2 Eduardo García

Sobre el «Cantar de Mio Cid» pesan muchas incógnitas. Una de las grandes referencias de los cantares de gesta en Europa no tiene, por ejemplo, autor conocido. Las hipótesis son diversas, al calor del paso del tiempo que tiende a borrar pistas y a confundir caminos de investigación. La última de esas teorías llega de la mano de la filóloga y arabista donostiarra Dolores Oliver, autora de un polémico libro titulado «El Cantar de Mio Cid: génesis y autoría árabe». ¿Es posible que el autor de una obra que ensalza las hazañas del arquetipo de caballero cristiano fuera precisamente un árabe? La hipótesis ha dividido a los expertos. Los arabistas no la desdeñan, los medievalistas «castellanos» la rechazan de plano.

El Cantar que nos ha llegado es una copia del original. Está escrita por el copista Per Abbat, al que algunos autores (el hispanista Collin Smith, entre otros) no descartan como el propio autor de la monumental obra. Es una hipótesis que se sostiene muy a duras penas. La copia está realizada en 1207, pero el original tiene fecha imprecisa. Quizás entre 1195 y 1207.

Dolores Oliver se basa en aspectos singulares de la personalidad de un héroe reflejado en los más de 3.700 versos del Cantar. Una personalidad muy mesurada y hasta generosa con el enemigo, alejada de los rigores que componían el perfil histórico del soldado cristiano. Sus estrategias militares son también muy islámicas, a juicio de los historiadores en la materia. El tono del Cantar, además, es siempre respetuoso con los árabes de la Península, en una época de fronteras muy movibles, de inseguridades y recelos mutuos. En los años de posible redacción del «Cantar de Mio Cid» tiene lugar la cuarta cruzada y la toma de Constantinopla. Unos pocos años más tarde, en 1212, se produce la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa.

El catedrático de Literatura Española en la Universidad de Zaragoza, Alberto Montaner, está considerado una de las principales referencias en «el Cantar». Para él la teoría de la profesora Oliver «es completamente inviable. No tiene peso ni por razones lingüísticas ni por razones históricas». «El Cantar de Mio Cid» guarda -dice- íntima relación con la épica francesa «y es un producto típico de la parte románica y cristiana de la Península». Montaner también tiene su teoría, centrada en la figura de un jurista, quizás un abogado en ejercicio.

Casi todo el mundo asume que el texto original del Cantar se compone en fechas muy cercanas a la copia que ha llegado hasta nosotros, que se guarda en la Biblioteca Nacional. Hay que diferenciar al autor del copista, pero reconociendo que se trata de personas coetáneas. ¿Se conocieron? Probablemente no.

Alberto Montaner refuta en declaraciones a LA NUEVA ESPAÑA algunos de los argumentos de la «islamización» del autor del Cantar relativos al mayor realismo en la literatura árabe que concuerda con las nada exageradas hazañas del Cid. «Depende de a qué tradición literaria árabe nos refiramos. Hay héroes que con un solo alarido logran derribar del caballo a los enemigos. En la tradición musulmana hay de todo», y en cuanto a los cantares de gesta del otro lado de la frontera, la cristiana, Montaner acepta que «El Cid es un héroe más mesurado que los del cantar de gesta francés», pero la gran obra maestra, la «Chanson de Roland», «no es un texto especialmente exagerado. En modo alguno el "Cantar de Mio Cid" choca tanto con la tradición francesa».

No es extraño que el autor del Cantar conociera bien las costumbres islámicas. El poema nace en un contexto cultural en el que existía un conocimiento del medio islámico mucho más de primera mano de lo que podríamos suponer. Hay permeabilidad social. Había ya más de cuatro siglos de Reconquista y, por tanto, de convivencia, aunque fuera convulsa, entre pueblos y religiones. «El Cantar -dice Montaner- es el reflejo de una sociedad con intercambios culturales con el mundo árabe y deja entrever un espíritu de frontera que es distinto a un espíritu de cruzada. El moro es el adversario, pero no tanto el enemigo. No estamos hablando de alguien intrínsecamente malo». Convivencia de culturas; por tanto, intercambios. «El largo contacto ha producido una comprensión, una tolerancia en el sentido clásico del término».

