La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Y la Balesquida renació de sus cenizas

En 1929 la Cofradía, ahogada por las deudas, estuvo a punto de desaparecer l Ramón Prieto, José Buylla y Alfonso Muñoz intercedieron ante el Ayuntamiento, que prestó ayuda

La Virgen de la Esperanza.

Jamás hubiera querido comenzar el escrito con estas palabras, pero así es la vida. En esta triste semana para Oviedo por la pérdida de uno de sus hijos más ilustres: Nacho Ruiz de la Peña, "balesquido" de corazón, ovetense de oficio y amigo del alma. Para él, mi más emocionado recuerdo.

Antes de proseguir el relato y para hacer memoria, no estará de más realizar un rápido inventario de los actos festivos que la cofradía de la Balesquida organizaba hasta finales de la primera mitad del siglo XIX; por supuesto, siempre con la imprescindible participación de cofrades y, con sobrado motivo porque estamos hablando del día más importante en el calendario festivo carbayón, con el apoyo de gran parte de la sociedad ovetense.

Recordemos que en la mañana del domingo de Pentecostés el heraldo, a lomos de un brioso caballo blanco recorría las calles de Oviedo anunciando las fiestas. En la tarde del mismo día, de la capilla, salía un cortejo encabezado por un carro triunfal sobre el que iba el alfayate de más edad de la ciudad, seguido por figurantes, sacerdotes, sastres, jinetes a caballo que celebraban el juego de sortijas y otros más que, animando el ambiente, la seguían a pie. El lunes se prolongaban las fiestas con otra cabalgata y el paseo de gala por Porlier; unos pocos jugaban a la pica y, a la noche, gran verbena y foguera entre las calles de la Rúa y San Juan. El martes era el día más señalado. Desde primeras horas de la mañana hombres, mujeres y niños, ricos y pobres, el todo Oviedo, sin distinción de clases ni categorías, se reunía en el Campo a degustar el bollu y a echar un traguín de vino de tras el monte y, a la tarde, divertida romería y diferentes juegos. Para finalizar las celebraciones, el "miércoles se iba a Pumarín, a beber el vino que dexó Pendín".

Desgraciadamente, los tiempos iban cambiando. Bien seguro que la cofradía de los alfayates, a lo largo de cerca de ocho siglos de historia, como todo en la vida, ha gozado épocas de prosperidad y alegría, al lado de otras oscuras y tristes, pero siempre con cierta vitalidad. Es a partir de mediados del XIX cuando comienza a peligrar su futuro. Como nos cuenta un cofrade por aquellos años de mil ochocientos ochenta y tantos: "Pero no en balde han pasado seis siglos y pico, en que, con intervalos más o menos prósperos, sucedieron las filtraciones a las irregularidades, dejando exhausta la caja -si es que hay caja- de la popular cofradía de los alfayates".

Así que no está para socorrer a desvalidos, porque bien desvalida se halla, ni para sostener un hospital, ni para costear misas y sufragios. Verdad es que los propios cofrades habrán tenido la culpa de que no haya sido la administración todo lo correcta que fuera de desear?". Puede ser que otros factores ajenos a ella, sin duda, hayan influido ¡Y de que manera! Primero la desamortización -no dispongo de referencia exacta, probablemente la de Godoy (1798), sin excluir que hayan sido las de Mendizábal o Madoz-, aunque la cofradía fue debilitándose a través de los siglos.

El patrimonio se evaporó. Vendieron las casas que desde la Capilla enlazaban con el palacio de Santa Cruz; otro tanto ocurrió con las que tenían en la calle de Santa María; enajenaron la llosa del Rosal, lugar en el que, en 1660, se construyeron los cinco edificios del Arco de los Zapatos, en El Fontán. Por si esto fuera poco, una hermosa finca que la cofradía poseía en Olivares -que en aquellas fechas del último tercio del XIX, era zona rural prácticamente despoblada-, con una extensión de dos días y medio de bueyes (unos 3.125 metros cuadrados), cerrada sobre sí misma, también tuvieron que venderla para enjugar las deudas. Por lo que su función quedó reducida al reparto del bollu, el vino y la misa solemne el domingo de Pentecostés.

Tan en contra de la cofradía soplaron los vientos que en el año 1929 estuvo a punto de desaparecer para siempre. En enero de dicho año, un ovetense que formaba parte del cabildo de la tan antigua como popular Sociedad La Balesquida, expresaba sus fundados temores de que una institución tan simpática, que tantas y tan agradables escenas del devenir social de Oviedo almacenara en su larga trayectoria, pasase a mejor vida en un futuro inmediato.

