Hablan de ello como si fuera lo más natural del mundo pero escuchar las preocupaciones y las miserias ajenas sin más propósito que ofrecer algo de desahogo no debe ser sencillo. Los voluntarios del Teléfono de la Esperanza de Asturias superan elcentenar y entre ellos hay gente de todas las edades y con ocupaciones muy diversas. De la complejidad de la tarea da idea el hecho de que antes de ponerse al aparato deban realizar un curso de un año de duración, con sesiones semanales de un par de horas. Tienen, además, que superar una entrevista con un psicólogo y durante el tiempo que dure su voluntariado siguen actualizando su formación. "Entender la llamada, comprender el dolor que sufre el que la hace y no juzgarlo nunca" son las claves de este servicio, según uno de sus voluntarios, Paulino, nombre fictio pues, como el resto de sus compañeros, preserva su identidad.

Lo del anonimato vale tanto para los que hacen las llamadas como para los que las atienden. Los colaboradores no pueden ver el número de teléfono de quien llama, no se intercambian nombres ni datos personales. A veces, cuando una persona marca el número del Teléfono de la Esperanza varias veces, se reencuentran las voces y hay un reconocimiento mutuo.

"Teléfono de la Esperanza, dígame". Así le contestarán si decide marcar su número (985 22 55 40) para contar su problema. A veces se hace el silencio y hace falta un empujón. Cuando su interlocutor tiene dificultades para arrancar Alfredo José -otro voluntario con nombre figurado- recurre a una pregunta directa: "Dime que te duele ahora mismo". Hay llamadas que duran minutos y llamadas que se alargan más de una hora. Nunca se dan consejos. "Dar un consejo es un error. Quien llama tiene recursos suficientes para encontrar su camino", explica Paulino. A veces él recurre a una técnica que suele ser útil para aclarar las ideas: "Cuando una persona empieza a dar vueltas sin llegar a una solución le digo: voy a contarte a ti lo que tú me estás contando a mí, a ver que opinas".

Detrás de las llamadas que reciben está la soledad, con sus distintas caras: la del ama de casa cuyos hijos se han marchado, la de los ancianos a los que nadie visita, los jóvenes con dificultad para hacer amistades, los enfermos crónicos. "Todos necesitan hablar", dicen los voluntarios. Las llamadas de suicidio son raras, aunque también las hay. Están entrenados para atenderlas.

"Llegas con la idea de solucionar problemas pero no es eso lo que hacemos, mantenemos una escucha activa", explica Alfredo José.