La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un paseo por las parroquias ovetenses / La Manjoya (1)

La Manjoya, vocación de atalaya

Un espacio que en los últimos lustros ha visto modificadas sus señas de identidad, antaño rurales y luego transformadas por la Fábrica de Explosivos entre 1870 y 1965

Restos de la antigua Fábrica de Explosivos de La Manjoya. lne

La Manjoya se estira con vocación de atalaya desde su concepción. No hay más que comprobar el súbito y empinado estirón que da entre el final de la calle Malatería de Oviedo, cerca de donde se encontraba el antiguo asilo, por la carretera del Barco de Soto arriba, hasta El Caserón. Quizá les estoy confundiendo cuando hablo de la carretera del Barco de Soto, pero es que así se denominaba, hasta finales del XIX, la actual carretera de La Bolgachina. Mino, un vecino de Ferreros, nos recuerda que también se conocía como "Camino de Castilla".

De acuerdo, ya sé que nos salimos de la parroquia y que no es el momento apropiado para tratar este tema. Pero tengo la certeza de que -según relata en 1881 un cronista de la época, cuando todavía no había central térmica ni cables de alta tensión, por otra parte tan necesarios- en el momento en que les cuente que en dicho espacio se celebraba la fiesta más importante del concejo de Oviedo, va a interesarles.

El caso es que, por aquellas calendas, la belleza y frescura del lugar, la facilidad del acceso y la proximidad a Oviedo, propiciaba que éste fuera uno de los sitios más frecuentados por los ovetenses durante el verano y -sin ánimo de ofender a nadie-, quién lo diría, aun por muchas gentes de Gijón, que el mismo día podían acercarse a las orillas del río, celebrar una fiesta campestre y regresar alegres a sus hogares a la puesta del sol.

Merced a trenes especiales que por dos reales asiento te llevaban hasta el Barco, una multitud de gente se acercaba a pasar el día, bañarse en el río o pescar uno de los miles de salmones que ascendían por estas aguas. Sin embargo cada 25 de julio, festividad de Santiago, todo Oviedo se iba a las Segadas, al Barco de Soto, a celebrar la romería más renombrada en Asturias, eso sí, tras la de Covadonga.

Como bien explica, el centro de la algazara se situaba en el Campo del Infierno, extenso robledal protegido de los vientos, con quebradas caleyas pobladas de chopos, castaños, negrillos, encinas, avellanos... Allí cantaban y bailaban la giraldilla (mozos y mozas al compás, enlazados con los dedos meñiques, giran en rueda a la vez que entonan un romance tradicional) y otras danzas vivas y sueltas. Es de suponer que al caer el sol también hubiera alguna "engarradiella" entre los de Morcín y La Perera o cualquier otra aldea. Sobre todo sabiendo que, además del centenar o más de puestos de avellanas, nueces y rosquillas que allí se instalaban, se empinaba el codo al alzar muchísimas botas de vino y un sinfín de botellas de sidra. Cuántas serían, que el mismo corresponsal se asusta del número consumido en 1880. Yo se lo diré: más de 12.000. No es de extrañar que a la caída del sol, sin remisión, bastones y palos reposaran airados sobre cholas y costillares. Nos cuenta un vecino que como arma, y no arrojadiza, utilizaban la galga de frenar los carros. Bueno, otro día ampliaremos el tema, que por sí solo merece una página.

Pues por esta ruta, la misma por la que los peregrinos que venían desde León tras los pasos de Alfonso VI y el Cid Campeador entraban en el concejo de Oviedo -después de atravesar la Rebollada, Copián, el alto del Padrún y San Frechoso-, por Olloniego, el Portazgo, Picullanza, Venta del Aire, San Miguel, el Pontón de la Venta y el Caserón llegaban a Santiago de La Manjoya.

Un lugar que, según algunos historiadores, recibe este nombre porque desde este lugar, al tener la primera visión de la "Sancta Ovetensis", los romeros, en su mayoría franceses, exclamaban a los cuatro vientos: ¡Monjoy! ¡Mi Dios! De ahí el topónimo que da nombre a la parroquia, ya en el mismo zaguán de la ciudad relicario.

La Manjoya como aldea, lugar o casería, no existe. Uno se extraña al ver su iglesia parroquial pegada a Oviedo, y al otro extremo la estación, ambas con el mismo nombre. Tiene una extensión de 6,17 kilómetros cuadrados y una población de 1.143 vecinos, la tercera tras San Claudio y Trubia, asentada en los barrios de Los Barredos, La Bolgachina, El Cabornio, Campiello, El Caserón, Los Corzos, Fonte'l Fornu, La Granda, Llamaoscura, El Medio, Los Prietos, La Rodada y San Torcuato. Por el norte linda con Oviedo capital, al este con Cruces, al sur con Pereda y al oeste con Latores.

Los últimos lustros han modificado las señas de identidad de esta parroquia, otrora espacio rural, que más tarde amplió su horizonte con el trabajo que la Fábrica de Explosivos proporcionó entre 1870 y 1965 a muchos de sus habitantes y que, en la actualidad, mantiene su nivel demográfico gracias a un elevado número de notables viviendas unifamiliares, algún grupo de chalets adosados, más los gigantescos bloques que han construido en Llamaoscura y, casi a nivel testimonial, escasas explotaciones agrícolas y ganaderas.

Tanto ha variado su estructura que del lugar de La Nevera -se encontraba en un extremo del Parque de Invierno, por debajo del campo de fútbol de Masaveu-, porción de terreno de unos 40 días de bueyes, todo esto en 1861, hoy tan sólo nos queda el recuerdo. Al igual que la llamada Venta del Gallo, establecimiento que prestaba servicio a los viajeros que llegaban de Castilla. Derribado hace bastantes años, se encontraba por debajo de la iglesia, en la orilla opuesta, y pocos se acuerdan de él.

Ya en tiempos de Carlos I, en 1518, se urge a la ciudad de Oviedo para que se haga la calzada desde el postigo de San Lázaro hasta Nuestra Señora de la Merced, por ser como es camino por el que esta ciudad se aprovisiona, obra para la que se necesitan alrededor de mil maravedís. Capilla de La Merced o "Ruinas de la ermita de Santiago de La Manjoya, datada en el siglo XV", como proclama el cartel que vemos ante ella.

¡No lo puedo remediar! Cada vez que paso por allí, y lo hago con frecuencia, siento vergüenza ajena. Me pongo colorado al observar que lo poco que queda de ella -la portada en arco de medio punto, construida con rotundas dovelas, y un trocito de lienzo- se encuentra en un estado de total abandono. Produce dolor verla de tan mala manera, sepultada entre porquería, maleza y pintadas, sostenida por un precario apoyo de madera y hierros oxidados. Supongo que los responsables de mantener estos vestigios culturales, con más de cinco siglos a cuestas, rezarán a diario para que se hundan y desaparezcan de una puñetera vez. Un país normal no lo toleraría.

En El Caserón, allí donde los peregrinos se acicalaban antes de presentarse en la Catedral para postrarse ante el Arca Santa, hay una sidrería del mismo nombre, una de las más clásicas en las afueras de Oviedo. Antiguo bar-tienda y salón de baile, fundada a finales del XIX. Lugar ideal para tomar un culín de sidra y reposar las fatigas de la última etapa del "Camino de San Salvador".

Compartir el artículo

stats