Precisamente los cofrades debían de ser los primeros interesados en prestarle los primeros auxilios y, sin embargo, de forma incomprensible, le vuelven la espalda y no contribuyen a su mantenimiento. Son contados los que se resisten a su perdición e intenten hacerla retornar a sus tiempos de esplendor: pero por mucho que se esfuercen son escasas manos para devolver el antiguo vigor. Esta loable misión corresponde a toda la ciudad, y no parece estar por la labor? Si alguien no lo remedia tendrá que desaparecer por falta de auxilio; por el lamentable abandono de los cofrades.

Aunque estos pocos que aman por encima de todo a la sociedad más vieja y también la de historia más brillante, con razón no se resignan a su desaparición. Por ello convocan a cabildo. Pronto comprueban, con gran pesar, que a su llamamiento ni tan siquiera respondió una docena de cofrades.

¿Qué hacer ante tamaña indiferencia, repetir la convocatoria? ¿Y si ocurría más de lo mismo? Como bien pensaron, si esto sigue así tendremos que tomar una decisión radical: certificar la defunción de la Cofradía de la Balesquida tras el doloroso gesto de cerrarle los ojos a perpetuidad.

¡Que va! Eran locos visionarios con la sangre azul de Oviedo en las venas y no doblegaron sus sueños. Por ello, convencidos de encontrar ovetenses comprometidos con historia y tradiciones de Vetusta, hicieron un último esfuerzo para prolongar su agonía un año más antes de administrarle el Viático. Ya en febrero de 1929 Ángel Álvarez Zapico, mayordomo de la Balesquida, no tuvo otro remedio que insertar en el periódico "La Voz de Asturias" el siguiente bando: "Convocado por tres veces el cabildo de la Cofradía de la Balesquida, sin que asistiera a ninguno de los tres cabildos ni un solo cofrade. Anunciado en la prensa el estado verdaderamente lastimoso porque atraviesa esta Cofradía, sin recibir de nadie una palabra alentadora, la Junta de Gobierno de esta Cofradía, que lleva cinco años luchando lo que nadie puede imaginarse porque la Sociedad no muriese, ha resuelto disolverse y entregar al Obispado (otra fehaciente prueba de que era una sociedad civil), previos los trámites legales, capilla, ropas y alhajas.".

A 20 de abril la situación era acuciante y la desaparición inmediata. El propósito de la Junta, ante la nula colaboración de los cofrades, era suspender la celebración de todas las fiestas, tanto profanas como religiosas pero?, vuelta a empezar y nueva llamada a cabildo en la tribuna de la capilla. ¡Toque a rebato! No pueden permitir que Cofradía y Martes del Bollu reciban el R.I.P. consentir el sepelio sería una puñalada al corazón de Oviedo. Además, un cuadro artístico ovetense se ha ofrecido para dar dos funciones a beneficio de la Cofradía.

Si no un crimen, al menos era un grave pecado el que la sociedad ovetense iba a cometer. Menos mal que al día siguiente llega el equipo de salvamento. Ramón Prieto Pazos, José Buylla Godino y Alfonso Muñoz de Diego, tres ilustres ovetenses conscientes del respeto que se debe a la tradición, que llevaba siete siglos unida a nuestros sentimientos, al menos eso esgrimían como argumento.

Preocupados por el hecho que parecía inevitable, se reunieron en el atrio de la capilla con unas decenas de "hombres buenos", para, entre todos, aunar fuerzas y salvarla ¡La mecha prendió con fuerza!

Desde allí, sobre la marcha, directos al Ayuntamiento. El alcalde, viendo llegar a tan preclaros ovetenses prestó oídos al ruego entendiendo que el Ayuntamiento debía apoyar estas castizas fiestas, sin dilación, ofreció el apoyo oficial y por ello pudieron celebrarse con normalidad.

Esta fue la milagrosa semilla que, en febrero de 1930 libró de una muerte cierta a la Cofradía de la Balesquida, germinó y fructificó en lo que, desde esa fecha y hasta el día de hoy, conocemos como "Sociedad Protectora de la Balesquida".

Hoy se trata de una agrupación civil integrada por cerca de 5.000 ovetenses, con ochenta y seis años de antigüedad, organizadora del "Martes del Bollu" y todos los festejos que brillan a su alrededor.

Compartir el artículo

stats