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Un ascensor para poder vivir

Una comunidad de Vallobín con una niña en silla de ruedas, enfermos y mayores lleva un año de lucha para que el Ayuntamiento le permita instalar un elevador

Catalina Daúl y Johnny Adriano llevan por las escaleras a su hija Nayely. FERNANDO RODRÍGUEZ

Cada día Catalina Daúl coge a su hija de 14 años en brazos y la baja por las escaleras de su casa, un edificio de cuatro plantas de los años cincuenta en la calle Mariscal Solís, en Vallobín. La sienta en la silla de ruedas que previamente también ha cargado y sube andando de nuevo al primero a por el pequeño de tres años. Cierra la puerta y se va a la calle con ellos. La operación es la misma al regresar a su domicilio, pero en sentido contrario. Cuando su marido está en casa los dos llevan a la cría montada en la silla. "Es más fácil, aunque no suficiente". El matrimonio vive en una comunidad que lleva un año luchando para que el Ayuntamiento les conceda la licencia para instalar un elevador. Pero nada. El municipio no ha emitido una contestación definitiva. Sus técnicos aducen que, tal y como los vecinos quieren hacer la obra (con el ascensor ocupando el actual hueco de las escaleras y parte de los escalones fuera del portal), la acera del bloque no puede ocuparse.

En el edificio hay diez personas. Algunas de avanzada edad y otras con problemas de salud. Sin ir más lejos, el presidente de la comunidad, Óscar González, sufrió un ictus que le dejó una cojera en la pierna derecha. "Yo todavía puedo, pero los hay que no", dice. Una vecina octogenaria del tercero que padece del corazón apenas sale del piso. Su hija, Benigna Pulgar, está indignada. "El médico le dice que de ir por las escaleras nada de nada. Yo estoy mucho con ella, pero cuando se pone enferma se tiene que ir a vivir con alguien fuera". María Dolores Martín, otra vecina va más allá. "Mi abuela, que ya falleció, pesaba 105 kilos e iba en silla. El último año de su vida no salió de casa porque no podía. Eso a mi no se me olvida".

El número 2 de la calle Mariscal Solís pertenece a un bloque general de una decena de portales que tampoco tienen ascensor y cuentan con su propia comunidad. Los protagonistas de esta historia decidieron por unanimidad instalar un ascensor, contactaron con su administrador de fincas, elaboraron un proyecto, contactaron con arquitectos, les dieron el visto bueno y se presentaron ante el Ayuntamiento para pedir la licencia de obra. Hasta hoy.

Según otro de los vecinos, Alberto Rodríguez, "la argumentación que nos dan para tener esto parado no tiene sentido. Dicen que si hubiese que derribar este edificio para construir después, tendrían que expropiar la acera que pasa por delante de nuestro portal y que hoy por hoy es de la comunidad". Es decir, nos les dan luz verde a la obra en base a un futurible. Lo cierto es que delante del portal hay dos tramos anchos de acera a distinto nivel. La primera -embaldosada como el resto de Oviedo- es para los transeúntes en general y la otra, de asfalto, la usan los residentes en la calle Mariscal Solís.

Los vecinos muestran un montón de papeles, boletines y normativas regionales y municipales que amparan y facilitan la instalación de ascensores, y que incluso en algunos casos obligan a hacerlo. "No entendemos por qué en esta comunidad no podemos llevar una vida normal. Es un edificio estupendo, hecho en su día para trabajadores ferroviarios en el que ahora vivimos nosotros", comenta el presidente antes de ir a visitar a sus vecinos del primero derecha para ver cómo están; el matrimonio formado por Catalina Daúl y Johnny Adriano.

La pareja compró el piso hace año y medio. "Nos dijeron que la casa iba a tener ascensor y nos pareció el lugar ideal para vivir porque era mucho más grande que nuestra anterior vivienda y estaba bien situada". Jhonny trabaja de chófer en una empresa de distribución de pescado y ella en una compañía de limpieza.

Ambos tienen 40 años y salieron de Ecuador hace catorce en busca de un futuro mejor para su entonces única hija, Nayely. La niña tuvo falta de oxígeno al nacer provocada por una preeclampsia mal diagnosticada. Desde que están en Oviedo y asiste al colegio Ángel de la Guarda, en Latores, ha mejorado mucho. Es capaz de dar algunos pasos sostenida fuertemente por sus padres y su asertividad es evidente, pese a que no habla. Por contra, hace poco ha desarrollado la enfermedad de crohn, que afecta a su tracto digestivo y hace que pueda perder peso con mucha facilidad. "Necesita estar siempre acompañada así que nuestros horarios (el de mi marido y el mío) no coinciden y en caso de no poder evitarlo, viene a mi cuñada", cuenta Catalina sin perder la sonrisa.

El matrimonio tuvo un niño hace tres años que aunque es capaz de subir y bajar con soltura las escaleras del edificio de Mariscal Solís espera muy formal a que su padre o su madre le den la mano para salir a la calle. Sabe que primero tienen que sacar a su hermana. Eso sí, a veces alguno de los diez vecinos le acompaña. La unidad es evidente en una comunidad que espera poder llamar algún día el ascensor.

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