No teman, que no he perdido el hilo de la narración en el inicio de este tercer capítulo del "Itinerario palaciego ovetense". Sucede que, aunque no nos traslademos físicamente al recinto del Fontán, puesto que seguimos en la Plaza de Alfonso II, no queda más remedio que acordarnos de la deliciosa descripción que Ramón Pérez de Ayala ha hecho de él. Se acuerdan de aquel "ruedo de casucas corcovadas, caducas, seniles?", pues, indagando en el recuerdo gráfico, bien podía haberlo aplicado al barrio ubicado hasta finales del primer tercio del siglo XX bajo el manto de nuestra torre gótica.

Se situaba entre la antigua plaza de la catedral, la desaparecida calle de la Platería, la plaza de La Balesquida y la calle de Schulz. La semejanza era notable entre ambas zonas y las dos se desarrollaron al abrigo de nobles residencias. Palacios de Vista Alegre, Marqués de San Feliz, Casa de Comedias, colegio de San Matías, Casa Consistorial y capilla de la Magdalena en el otrora costumbrista Fontán. La Fortaleza, palacios de Camposagrado, Toreno, Valdecarzana-Heredia, Velarde y Marqués de Santa Cruz; más los edificios religiosos de Catedral, San Tirso y Balesquida en el entorno catedralicio. Ambos lugares disponían de amplios soportales para regatonas o zabarceras de las tiendas del aire los días de lluvia o nieve.

Los "Autos de Buen Gobierno y Policía de la Ciudad de Oviedo", aprobados por el Regente Carlos de Simón Pontero", en 1791, dictan: que se venda "Todo género de fruta verde y seca, aves, huevos y todo género de caza en la plazuela de la Catedral arrimado a los arcos de los soportales de ella con separación de especies, poniéndolas a trechos unidas las de cada clase sin que pueda ocuparse en manera alguna el hueco o tránsito de los soportales, y sí solamente guarecerse de las lluvias o nieves debaxo de los arcos y en el hueco que hacen los postes que lo forman". Igualmente, en 1840, dicen: "En la Plazuela de la Catedral y parte que ocupa su arcada se continuará la venta de las almadreñas. En la casa frente a la capilla de la Balesquida se situará como hasta aquí el carbón que se conduce en cestos, como igualmente el carbón de piedra. En la de la Fortaleza las cargas de leña, alcacer y hierba seca y verde".

Más que escasos, contados serán los ovetenses que aún conserven en la retina la estampa viva de aquel conjunto de casas, todas edificadas tras el devastador incendio de 1521, de desiguales alturas, menguados frentes, amplios soportales y alargadas parcelas traseras, la mayoría aprovechadas para huerta. Como era de esperar la sociedad carbayona de entonces ni mucho menos se mostró indiferente ante tal ocurrencia, lógico. De acuerdo que la perspectiva catedralicia se amplió notablemente, aunque, lamentablemente, no queda más remedio que resaltar que ha sido a costa de extirpar historia, arquitectura, costumbres, memoria y sentimientos. Si bien, lo más grave fue privar al delicado edificio religioso de su egregia representación en el interior del espacio para el que había sido concebido. Enseñanza que no debemos olvidar, para que no se repita, y en la que Oviedo tiene amarga experiencia.

En abril de 1930, un grupo de personas comprometidas con las artes y las letras, bautizado como "las Catorce Águilas Académicas" -entre las que se encontraban Rafael Altamira, Claudio Sánchez Albornoz, Mariano Benlliure y Ramón Pérez de Ayala-, firmaron el "Manifiesto de la Piqueta Incivil", en el que denunciaban la inmediata agresión a la fisonomía histórica de una urbe milenaria y pulcra. En él aseguraban: "La voluntad de lo que pudiéramos llamar ciudad milenaria no tiene fuero sino sobre la ciudad futura".

