Charo Alonso nació en Olivares hace 84 años, pero conserva la memoria de una adolescente. Recuerda con plena nitidez cuando aún funcionaba "el molín de Gervasio", las tardes de verano junto al arroyo del Salgueru o el trasiego de clientes en casa La Chucha, el bar-tienda al que acudía con frecuencia cuando era más joven. La mujer guarda en su cabeza la historia de Olivares y ayer se convirtió en una de las fuentes más valiosas para los responsables del proyecto "Orgullo de barrio", una iniciativa que depende de la concejalía de Participación Ciudadana y con la que se pretende recuperar la memoria de algunos de los núcleos poblacionales más representativos de Oviedo. "Lo que buscamos es documentar toda esa historia para conservarla. La idea es crear un álbum fotográfico normal, otro virtual y recopilar documentos y testimonios que en un futuro tendrán un gran valor histórico para la ciudad y para sus vecinos", explica la geógrafa e historiadora Carmen María Fernández, una de las encargadas de hacer las labores de documentación.

La cita con los habitantes "de Olivares de toda la vida" tuvo lugar en el centro social. Allí también estuvo Luisa Álvarez, que aunque nació en Latores, lleva 60 años en Olivares. "Fueron a buscarme, me casé aquí y aquí me quedé", explica. Álvarez todavía se acuerda "cuando todo eran casas y no había ningún chalet", cuando casi no habían oído hablar del término urbanización y casi no había coches. "Pero era todo más guapo, todos los vecinos nos conocíamos y nos saludábamos. Ahora ya no pasa eso ni en broma", sostiene.

Dolores Cuesta, que nació en "Casa Cupido", también aportó lo suyo durante el encuentro de ayer. "Toda esta zona estaba llena de caseríos y todos tenían un nombre, la mayoría se le ponían por los motes de las familias o por otras circunstancias especiales", asegura. Cuesta contó historias sobre el lagar de Gervasio, habló de las fuentes de La Torre, El Pipón o El Casieyu y sobre las costumbres de los habitantes de Olivares cuando era una niña. "Las mujeres iban a los lavaderos y se formaba un ambiente precioso. Allí todas se contaban los secretos y había conversaciones entre amigas", mantiene. Joaquín Salas, un "arrimau" que lleva 45 años viviendo en Olivares, desde que contrajo matrimonio, no olvida cuando los niños jugaban "en la plazoleta en la que estaba instalada una fuente antigua que ahora ya no se encuentra aquí". Y es que, según defiende Charo Alonso, "en Olivares han cambiado muchísimas cosas, no todas para mal, pero muchísimas cosas".