Chej Sidi, Jonathan Davids, y Jehieli García, tres niños de doce años, se toman de la mano para danzar el corro. Por los altavoces del colegio Pablo Miaja suena la Danza Prima. Recuerda la noche de San Juan en la plaza del Ayuntamiento de Mieres, por el sonido sin ver a los cantantes, pero todo es muy distinto. Es el centro de Oviedo, el patio de un colegio. Chej llegó hace dos años a la ciudad desde el campamento de refugiados saharauis de Smara, en el desierto argelino. Jonathan es de Paraguay y su amiga Jehieli de la República Dominicana.

El patio del colegio es, como apunta el padre de Yago Fernández, uno de los pocos niños ovetenses del centro, "lo que se van a encontrar en el futuro". Yago, con seis años, toca el tambor asturiano en el patio del colegio mientras sus compañeros corren, merienda, juegan, ríen. En el Pablo Miaja hay alumnos de 27 nacionalidades, de todos los continentes menos Oceanía, resume la profesora de asturiano, Aurora Pérez.

La docente de llingüa es la responsable, con la inestimable colaboración de la Asociación de Padres (AMPA), de la organización del amagüestu celebrado ayer por la tarde. Pérez es profesora de asturiano en un colegio con un 90 por ciento de alumnado extranjero. El amagüestu fue mucho más que comer castañas y sidra dulce, se convirtió en una romería asturiana, con gaita, pandereta y juegos tradicionales a cargo del grupo "Seis conceyos".

Maribel Cirnici Calin, una niña rumana de once años, vivió la fiesta asturiana por primera vez, "en Rumanía no se hace mucho". Es una de las alumnas de asturiano, una lengua que le parece "mucho más sencilla que el rumano", y se divirtió jugando con los zancos, la rana, las carreras de lecheres, "unos juegos muy diferentes a los de mi país".

Maribel probó los zancos con sus amigas y también estudiantes de asturiano Jehieli y la nigeriana Yvonne Okhamina. "Muy guay la fiesta", dice esta última mientras su compañera de la República Dominicana trata de detallar los juegos en los que participó: "los palos esos en los que te subes -los zancos-, y lo de correr llevando cosas en las manos carreras de lecheras".

Los juegos fueron lo que más llamó la atención de los niños. Michael Ortiz, de madre ecuatoriana y padre ovetense, también elige los juegos tradicionales a la hora de decir qué es lo que más le ha gustado de la fiesta. Lo dice resuelto mientras come un bollo preñao, "nadie me ganaba", asegura orgulloso ante su madre,. Ana Parren. Habla de juegos con sus amigos y sigue masticando, en el bolso de su anorak están guardadas las castañas que ha decidido llevarse para casa.

Chej Sidi y su amigo Jonathan corren por el patio. Visten chandal y tienen pinta de que estaban mejor jugando al fútbol pero se apuntan a la Danza Prima, aunque no duran mucho y de nuevo salen corriendo. Chej no ha vuelto a ver a sus padres desde hace dos años, y no quiere volver a Smara, un campamento de refugiados en medio de la nada de la "hamada" (la zona más dura del desierto del Sáhara) argelina, aunque concede que "allí los niños podemos estar jugando en la calle hasta las diez de la noche". Pero claro, la comida española y el colegio le gustan más que el Sáhara.

Como es lógico la diversidad de nacionalidades no está sólo entre los niños sino también entre las docenas de padres que ayer se sumaron a esta suerte de romería urbana. Doina Matei, de Rumanía, se estrena este año en la AMPA del colegio. Tiene allí a sus dos hijos de 11 y 4 años y ayer repartía castañas y sidra dulce con las otras madres. Más experiencia tiene su compatriota Camelia Eremia, con un hijo de 10 años en el Pablo Miaja. "Son los niños los que todos los años nos piden que organicemos el amagüestu porque son cosas que muchos no han visto nunca y lo pasan muy bien", resume.

Cuatro continentes, 27 nacionalidades, infinidad de culturas para participar en una romería asturiana en pleno centro de Oviedo.