Se atribuye a Arquímedes la frase: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». Matices aparte, la afirmación pone de manifiesto la capacidad del ser humano de superar su propias limitaciones para transformar la realidad que le rodea. Gabriel Ureña transformó el jueves con su chelo como único punto de apoyo la realidad sonora del público que llenó el claustro del Museo Arqueológico.

Quien no haya escuchado con anterioridad al chelo principal de la orquesta «Oviedo Filarmonía», se habrá encontrado ante un instrumentista de extraordinaria proyección sonora, que optó por no usar amplificación, consciente de sus posibilidades y de la propia acústica del entorno; un inteligente intérprete que se amolda al medio, variando los «tempi» para que el sonido fluya más articulado en todo el espacio. Como concertista, esto demuestra una sensible preocupación por su interlocutor: el público, que como escuchante forma parte activa y fundamental del proceso comunicativo.

Las dos primeras piezas del concierto, la 1ª y 4ª suites de las «Seis suites a violoncello solo senza basso», de J. S. Bach, consideradas por muchos el culmen de la escritura para chelo solista, mostraron a un Ureña impecable. La aparente sencillez de algunas de las secciones, sirva de ejemplo el «Preludio» de la «Suite nº 1» (construida a partir de arpegiados de semicorchea) esconde, no obstante, una fuerza dramática que el chelista ha de ir desgranando para no convertirlo en mero ejercicio de estudio. Gabriel Ureña lo sabe y lo domina. Desde la primera nota del concierto nos encontramos ante un músico de aquilatada sensibilidad, reflexiva interpretación e intensa sonoridad, sin sombras en la ejecución. Un virtuoso que se enfrenta sin dificultades, en la «Suite nº 4», a los amplios intervalos de la «Alemanda», a la embarazosa combinación de figuras de la «Courante» y la complejidad rítmica y tonal de la «Giga».

Si a Pau Casals le debemos el redescubrimiento de las suites del músico alemán, no es menos cierta su determinante influencia sobre G. Cassadó. La «Suite para Violonchelo solo» de G. Cassadó (1897-1966) continuó el periplo abierto con Bach. Compuesta en 1920, agrupa en sus tres movimientos, «Preludio-Fantasía», «Sardana» y «Danza Final», todo un trabajo de exploración de las posibilidades expresivas y técnicas del chelo de las que Ureña hizo copartícipe al auditorio.

Finalizado el concierto, aún habría más sorpresas: un amplio manejo del arco, que le permite pulir con pulcritud el fraseo, consiguiendo una gran expresividad en los cambios de dinámica, dotó a la «Asturiana» de M. de Falla, segunda de las propinas, de una exquisitez casi contemplativa.