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La abuela de los diez papas

"A la vida le pido seguir aquí", dice Cándida Iglesias, una de las personas más longevas de Oviedo, que celebró ayer en familia su 107.º cumpleaños

Cándida Iglesias Valdés junto a su familia, ayer, en Oviedo, durante la celebración de su 107.º cumpleaños. IRMA COLLÍN

La pena es que no haya más personas como Cana, capaces de rebobinar la vida y contar cómo era el mundo sin guerras mundiales.

La pena es que llegar a los 107 años de edad sea noticia y que hacerlo con sólo tres pastillas y una extraordinaria lucidez sea un milagro, porque uno mira a los ojos a Cándida Iglesias Valdés, "Cana", y ve pasar a toda velocidad a diez papas, a tres reyes, una república o una Guerra Civil.

La pena es que no todos podamos ser Cana para tener tantas historias que contar, para poder explicar con asombrosa precisión que cuando ella nació, el 19 de abril de 1908, el Papa se llamaba Pío X, el mundo era en blanco y negro, la economía todavía no había hecho crack y Oviedo era otra historia distinta a la de hoy, ni había Real Oviedo ni había Camilo de Blas, por poner dos ejemplos de tradiciones históricas de la ciudad.

Sucede que ella es más histórica que muchas de las cosas que hoy están de moda en la capital y sucede, y aquí va lo extraordinario, que lo puede contar perfectamente, porque escucha estupendamente y habla con pausa y una envidiable naturalidad, como si por dentro no estuviera en este mundo lleno de prisa y de wasap.

Cana es historia en primera persona, un milagro capaz de levantarse cada día y hacerse ella sola la cama, y vestirse y ducharse sin ayuda, y luego desayunar lo de siempre: una taza de leche con cuatro rebanadas de pan natural con mermelada y un zumo.

-¿Y cuál es el secreto de su éxito?

-Lo que me cuidan (ríe).

Lo dice para salir del paso, como si le diera vergüenza atribuirse méritos, porque en realidad sabe que no es así. Es ella la que cuida de todos los que quedan hoy: una hija (de tres), seis nietos (de siete) y ocho bisnietos, entre ellos Alejandro, de 4 años, 103 menos que ella, los dos extremos de una familia que ayer reunió a sus cuatro generaciones para celebrar su cumpleaños.

Hubo tarta y flores, hubo besos, abrazos y risas, y hubo toda la atención del mundo para ella, sentada en la silla y apoyada en su bastón, vestido marrón, dos pendientes de perlas, un anillo en el anular de la mano izquierda, el peinado impoluto y un colgante. Habrá quien conozca a Cana por los quesos que vendió durante más de cuarenta años en la plaza del Fontán, detrás del mostrador de Quesos Cándida; habrá quien haya sido vecino de ella en el Palais, donde nació, o en la Vega, una de las calles en las que vivió, o habrá quien la haya visto alguna vez en el paseo del Muro en Gijón, donde suele pasar los veranos.

Ahora no sale mucho y los paseos los da por casa, pero que le quiten lo bailado. Literalmente, porque ella cuenta que de pequeña bailaba al son de la gaita de su padre o de los instrumentos que tocaba su marido, Amador, gran aficionado a la música. Con él asistió a los primeros partidos del Real Oviedo y recuerda que, a veces, cuando nevaba o hacía mal tiempo, iba "con madreñas" al campo. Ahora ella no va, no puede ir, pero sigue su buena racha por la radio, por la que también escucha misa cada día.

Cana ha visto muchos Oviedos diferentes, y dice que la ciudad "ha cambiado mucho". Recuerda coger el tren en la estación del Vasco para viajar con su madre a mercados de toda Asturias. Recuerda la entrada de los mineros durante la Revolución de 1934 y también cuando una bomba destruyó una casa familiar durante la guerra o cuando tuvieron que abandonar la capital, por El Escamplero, para irse a La Bañeza (León). "Salimos todos caminando con miedo, protegiendo a los niños para que no les pasara nada", explica.

Una vez acabada la Guerra Civil regresó a la ciudad y empezó con el puesto de quesos, hasta que se jubiló.

-¿Qué le pide a la vida?

-¿Qué le pido? Seguir aquí.

Seguir con toda su familia y ver crecer a Alejandro, que algún día entenderá que tuvo una bisabuela especial, capaz de sonreír en varios mundos distintos.

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