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LA NUEVA ESPAÑA desvela el sumario del crimen de la mancuerna: "Tenía que ayudarla matándola"

"Pensé que dándole en la cabeza no sufriría", relata el asesino confeso de Isabel Márquez, quien no pudo defenderse, según la autopsia

De izquierda a derecha, la mancuerna utilizada para golpear a Isabel Márquez; salpicaduras de sangre en la pared; y un detalle de la carta que escribió el asesino confeso a su pareja. LNE

Isabel Márquez Uría no se imaginaba, ni por asomo, que la mañana del 5 de noviembre de 2015, a los 65 años, iba a morir asesinada a golpes por su pareja en el domicilio que compartían en la calle General Zuvillaga. Se levantó temprano y se arregló para ir al banco a solucionar unos problemas con las tarjetas, con las que desde hacía unos días no podía sacar dinero. Se puso una blusa blanca y un pañuelo azul al cuello. Cuando estaba a punto de salir, su pareja, Jorge Portillo, abogado sin trabajo, y catorce años menor, le dijo que fuese un momento a la habitación, que había una gotera en el techo. Crédula y confiada, se arrodilló sobre la cama para poder ver de cerca la dichosa gotera. Él se acercó por detrás y sin mediar palabra, comenzó a golpearla en la cabeza con la barra de una mancuerna que estaba bajo la cama, al menos cinco veces. Sin opción a defensa y con una gran desproporción de fuerza. La agresión fue letal. "Tenía que ayudarla quitándole la vida. Pensé que golpeándola en la cabeza no sufriría", relató posteriormente el asesino confeso en sede judicial.

Así lo revela el sumario del caso, de cuya instrucción se ocupa el Juzgado especializado en violencia sobre la mujer de Oviedo, y al que ha tenido acceso LA NUEVA ESPAÑA tras levantarse el secreto. "La gravedad de las lesiones demuestra, sin género de duda, la suma violencia de los golpes recibidos. Uno solo de los impactos sería suficiente para invalidar cualquier tipo de defensa ante la agresión, pudiendo ser incluso suficiente para causarle la muerte. La repetición de los golpes en la misma zona de la cabeza ratifica el hecho de que no hubo defensa alguna por parte de la víctima", relatan los agentes de la Unidad de Policía Científica de Oviedo, que se encargaron de realizar la inspección ocular de la escena del crimen y posteriormente del análisis de las pruebas.

El informe de la autopsia realizado por los profesionales del Instituto de Medicina Legal de Oviedo llega a las mismas conclusiones, la "ausencia" de signos de defensa que hace sospechar "una gran desproporción de fuerza entre el agresor y la víctima" y añade una reflexión más: la posibilidad de que la víctima de la brutal agresión estuviese bajo los efectos de algún tóxico ingerido.

Los cinco golpes de mancuerna que Jorge Portillo dice que descargó sobre "el amor de mi vida" -así se refiere aún a Isabel Márquez Uría cuando habla de ella- pretendían evitarle a la víctima "un sufrimiento inmenso", puesto que estaba a punto de descubrir que estaban arruinados. Les acababan de cortar la luz del piso por no pagar y en las cuentas corrientes no quedaba ni un euro. Pero él la tenía engañada. Le había dicho que el apagón se debía a una avería en la red y ella se lo había creído. Sin embargo, la mentira estaba a punto de explotar. Si ella llegaba a su cita con el banco, conocería la verdad. Así que no se le ocurrió forma mejor de ahorrarle el disgusto que matarla. Al menos, esta es la versión ofrecida sobre los hechos por el asesino confeso de la última víctima de violencia de género en Oviedo, interno desde el pasado mes de noviembre en régimen de prisión preventiva en la cárcel de Villabona, a la espera de ser juzgado.

"Me bebí un litro de vino casi de golpe antes de hacerlo. Ella no me vio. Cuando acabé, le dije que iba a la habitación a cambiarme de ropa y fue cuando la llamé diciéndole que estaba cayendo agua de la pared; era mentira, yo mismo había vertido un vaso de agua en una esquina de la habitación. Ella se arrodilló sobre la cama para ver la gotera y fue cuando empecé a golpearla con la barra de hacer gimnasia. Tenía que evitar que se enterara de un problema económico que no iba a soportar", relató Jorge Portillo en su declaración en el juzgado. "La golpeé cinco o seis veces para que quedara muerta, no sufriera y no quedara moribunda. Después del primer golpe ya no se movió", añadió.

Su plan era suicidarse, quitarse también del medio. Pero no tuvo valor para hacerlo. Salió y entró en casa unas cuantas veces el día del crimen, más tarde se alojó en casa de un amigo y ya el sábado en un hotel. Tres días después del asesinato, el domingo, regresó a General Zuvillaga, donde yacía el cuerpo sin vida de Isabel Márquez Uría tendido sobre la cama. "Se me ocurrió prenderle fuego al piso conmigo dentro. Quería desaparecer y que no se supiese lo que había pasado. Pero al final no pude hacerlo porque en el edificio viven personas inocentes", relató.

Fue en ese momento cuando decidió escribir un puñado de cartas, a los vecinos y a las autoridades para confesar el crimen y a la mujer que acababa de matar a golpes, para disculparse y explicarle los motivos. La carta está formada por páginas algo inconexas. "Estoy muy arrepentido del daño y del engaño ¿Qué voy a hacer sin ti? Estoy muy solo y podíamos haber sido muy felices. Pero tengo un problema y tengo que acabar con él. Sé que lo que hice está muy mal. Además se ha creado un vacío terrible y no puedo llenarlo. No quiero ir a la cárcel. Quiero estar contigo y aunque me quite la vida debe ser en el mismo sitio que yo", escribió.

El cadáver de Isabel Márquez Uría fue hallado por la Policía Nacional a las nueve y media de la mañana del lunes, después de que los agentes fuesen alertados por los empleados de una oficina que se encuentra en el mismo edificio donde se produjo el crimen. Los trabajadores dieron la voz de alarma al encontrarse en el su buzón con una nota manuscrita dejada por el asesino confeso. En ella explicaba que su pareja estaba muerta, solicitaba que se avisara a la Policía y avisaba de que cuando lo hicieran él también estaría muerto.

Sus últimos pasos le llevaron hasta Gijón, donde intentó arrojarse al mar desde el cerro de Santa Catalina. Se lo pensó mejor y decidió entregarse a la Policía en Comisaría. Lo último que ha trascendido de su situación actual es que ha pedido defenderse a sí mismo durante la instrucción del caso, igual que la madre de Asunta.

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