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Pepe Monteserín

"Me gustaría entrevistar a mi ladrona"

El escritor, que sufrió un allanamiento de morada cuando estaba en el despacho de casa, aconseja "no paralizarse por el terror y llamar a la Policía"

Pepe Monteserín enseña el secreter en el que hurgó la mujer que entró sin permiso en su casa. IRMA COLLÍN

A Pepe Monteserín una intrusa le dejó en blanco el Miércoles Santo. Una mujer entró en su casa del Alto de Buenavista cuando él trabajaba en el despacho del domicilio y se puso a revolver en el secreter del dormitorio. La descubrió, la echó de casa y cerró la puerta. Una hora después llamó al 112 y cuatro días más tarde decidió escribir lo que había vivido. Lo hizo por entregas en LA NUEVA ESPAÑA bajo el título: "Allanamiento". Ahora tiene la sensación de no haber hecho lo correcto ni como ciudadano, ni como narrador. "Me gustaría entrevistar a mi ladrona. Ojalá hubiese hablado con ella para saber por qué lo hacía, cuál es su drama personal o qué necesita". Monteserín perdió brevemente la inspiración ante la que curiosamente se ha convertido en su última musa literaria de terror.

El novelista y colaborador de este periódico sale tímido al encuentro con su interlocutor diez días después de que una desconocida hurgase entre sus cosas. Se asoma por la puerta, abre la verja de entrada y sin ser preguntado revive el 23 de marzo. "Forzó esta cerradura no me digas cómo ni con qué, pero el caso es que la abrió e hizo lo mismo con la puerta principal". No hay signos de violencia en el umbral de la vivienda, que hoy luce en perfecto estado. "Cambié la cerradura exterior y el mecanismo del pomo ese mismo día porque me sentí bastante indefenso".

Como la enjundia de la historia transcurrió en el piso de arriba, sube las escaleras sin dejar de hablar. "Mira, yo estaba aquí tranquilamente, sólo y concentrado". Se refiere al despacho; una estancia repleta de libros en la que desde hace más de veinte años pasa el día sentado ante el ordenador y que está en la misma planta que el dormitorio del famoso secreter.

Serían cerca de las diez de la mañana cuando Monteserín oyó algo raro aquel 23M. "Era un ruido muy leve y no le di importancia porque lo asocié a los golpes que a veces se dan las tortugas que tiene mi hijo". La explicación de los caparazones dejó de tener sentido a los pocos minutos para dar paso a otra, en principio, igualmente válida en la mente del escritor: "Eso no son las tortugas. Eso va a ser la cortina metálica del baño que se mueve por efecto del aire. He debido dejar la ventana abierta. Voy a cerrarla".

Y eso hizo. Se dirigió al cuarto de baño que hay en su habitación, pero no llegó a entrar porque se quedó paralizado al ver a una extraña a los pies de su cama, hurgando en el escritorio. "Sentí terror y lo primero que pensé fue que tenía un arma y me iba a matar". Pero la desconocida no iba armada. En lugar de atacarle, preguntó si podía darle comida o alguna cosa que le sobrara.

El escritor creyó entonces que estaba viendo visiones. "Llegué a pensar que aquella mujer era un fantasma hasta que la agarré del brazo para echarla". Ella le miró sorprendida al llegar al borde de las escaleras, pero cuando Monteserín le dijo que sólo iba a conducirla hasta la puerta, sonrió. "Aquello me descolocó. Tenía una dentadura perfecta que se me quedó grabada. Creo que la podría reconocer por su sonrisa".

Estuvo una hora deambulando por casa para comprobar que no había nadie más y que no faltaba nada. Llamó por teléfono a su mujer y a su hermana, y hacia las once de la mañana marcó el 112. "Me pasaron con la Policía, que me dijo que tenía que haberla retenido y llamarles de inmediato".

Monteserín no deja de pensar que lo hizo mal y aconseja al que sufra una situación parecida "que no se paralice por el terror y llame a la Policía porque es la mejor forma de protegerse y ayudar al ladrón, que puede que sea una persona necesitada". Ahora, se fija más que nunca en las sonrisas ajenas. Nunca se sabe.

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