«Armando es la espiritualidad, parece un arlequín de la época azul de Picasso; Luis tiene la mirada de un seductor y Miroslaw la pose y la dignidad de un general...». Pero ni Miroslaw tiene a su mando una división acorazada ni Luis es un actor de cine ni Armando un filósofo. Armando, Luis y Miroslaw, como Segundo y Theo, son mineros. Trabajadores del pozo Santiago de Aller a los que la cámara del fotógrafo francés Pierre Gonnord (Cholet, Francia, 1963) ha retratado recién salidos del tajo, con el rostro tiznado del carbón que acababan de arrancar de las entrañas de la tierra.

Los retratos de estos cinco mineros asturianos, además del de Wojcieck y Javier, que trabajan en una mina de Villablino (León), forman parte de la exposición «Terre de personne» (Tierra de nadie), abierta en Madrid, en la sala Alcalá 31 de la Consejería de Cultura de la Comunidad y en la que el fotógrafo, afincado en la capital de España desde hace más de veinte años, retrata la vida rural del norte de España (Asturias, León y Galicia) a partir de 38 fotografías, de las que 19 son retratos y 18, por primera vez en la obra del artista, paisajes. Paisajes entre los que se puede encontrar, por ejemplo, uno que muestra toda la fuerza del Cantábrico con las olas batiendo furiosas en el Cabo Peñas.

Pero el objetivo de Pierre Gonnord se ha posado con especial atención en las cuencas de Asturias y León hasta lograr impresionantes retratos de mineros recién salidos de la jaula, con el rostro sucio del polvo del carbón, pero la mirada limpia. Un biotipo muy diferente al que se había enfrentado hasta ahora con su cámara que se había detenido especialmente en lo urbano y sus moradores, desde los habitantes de los extrarradios de París y Madrid hasta el mundo de los yakuzas y las geishas en Japón, pasando por diversas tribus urbanas, la comunidad gitana de Perpignan o del sevillano barrio de las Tres Mil Viviendas.

«Me interesaba dedicarme a otro universo que no fuera el de la ciudad», dice Gonnord, «y quería centrarme en el mundo rural en un proyecto que durará tres años y del que esta exposición es el primer eslabón». Para ello cogió su cámara, la echó en el asiento trasero de su coche y puso rumbo al norte de España y Portugal. Allí posó su mirada en comunidades rurales aisladas, en sus gentes, su paisaje, en personas, en fin, con un estilo de vida muy diferente al urbanita. El fotógrafo, en este su viaje al Norte, no pretende hacer «una apología de una región, me interesan los individuos como tales y como pertenecientes a una comunidad».

Pierre Gonnord quería estudiar la tierra, el mar y el subsuelo y las personas que trabajan en estos entornos, agricultores, ganaderos, pescadores... «y por supuesto mineros». Y es que el fotógrafo confiesa que le dejó marcado «el drama que se vivió en Francia cuando hace unos años se cerraron todas las minas de carbón, concentradas en las regiones de Alsacia y Lorena y Nord-Pais de Calais». Lejos de su valle del Loira natal, «pero aquella convulsión social que se vivió en mi país al desaparecer un sector tan importante me causó un fuerte impacto porque fue muy doloroso».

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El fotógrafo francés entró en contacto con el Ministerio de Industria, con las direcciones de Hunosa y del Grupo Victorino Alonso y con varios responsables sindicales para que le facilitaran el acceso a las explotaciones mineras. Así pudo ponerse el buzo, calzarse las botas, calarse el casco y bajar hasta las profundidades de la tierra en varias minas leonesas o en las asturianas de Cerredo (Degaña) o el pozo Santiago (Aller).

Allí comprobó que el trabajo en las entrañas de la tierra «es un mundo aparte, fascinante, duro... y en el que el minero mantiene una relación de amor odio con la mina, que es la que le da de comer, pero también la que le puede matar». Pudo compartir vivencias con los trabajadores de la mina, con sus sueños, sus miedos, sus esperanzas, su duro trabajo... y resalta «su compañerismo, la ayuda que se prestan unos a otros, su sentimiento de pertenencia a un mundo aparte, un mundo muy distinto al existente seiscientos metros más arriba. Yo compararía a los mineros con los trabajadores de la mar. Me parece que tienen ciertas similitudes».

De esta manera comprendió que ésta, la de la minería, era «una historia de personas, de generaciones, de familias que se han ido pasando el testigo y el martillo de picador de abuelos a padres, hijos y nietos. Una historia de una territorio que se ha ido modificando a través de esta explotación minera y a la que la misma ha marcado. Pero que ha marcado sobre todo a las personas, porque a mí me interesan los grupos, pero sobre todo los individuos. Los individuos, las personas, como tales, y como miembros de una colectividad».

