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Los Sábados, Fontán

El jinete que cambió la doma por los fogones

José Silverio Álvarez, "Pepe el Porretu", aparcó un futuro en la hípica para abrirse camino en la hostelería y montar hace 33 años Casa Amparo

José Silverio Álvarez, a la entrada del restaurante que hizo popular en el Fontán. LUISMA MURIAS

José Silverio Álvarez (Latores, 1945) ganó el primer campeonato de doma de asturcones en la playa de Candás hace cuarenta años. Fue el que más tiempo aguantó sobre el caballo. Tenía experiencia y una larga lista de premios locales al jinete más veloz en las carreras de Latores, San Claudio, La Tenderina o Llampaxuga. Tenía ante sí la posibilidad de abrirse camino en el mundo de la hípica, pero muy poco tiempo para entrenar. A las siete de la mañana se ponía detrás de la barra de su bar del Rosal y no salía hasta medianoche, dos horas más tarde si era fin de semana. El local que había cogido en alquiler en 1974 marchaba bien y a medida que se acercaba la década de los ochenta pintaba mejor. La movida llenó la calle de jóvenes con ganas de fiesta dispuestos a pasar toda la noche. Los pinchos volaban de su barra. Vendía 1.000 los viernes y otros 1.000 los sábados. Y en cuanto se hizo con vasos de plástico para servir cañas, caipiriñas, corales y mistela se convirtió en el pionero ovetense de las consumiciones de calle. Había dado con la fórmula para no perder vajilla y de paso evitar cortes por los cristales. Tuvo que elegir. O los caballos o la hostelería. Y escogió lo segundo.

A José siempre le llamaron "Pepe el Porretu" porque nació en la casería "La Porreta". Desde pequeño tuvo claro que lo suyo era ir por libre. Influyó que fuese hijo de vaqueros de alzada. Hizo su primera trashumancia con sus padres de Latores a Torrestío montado en carruaje con apenas un año y hasta los doce repitió la misma ruta muchas veces llevando ganado. Cuando alcanzó la mayoría de edad estrenó su libertad montando su propia empresa. Era una compañía de transporte para una escombrera de carbón en Mieres que fracasó al poco tiempo. Entonces vendió los camiones y buscó otro objetivo. Le echó el ojo al bar del Rosal. Allí trabajó con su mujer, una chica que servía las comidas y otra trabajadora que iba a mediodía exclusivamente a pelar patatas. Además de los pinchos y las copas, daban unas cien comidas diarias a noventa pesetas cada una. "Era una zona con mucha caída de gente de lo más diversa. Desde albañiles, hasta abogados e inspectores de Hacienda", explica "El Porretu", que echó el cierre al bar cuando le venció el contrato, en 1985.

Uno de los restaurantes más antiguos de Oviedo se traspasaba ese año por enfermedad. Casa Amparo, en el Arco de los Zapatos del Fontán, necesitaba una reforma integral sin perder su esencia. El hostelero se empleó a fondo hasta convertirlo en un establecimiento con lo último de lo último. Instaló aire acondicionado, "sólo cuatro o cinco locales lo teníamos por entonces". Y le puso mesas y taburetes altos, que también eran novedad. El 80 por ciento de su antigua clientela del Rosal se pasó al Fontán y la nómina de habituales se engrosó gracias al mercado de los jueves, sábados y domingos. "Aquellos era precioso, pero con la reforma de finales de los 90 cambió a peor. Ahora ni es mercado ni es nada. Ramón, el de Casa Ramón, y yo, llegamos a hablar con los concejales de aquella para pedirles que volvieran las señoras de los pueblos a vender, que trajeran artesanos, que hubiese pintores y más puestos de flores. Pero nada".

"El Porretu" respetó el tradicional menú de Casa Amparo dándole su toque particular y añadiendo nuevos platos. La carne gobernada siguió en la carta junto a platos de cuchara, pescados, paella y uñas de cerdo. "El plato reina del Fontán era la carne gobernada, que también la hacía Casa Bango. Realmente no me atrevo a decir quién la sirvió primero".

El restaurante sufrió una merma hace cinco años cuando el Ayuntamiento ordenó la retirada de la terraza por falta de licencia y protestas vecinales. "Aquello fue un golpe injusto a mi modo de ver, pero seguimos adelante y nos supimos reponer gracias a los clientes". José Silverio no se rinde fácilmente. Es un hombre de proyectos y de retos. Lo demostró en 1994 al abrir su segundo restaurante, el tercero de su carrera. Volvió a sus raíces y construyó una casa en Latores especializada en bodas, banquetes y comidas familiares. La inauguró sin grandes fastos el Martes de Campo de aquel año con la idea de servir a los empleados en agradecimiento. "No lo anunciamos en ningún lado y se llenó. Lo pasamos un poco mal para servir a todos, pero fue un éxito".

Veinticuatro años después está jubilado y mantiene sus dos negocios en el seno de la familia. Sus tres hijos de dedican a la hostelería: José Luis (que además es el presidente de la Asociación de Hostelería y Turismo en Asturias, Otea), Ignacio y Silverio. Vive en Latores, cuida de los pequeños de sus seis nietos y todos los años hace la ruta vaquera de Oviedo a Torrestío pasando por Las Regueras, Teverga y el puerto de San Lorenzo. "Hay que mantener las buenas costumbres".

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