Chus NEIRA

El «Romeo y Julieta» con el que la Compañía Nacional de Danza parece haber alzado el vuelo en su nueva etapa post Duato cerró ayer el Festival de danza de Oviedo con lleno y ovación en el Campoamor a pesar de las novedades. En todos los sentidos. La más llamativa fue la sustitución de los primeros bailarines, anunciada al inicio de la representación. En vez de Marina Jiménez y Aleix Mañé bailó Julieta Kayoko Everhart y Romeo, Lucio Vidal. La otra nueva, ésta anunciada, fue el regreso de un ballet con orquesta en el festival, con una «Oviedo Filarmonía» conducida con esfuerzo por el maestro Marzio Conti en la partitura de Prokófiev. Y la tercera consistió en la propuesta escénica y coreográfica que plantea aquí Goyo Montero, bastante apartada de la pauta clásica de este ballet, con mucha acrobacia y en busca de un complicado equilibrio entre esa espectacularidad y cierta sobriedad de vanguardia.

Estas innovaciones de la versión del «Romeo y Julieta» de la Compañía Nacional de Danza se extienden también a la estructura del drama y a la escenografía, muy depurada. Así, Montero rescata aquí a un personaje menor en el drama de Shakespeare, Mab, y lo convierte en una anticipación de la muerte que hace las veces de narrador y pone en la distancia todo el drama. El tratamiento del espacio escénico y el vestuario, con una gama de colores que subraya blancos y negros, se entretiene en los grises y también anticipa la muerte con explosiones rojas, sólo se permite una interesante descarga de tonalidades doradas en uno de los cuadros de la primera parte, un baile de Carnaval muy efectivo.

Dos grandes volúmenes cuadrados y unos andamios a ambos lados del escenario completan una puesta en escena muy depurada y que subraya cierta inclinación «urbana» de esta versión del ballet de Prokófiev. La versión libra el peligro evidente de llevar los enfrentamientos entre Capuletos y Montescos al lenguaje de las guerras callejeras con un intento, reforzado por la mediación del narrador Mab, encarnado por Allan Falieri, de subrayar el carácter arquetípico del drama, aunque lo despoje, así, de cierto lirismo.

Sobre el escenario, esta propuesta hace que salgan ganando las escenas de grupo, en especial las peleas, y que pierdan sin embargo los «pas de deux», a pesar de que la combinación de Kayoko Everhart y Lucio Vidal logró instantes muy emocionantes en las escenas finales del drama.

La decisión de optar por los bailarines que no estaban anunciados para los protagonistas se debió, explicaron fuentes municipales, a diferencias artísticas con la primera bailarina, Marina Jiménez.

El arriesgado equilibrio que plantea la versión de «Romeo y Julieta» de la Compañía Nacional de Danza entre un lenguaje artístico muy avanzado, acróbatico por un lado y muy depurado por otro, parece que agradó al público del Campoamor.

Tras el final propio de Shakespeare, no el desenlace feliz que había diseñado originalmente Prokófiev, hubo ovación y algún «bravo» para la compañía y también para una «Oviedo Filarmonía» que salió airosa de la endiablada partitura de Prokófiev a la que Montero ha añadido también, en los pocos relajos dramáticos que se permite la versión, algún guiño propio de las músicas del país.