El paso había que darlo. Tenía que olvidar a aquella mujer como fuera. Era como arrancarse un brazo, pero no había salida. Pensó en un pequeño viaje, algo que lo ayudase a estar en otra cosa y que reforzase su voluntad. Acababa de releer "Por quién doblan las campanas".

Iría a Segovia. Cruzaría la Sierra de Guadarrama, desde Rascafría hasta La Granja, aprovechando que seguía el buen tiempo a pesar de ser diciembre. Castigar el cuerpo, mortificarse usando la angustia como motor era el mejor método para sacarse de dentro la atracción que lo arrastraba una y otra vez a los brazos y los labios más dolorosos y deseados de su vida.

Le habían hablado de un hotel cerca de La Granja, en Segovia, construido en una antigua finca de labor que unía a lo auténtico del lugar la pasión de su dueño por la Indochina colonial. Seguro que le gustaría. Reservó una habitación.

Dos días después aparcó su coche a las afueras de Rascafría. Siguió la caja del camino abierto durante la guerra civil para subir los pertrechos hasta la línea de cumbres. A la izquierda se veía el convento de El Paular y frente a él la contundencia de la sierra. El valle era hermoso, azul, aquella mañana limpia de invierno. Le llevó su tiempo coronar. Al otro lado apareció el bosque de La Granja, con el palacio rosado allá abajo, el caserío a su lado, y al fondo de la llanura Segovia. Aún quedaban restos de trincheras, las mismas que vio Hemingway. El día era soleado pero la brisa lo hacía frío. Buscó el refugio de unas piedras y se sentó a comer unos sandwichs con sus manzanas "García Sol", rojas y verdes a la vez. La García Sol, o Reineta francesa, era la que más le gustaba. Mordió una de ellas y notó el perfume y dulzor de la fructosa.

"Igual que su boca", murmuró. Si Asturias produce algo de sabor inigualable es su manzana. Hasta la más humilde encierra una fragancia única producida por la perfecta conjunción de suelo y clima. La humedad y la dulzura del aire, y un suelo calizo y húmico, hacen de nuestra tierra el vivero perfecto para el cultivo de la reina de las frutas. Sorpresivamente en lo que se refiere a manzana de mesa no damos la talla -la manzana de sidra, en cambio, va viento en popa-. Fuimos los mayores productores nacionales y hoy es difícil encontrar en los mercados, fruterías y grandes superficies manzana de mesa de Asturias.

Materia prima y viveros. No hay nada más fácil que cultivar un manzano. Los viveros en el Principado ofrecen plantones de calidad de dos años de edad ya injertados. Basta preparar una poza de 60 cm. de lado, aplicar una buena palada de estiércol o compost en el fondo, cubrirla con un poco de tierra, y depositar el árbol sobre ella cuidando de no forzar la posición de las raíces añadiendo a continuación la tierra extraída del pozo, presionándola un poco -sin forzar- y regando después, para que la tierra entre en buen contacto con las raíces. El tiempo se encargará de lo demás. Dos cuestiones deben de tenerse en cuenta: Los árboles son pequeños al principio, después no; necesitan cierta expansión. Por el mismo motivo, no plante cerca del lindero.

El arte de la poda. La poda es un arte, y por tanto conviene formarse un poco en ella, pero dos principios son los básicos: el sol debe de entrar en la copa, y no es bueno que las ramas choquen entre si. En el vivero le hablarán de las distintas opciones para la formación del árbol. No dude en preguntar todo lo que considere necesario. Tres años después de plantado -pasan en un momento-su árbol comenzará a regalarle la fruta esperada.

Sí, aquella manzana sabía a sus besos, pero se trataba de resistir, de olvidar. Se puso en pié y comenzó a descender, internándose en un monte de pinos, posiblemente los mismos en los que el escritor situó aquella historia de amor. "Ya no iremos a Madrid, conejito, pero vete, porque mientras tu vivas yo viviré" le decía Robert a María, sujetando su pierna destrozada.

Allí, en aquel mismo pinar. En el lugar en el que él sabía que ya no irían juntos a ningún sitio, que ya no habría más besos de la mujer a la que, a pesar de todo, quería.

Llegó a La Granja. Un taxi lo devolvió a Rascafría para recoger su coche. Entró en el hotel al anochecer. Un buen lugar. Olía a leña, a asado. De la que se dirigió a la habitación se detuvo ante la fotografía de una princesa vietnamita hecha allá por 1900. ¿Cuál sería su historia? ¿Qué habría sido de ella? Se dio cuenta que cuando uno está herido de amor todas las mujeres recuerdan a la amada. Había que luchar contra esa melancolía, no podía seguir así. La ducha lo reconfortó y se sintió bien. La gran caminata le había dado hambre. Se dirigió al restaurante. Sobre un pequeño altillo descansaban varios instrumentos. El camarero le dijo que aquella noche tocaba un grupo de jazz. Se alegró mucho, no había música como aquella; las cosas empezaban a irle bien. Pidió cochinillo y un tinto de la tierra. La carne estaba deliciosa, y el vino la completaba. Con el café llegaron los músicos. Se presentaron como "Old Friends Quintet". No los conocía. Arrancaron con una balada suave. Aquel saxo tenor sonaba endiabladamente bien. Y los demás instrumentos igual. Eran muy buenos. A disfrutar. Pidió un cuba-libre. Con aquella manera de tocar iba a ser una noche feliz.

Pero lo atravesó la letra inesperada de una canción durante el segundo cuba-libre. Tras una entrada tranquila del saxo y la batería, el tipo comenzó a cantar:

Después de tanto tiempo

Que he vivido con tu amor

Que duro es este invierno

Sin sentir ya tu calor

Te extraño a todas horas, cada día

Aunque no sé si amabas o fingías

Dime ahora por favor

Que es diciembre sin ti

Tan buenos los momentos compartidos

Después de tantos besos, tantos mimos

Dime ahora por favor

Que es diciembre sin ti

Él no pudo más. Cogió su móvil y le mandó un mensaje:

-Te añoro mucho. No sé seguir adelante sin ti.

Al poco ella respondió:

-Yo también. Pero es mejor decirnos adiós.

P.D.: La letra de la composición "Diciembre sin ti" se debe a la gentileza del grupo "Old Friends Quintet".