La cura de soledad es a veces eficaz. Un amigo estaba en la cima de una ondulación de terreno en una casa solariega y desde las ventanas observaba unos álamos y una huerta, más bien pequeña, que él había creado. Aquel día reinaba un gran silencio, prodigioso, y sólo escuchaba los trinos de los pájaros que allí habían anidado en un haya de treinta metros cuyas ramas se balanceaban cerca de su ventana y se disfrutaba de aquellas horas tan apacibles. Tras la comida caminaba a lo largo del río por un sendero del estrecho prado observando que la vida vegetal y animal bullía a mi alrededor y me invitaba a un sentimiento de profunda soledad y también humildad. Y yo pensaba en la soledad, que los pájaros y los árboles envejezcan igual que los seres humanos y que no cambia nada un dolor personal que me causa la vejez. La vida debía volver sin esfuerzo a la naturaleza, de donde ha salido. Sigo caminando y pienso también que la vejez no es decadencia, sino del mal uso que se hace de ella. Yo alabo, Dios mío, todos los días de mi vida, uno tras otro y te bendeciré siempre, con suavidad. En esta soledad vienen muchos pensamientos: la esencia del hombre es la libertad de tomar opciones, queda privada de elegir, deja de ser dueño de sus tendencias, no es feliz. Creo que la felicidad consiste en tener lo que se desea. Si deseas todo lo que tienes, y tienes únicamente lo necesario, serás feliz. Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y, lo mejor de todo, despertar. Me detengo en un arenal blanco, en este matinal paseo solitario, que está al borde del río y la pureza del aire me impresionó, respirando profundamente, apareciendo unos vapores blancos y ligeros que ascendían del valle y nunca había parecido tan bello aquel lugar casto y viril, pensando que el verdadero amor es la necesidad de lo sublime. Me detengo para mirar en el horizonte una mancha roja, pienso que es el asesino fuego en el bosque o el reflejo del sol poniente; observo unas vacas que avanzaban hacia mí, paso a paso. En esta soledad estoy sumergido en recuerdos musicales evocando a Puccini, hombre y obra imponderables, siempre grandes esperanzas crean grandes personas; los grandes espíritus siempre han tenido que luchar contra la oposición feroz de mentes mediocres. Pienso que el paisaje operístico de la lírica universal recibe una de las aportaciones más trascendentes y logradas en la "Bohème", una de las óperas más perfectas que se hayan escrito en todos los tiempos. La obra maestra entre las que surgieron de esa trilogía creadora formada por Giacosa, Illica y Puccini. Sus escenas de la vida bohemia, en las que el autor glosa e idealiza un mundo liberándolas de cualquier perfil burdo, para convertirlas en gentes de buen corazón, de impulsos nobles y reacciones sinceras. Es una obra de arte, minuciosa, que conduce a tan bellos resultados. La "Bohème", según criterio personal, es un producto perfecto que nace del equilibrio entre la imaginación de los autores, del músico principalmente y de la realización cuidada que sirve a una fiel inspiración. Puccini alcanza su más alta medida en esta obra con la perfecta compenetración de los libretistas, siempre con la guía del compositor. Yo parecía un durmiente que acababa de despertar. Frecuentemente al mirar desde la ventana el agua muerta del canal, meditaba sobre la dulzura, mejor que en episodios efímeros.