«El autor demuestra conocimientos profundos del derecho castellano, así como de determinados procedimientos legales como el llamado reto entre hidalgos. Lo que hoy entendemos como un duelo es el residuo de lo que en la Edad Media era un procedimiento jurídico muy bien regulado. El derecho, en aquella época, era de tradición oral, pero no todo el mundo lo conocía. No hablamos de una competencia pasiva para entenderlo, sino de una competencia activa para redactarlo. La parte final del "Cantar" es el equivalente, unos cuantos siglos antes, a una película sobre abogados y juicios rodada en Hollywood».

Un profesional del derecho a finales del siglo XII. Pudiera ser. O alguien ligado a la Cancillería del Rey, que contaba con gabinetes jurídicos. «En esta materia al autor del "Cantar de Mio Cid" no se le pilla ni en un solo renuncio. No es, por tanto, alguien que hubiera oído campanas». Por tanto, un jurista con vocación literaria.

La autoría monástica es la que tiene menos seguidores, la menos probable. «No hay nada en el texto del Cantar que no pudiera saber cualquier laico bien informado», señala Alberto Montaner. En los siglos XII y XIII la mayor parte de los talleres de copia funcionaban en el ámbito de las catedrales y los monasterios. Copias que se realizaban, en muchas ocasiones, por encargo y previo pago. Pero aquí no hablamos de una copia, sino de un original salido de la mano de un autor que sabe mucho del mundo, mucho más de batallas que de santos. Quizás alguien que, si hacemos caso a esta teoría del monje, fue guerrero antes que fraile.

En el siglo XII algunos de los juglares de aquella época equivaldrían a los cantautores de la nuestra, pero por lo general los juglares eran transmisores de textos, no creadores. El Cantar revela una alta competencia literaria porque el texto está muy bien compuesto. ¿Un juglar con conocimientos jurídicos? No es descartable, pero no debía de ser frecuente.

El «Cantar de Mio Cid» es una obra universal por varias razones. La primera, obvia, porque ha llegado hasta nosotros casi intacta, un pequeño milagro literario, a juicio de Montaner. La segunda, por sus innegables cualidades literarias.

Probablemente fue una obra muy popular, porque mucho antes de que existiera Hollywood, el autor del Cantar conocía los resortes del éxito. El Cantar lo tiene todo: un héroe, acción y suspense, un guerrero frente al destino, las injusticias del poder, campos de batalla y salones cortesanos...

Rodrigo Díaz, convertido aquí en personaje literario, lo fue de carne y hueso, aunque la mitomanía nacional lo haya engrandecido hasta la caricatura. Los escolares de los años cincuenta y sesenta estudiaron a un héroe que ganaba batallas después de muerto. Es una invención. El Cid muere el 10 de julio de 1099, hace ahora 910 años.

Le tocó conocer a tres reyes. La historia no tiene desperdicio. Fernando I el Magno, rey de León, tuvo la infeliz ocurrencia de dividir el reino entre sus tres hijos. A Sancho, Castilla; a Alfonso, León, y a García, Galicia. Los tres hermanos no pararon de guerrear tras la muerte de su padre. Sancho y Alfonso se alían para acabar con García, y lo consiguen.

A Sancho lo asesinan en 1072, y su hermano Alfonso hereda la corona tras jurar en la iglesia de Santa Gadea, en Burgos, que no tuvo arte ni parte en la traición que acabó con la vida de Sancho. A Rodrigo Díaz le toca tomar ese juramento, y Alfonso, ya convertido en Alfonso VI, nunca se lo perdonó. El Cid vive dos destierros, que aprovecha para tomar distintas plazas en el Levante español. En 1094 toma Valencia, y seis años más tarde fallece, a los 56 años.

Estaba casado con una asturiana, Jimena, hija del conde de Oviedo. Alfonso VI morirá quince años más tarde y hereda su trono, en medio de enormes dificultades, su hija Urraca. La Península, desmembrada en mil reinos de taifas, había vivido años atrás hasta cuatro invasiones almorávides.

En algún momento del siglo XII alguien compone el «Cantar de Mio Cid». La lógica nos haría pensar que hay que centrarse en la primera mitad de la centuria, cuando la memoria de las gestas de Rodrigo Díaz de Vivar estaba aún fresca. Pero nada hay que lo documente.

La copia de Pere Abbat es, como decíamos, de 1207. La Península por entonces estaba llena de ciudadanos que abrazaban la fe musulmana.