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La "madrecita" asturiana de América Latina

La ursulina Teresa García Marqués se retira en Oviedo tras cincuenta años de misiones en escuelas y cárceles de Chile, Ecuador y Bolivia

La misionera ursulina Teresa García Marqués, ayer, en la residencia de la congregación en Oviedo. MIKI LÓPEZ

Cierra los ojos y se le representan los rostros de las muchas personas que ha conocido en los 50 años que ha dedicado a las misiones. La ursulina Teresa García Marqués salió de España con 28 años, rumbo al archipiélago de Chiloé, en Chile, y acaba de recalar en Oviedo con 83, después de dar unas cuentas vueltas por el continente americano. Allí ha trabajado en escuelas para huérfanas, en cárceles, en comedores sociales, ha cuidado enfermos, ha lavado muertos y sabe Dios cuántas cosas más. La "madrecita", como la llaman allí, mantiene intacta la alegría y gran parte de su energía: su congregación ha inaugurado recientemente una misión en Madagascar y Teresina -que es como le gusta que la llamen- asegura que está tentada de pedir que la envíen allá.

Una tienda en Gijón. Teresina vivió en Gijón hasta los 18 años. Sus padres -Adriano García, de Pola de Lena, y Gumersinda Marqués, de Cudillero- regentaban una tienda de ultramarinos frente al mercado del Sur. A ellos les agradece haberle dado la libertad de vivir como ella quiso, a ella y a sus tres hermanos, y el ejemplo de honradez, sencillez y optimismo que forjó su carácter.

Oración y misión. En casa, cuando de noche se rezaba el rosario ya era Teresina la encargada de dirigirlo. Estudió en las ursulinas de Gijón y acabó ingresando en la congregación. Aún en el noviciado, la superiora general visitó la casa de Vitoria, en la que residía, e invitó a las muchachas que querían salir a misiones a manifestarlo. Teresina fue una de ellas, tenía 19 años y tendría que esperar nueve para embarcarse en la aventura de su vida.

De Santurce al Aconcagua. Tras hacer los votos perpetuos la congregación de las ursulinas envió a Teresina a Bilbao, al barrio de la Inmaculada: "Misión hay en todas partes". En 1962 la mandaron al archipiélago chileno de Chiloé, donde las monjas tenían un colegio para huérfanas. Salió del puerto de Santurce un 22 de febrero, llorando desconsoladamente. Era la primera vez que subía en barco, un trasatlántico, y llegó a Buenos Aires el 17 de marzo. Siguió hasta Santiago de Chile en el transandino, el tren que avanza a los pies del Aconcagua; tomó un avión a Puerto Montt y de allí, alternando la lancha y el autobús llegó a su nueva casa, Ancud, donde se quedó diez años. Más tarde su congregación la envió a Ecuador y Bolivia.

El golpe. Teresina no deja entrever ningún miedo cuando habla de sus andanzas a caballo por el desierto chileno, de su descenso a una mina de cobre -de la que salió entendiendo mucho mejor a la gente que vivía en aquellas tierras-, de las tormentas en la "lanchita" que la llevaba de una isla a otra, ni siquiera de los insectos y las serpientes que la paralizaban cuando llegó a Bolivia, a una zona rural del departamento de La Paz. Sólo queda la sombra del temor en su relato de los días del golpe militar en Chile. El colegio de las ursulinas estaba en medio de una zona controlada por los comunistas, que las tenía permanentemente vigiladas. Teresina cuenta que tuvieron que esconder a muchos padres de familia y enviarlos a las casas que tenían en el sur. La comida escaseaba y para conseguirla había que hacer larguísimas colas. "Fueron momentos durísimos", reconoce.

Entre ollas y presidios. En Ecuador cocinó para los niños afroamericanos de un comedor social que la congregación tiene en La Bota, un área marginal de Quito. Ha escuchado y confortado a hombres y mujeres presos, en Chile y en Bolivia, en cárceles donde el condenado se instala con toda su familia, incluidos sus hijos pequeños, y en las que hay que trabajar para pagarse el rancho diario. Ha sabido de conciencias atormentadas y de crímenes horrendos, pero no les echa mucha cuenta: "Hay que aceptar a la gente como es, y animarlos. En todos hay algo de bueno y algo malo". Alguna espinita se le ha quedado clavada, algo por hacer o alguien a quien ayudar, pero tiene la conciencia en calma: "¿Quién te va a pedir cuentas? Haces lo que tienes que hacer en cada momento, y que el Señor complete la obra".

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