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Los últimos barquilleros del Campo

Juan José Álvarez, sobrino del veterano Bernardo Gutiérrez y único vendedor de la histórica galleta, asegura que el negocio agoniza y que sólo lo mantiene por tradición familiar

Bernardo Gutiérrez muestra unos barquillos frente al puesto de helados donde hoy los vende su sobrino. R. V.

Bernardo Gutiérrez pertenece a la séptima generación de una familia de barquilleros. Empezó a venderlos a los 13 años. "Mis amigos se iban de cachondeo y yo trabajaba todos los días", recuerda. Su padre fue quien le enseñó los entresijos del negocio y durante 43 años se convirtió en mítico barquillero del Campo San Francisco. Un infarto en el año 2012 le obligó a retirarse y fue su hermana, María Fernández, la que se puso manos a la obra con la elaboración de las galletas y barquillos. Ella está ahora a punto de jubilarse y no quiere que la tradición desaparezca. Aunque su hijo Juan José Álvarez aún conserva los míticos bombos rojos apostados frente a los dos puestos de helados del paseo de los Álamos, la venta resulta anecdótica. La presencia de barquilleros en el Campo pueden tener los días contados.

El negocio de los barquillos agoniza ante la tristeza de una familia que es un emblema en la elaboración de estos dulces en la ciudad y también en Asturias. En la actualidad, dos parientes continúan vendiendo. Uno en fiestas puntuales como la Balesquida y otro en Avilés.

Una peseta. Este era el precio de una galleta y también el de seis barquillos en el año 1969, momento en el que Bernardo Gutiérrez comenzó a trabajar en el negocio. "Me levantaba a las seis de la mañana para elaborar el género y después trabajaba veinte horas al día". El Oviedo de entonces era muy diferente al actual. El Campo San Francisco estaba lleno de niños y niñas que acudían con las chicas que los cuidaban. Bernardo Gutiérrez contemplaba desde su posición un espacio lleno de vida. Al ajetreo de los más pequeños se sumaba la presencia de los animales. Estaban la mona "Coca", el oso "Perico" y la osa "Petra". "Esa sí que comió barquillos", recuerda Gutiérrez entre risas.

Por aquel entonces, el barquillero del Campo sacaba unas 100 pesetas al día, a no ser que la lluvia chafase la jornada. En ese caso, aprovechaba para elaborar más barquillos y tener un remanente. "El género dura mucho si está bien cerrado; en el bombo la conservación es la perfecta", dice

El barquillero rojo con remates en dorado es tan emblemático como los dulces que contiene. "Cuando yo era un niño mucha gente de Madrid quería comprar los bombos para hacer botelleros", recuerda Bernardo. Todavía hoy le preguntan por ellos. El más antiguo que conserva la familia data de 1855. Una joya que no piensan vender: "Si me ofrecen por él 6.000 euros no lo doy", apunta.

Cincuenta céntimos. Este es el precio actual de una galleta y también el de cuatro barquillos. Cambia la moneda pero la receta de estos dulces emblemáticos no varía ni un ápice. Agua, azúcar, harina, aceite y azúcar requemada son los ingredientes de una galleta artesanal que pierde clientela. "El negocio ya no es lo que era", admite María Fernández, la encargada de la elaboración de barquillos desde que su hermano se retiró. Ella está también a punto de jubilarse y deja en manos de su hijo, Juan José Álvarez, un pedazo de la historia de su familia. Álvarez regenta dos de los puestos de helados del paseo y pretende mantener el servicio, "no por el dinero, sino por la tradición familiar". Los niños hoy no compran barquillos y el turismo no consume este tipo de dulces. El cliente sigue siendo el ovetense, según apunta la familia de barquilleros.

Una estatua o una placa de homenaje al barquillero del Campo San Francisco es la petición de esta familia, que ha alimentado las sonrisas de grandes y pequeños durante un siglo.

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