De nada sirvieron sus autorizadas palabras "Y supuesto que la voluntad explícita de Oviedo se pronunciase por la demolición, aún en ese caso le negaríamos el derecho a realizarla". ¡Ya es tarde y de nada vale lamentarse! Luego centrémonos en un entorno palaciego que, a pesar de la Piqueta, mantiene linajuda estirpe por las cuatro esquinas. Con razón el Magistral, desplegando el catalejo oteaba, desde la torre flamígera, pasadizos, ventanales, terrazas, cenadores, jardines, envidias, devaneos, miserias y amores. De esta manera controlaba el cotidiano transcurrir moral de la sociedad ovetense, en el que no era ajeno. Sin duda el lienzo occidental de la plaza Alfonso II, es el más sobresaliente de la capital del Principado. Palacio de la Rúa (XVI), casa de la Marquesa de San Juan de Nieva (1899), casa de los Llanes (1740) y capilla de La Balesquida dan fe de ello desde una de las calles más vetustas de Oviedo: la Rúa. Según Tolivar Faes también denominada, a través de los siglos, Cambiadores, Mayor, Tenderos, Tyendas y, en este corto tramo, en algún tiempo, San Juan. Destaca, en primer término, el palacio de Santa Cruz o Casa de la Rúa, único ejemplo de arquitectura civil medieval, que sobrevivió al incendio de 1521, por tanto el más antiguo de Oviedo. De él escribe el Marqués del Saltillo: "El dato más antiguo sobre esta casa es la escritura otorgada en Oviedo el 30 de septiembre de 1474 entre García González de la Ribera.

Escribano público, por la cual Alonso González y Elvira Velázquez compraron a Pedro García de Villaviciosa la huerta que tenía dentro de dicha ciudad: "En el sitio que llaman el Castiello, que lindaba con el hospital de Valesquida y con la calleja que iba intermedia de dicho hospital y el muro y pared de dicha huerta, la cual calleja va a dar y se torna de la puerta de detrás de la casa de Fermín Álvarez de la Ribera y de la puerta de detrás de vos el dicho Alonso González."

La estructura palaciega deja entrever la transición entre fortaleza y palacio, y desvela su origen en una casa-torre del medievo, ampliada a comienzos del siglo XVI por Rodrigo de la Rúa, que mantiene un señalado carácter pre-renacentista. En ella, se aprecian grandes reformas y añadidos. Su sobria fachada de cantería muestra una portada de crecidas dovelas en arco de medio punto, sobre la que destacan, resguardados por dosel de piedra, las armas de los Vigil, Rúa, Quirós, González de Lugones y Cienfuegos, y la cornisa decorada con bolas, adorno común de los edificios-fortaleza.

Entre sus escasos y diminutos huecos resplandece una primorosa y solitaria ventana en forma de cruz griega, denominada de la Cruz, famosa por dos motivos: uno -de esto bien sabe Antonio Masip que lo reseña en la Revista de La Balesquida, 2014-, porque en un tiempo, de forma mágica, observándola desde la esquina que hoy ocupa la horripilante fachada del Museo de Bellas Artes, reflejaba, por deformación óptica, nuestra querida Santa Iglesia, Catedral, Basílica con dos torres gemelas, visión inédita de la que posiblemente no haya quedado testimonio gráfico.

La segunda razón es la narración que Palacio Valdés recrea en "Lancia", en la novela "El Maestrante", acerca del general Pardo, gobernador de Cuba, militar de los de antes que, acusado de traición por haber capitulado y entregado la plaza en 1762, año en que los ingleses se apoderaron de la isla, agobiado por el deshonor vino a refugiarse en este palacio. Enfermo de gravedad le llevaron el Viático, ante el que juró solemnemente haber cumplido con su deber.

Una vez revisado el proceso fue restituido su honor. Pardo vistió sus mejores galas, lució medallas y distinciones y se plantó orgulloso ante la ventana. Aunque yo lo imagino más visible en uno de los balcones barrocos, ya que en la de la Cruz mal se distinguiría, cuando los ovetenses salían de la tradicional misa de doce en la catedral, hecho que causó un espontáneo reconocimiento a su figura.

Antes de marcharnos a la calle Santa Ana en busca del palacio de Velarde, es imprescindible recrear la mirada en el alma de Oviedo. Codo con codo con Ana Ozores. Daremos un imaginario paseo por la corte de Fruela y Alfonso. El Magno nos presentará al Cid y a doña Jimena; a Fernando Valdés Salas, al Padre Feijoo, a Jovellanos y al mismo Clarín. Palacio Valdés, Canella y Pérez de Ayala, saldrán a nuestro encuentro; Juan Uría y Joaquín Manzanares nos invitarán a un blanco de la Nava en Casa Noriega.