro mundo.

A Bernanos le gustaba decir que todos una vez, en Palestina, en algún «lugar» la mirada de Cristo y la nuestra se cruzaron. Me gustaría que esa mirada sirviera para animarnos al amor cristiano, que no es un calorcillo en el alma, sino el compromiso concreto con los pobres y los marginados.