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La huerta de las manzanas prohibidas

Un buen día, la tentación de recolectar fruta en tierras ajenas casi se salda con tiros; fue una gran lección

La huerta de las manzanas prohibidas

Era una huerta de mi abuelo materno que sólo tenía destinada al cultivo de manzanos. Según la ley de la vecería los manzanos daban fruto un año y al siguiente "descansaban". Ese año de descanso producían media docena de manzanas, con lo cual mi abuelo se cuidaba mucho de que nadie entrase en la huerta y le robasen la escasa producción que sólo él quería consumir.

Pero sus nietos sabían cómo entrar, a través del prado de al lado y saltar unas piedras que separaban las dos fincas. Vamos, trastadas propias de críos. Pero la historia importante hoy es otra, y también trata de manzanas.

Allá por el mes de septiembre y siendo yo un mozalbete, fui con mi hermano y su familia a Covadonga. Íbamos en su 600-E cargado de niños. Regresábamos a Oviedo en el tramo comprendido entre Infiesto y Nava, lleno de curvas. En un momento determinado yo vi que en el margen de la carretera destacaba una hermosa finca llena de orondas manzanas, una extensa pomarada. Le dije a mi hermano que parase en cuanto pudiese, porque podíamos coger alguna de aquellas manzanas tan apetitosas.

Así lo hizo y los dos salimos del coche para ir a la propiedad que tanto nos llamaba la atención. Cuando entramos, como era tan grande la cosecha que allí había de manzana, no se me ocurrió nada menos que quitarme el jersey que llevaba; hacer un nudo en sus mangas e ir metiendo las manzanas en él, para poder llevar más cantidad.

Cuando ya habíamos hecho una buena recolección miré hacia arriba. El corazón me dio un vuelco en cuanto vi que allí estaba un señor con una escopeta que nos observaba. Y, claro, no lo pensé dos veces: "corre hermano, porque pueden pegarnos un tiro", dije.

Llegamos al coche en un abrir y cerrar de ojos y salimos pitando. No hubo tiros, a Dios gracias y sí manzanas en abundancia. Pero aprendimos la lección.

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