Así Pierre, durante este trabajo que realizó durante la primavera y el verano pasados en Asturias, pudo convivir con Javier. Un hombre que contaba los días para que le llegara la prejubilación y «con el que compartí la emoción de estar juntos en sus últimas bajadas por la jaula y retratarle en sus últimos días en la mina».

El fotógrafo, como afirma apasionado, quiso retratar al minero como individuo para reflejar y plasmar a la persona como tal y a través de él a la colectividad a la que pertenece. «Los retratos explican la mirada de una persona. Todos son mineros, pero tienen nombre propio: Armando, Theo, Luis, Miroslav, Segundo... Cada uno tiene su personalidad». Todos ellos, explica, «me han recibido con una generosidad sin límites. Me han abierto su mundo, su psicología, su yo».

En definitiva, han ganado el corazón de este artista que ya prepara su vuelta a Asturias, a las cuencas mineras, que tiene prevista para enero, para seguir reflejando con su cámara a los trabajadores de la mina, su vida, la huella que deja en el paisaje su trabajo, sus botas, su ropa de trabajo, el paisaje de las comarcas carboneras, sus gentes...

Seguir reflejando cómo debajo de la negra capa de carbón que tizna los rostros de los hombres a los que la jaula saca de las profundidades del pozo hay personalidades tan ricas y con tantos matices como la «espiritualidad de Armando, su delicadeza, la calma de su mirada limpia y noble; observar a Luis, un seductor, comprobar cómo abraza la vida o Miroslav, al que su rostro le muestra como un hombre de mando, con una mirada dura, que parece casi la de un general que, después de la dura batalla diaria del trabajo, sigue pensando cómo organizarlo para el día siguiente». Unos hombres «con la mirada limpia y rostros duros, pero bellos, que emocionan. Para mí son como héroes».

Teo González, Armando Fernández y Luis Rodríguez son tres alleranos que se han convertido, sin querer, en el rostro de la minería asturiana. Los tres mineros recibieron hace dos meses una sorprendente visita en el vestuario del pozo Santiago de Aller. El fotógrafo francés Pierre Gonnord les esperó, cámara en ristre, para inmortalizar su rostro después de un día de trabajo. Ahora, sus retratos forman parte de la exposición «Terre de personne», que se exhibe hasta el último día de febrero en la sala Alcalá 31 de Madrid. Orgullosos, aseguran que Gonnord les eligió «por nuestros rasgos y nuestro carisma». Ahora tienen en casa una copia de su foto y dicen que la guardarán toda la vida porque «se nota que la hizo un gran artista».

La visita de Pierre Gonnord pilló por sorpresa a los mineros. «Íbamos llegando al vestuario y, antes de cambiarnos, nos pedía hacer una foto», explican. Aunque ninguno de los tres había oído hablar con anterioridad de Pierre Gonnord, Teo González asegura que «en cuanto lo vi, supe que estaba ante un artista». «Se nota que es una de esas personas con las que se puede hablar, que tiene cultura», añade Armando Fernández, «Mandi». Eso sí, el francés no se entretuvo mucho con los mineros. Luis Rodríguez recuerda que «sólo tardó unos minutos, me dijo que mirara a la derecha y a la izquierda. Disparó unas cuantas veces y terminó, no me mareó». Un mes después del encuentro, Pierre Gonnord envió a cada uno de ellos «dos fotografías de tamaño folio y una invitación para ver la exposición en Madrid».

Aún no han visitado la exhibición «Terre de personne» y, de momento, tampoco tienen pensado hacerlo. «Tengo la foto en casa, y puedo hacerme una idea», declara Fernández. Luis Rodríguez, por su parte, opina que «no somos conscientes de la importancia que puede tener nuestro retrato porque, al fin y al cabo, está exponiéndose en Madrid. Al tenerlo lejos sabemos que no repercute tanto como si estuvieran en Oviedo o en Gijón, porque nuestros familiares y nuestros vecinos no nos ven». Los trabajadores dicen que el propio Gonnord les dijo que su elección se basó en «nuestros rasgos y nuestro carisma». No en vano, sus imágenes se han convertido en la cara de la minería asturiana y ellos, orgullosos, declaran que sus retratos «reflejan a la perfección lo que es este mundo, la vida en las zonas mineras». «Estamos cansados y ajados, después de ocho horas de trabajo. La verdad es que captó muy bien nuestro gesto», añade González.

En realidad, la vida de estos tres alleranos no podría estar más ligada a la mina. Armando Fernández, natural de Oyanco, comenzó a trabajar en el pozo Santiago hace diez años, cuando tenía 24. «Empecé siendo muy joven y hasta el día de hoy». Luis Rodríguez, natural de Bello y vecino de Cabañaquinta, también empezó pronto, a los 22, y en 2010 celebrará su 21 cumpleaños como minero. El allerano asegura que «antes, cuando andaba por los chamizos, era mucho más duro. Ahora llevo ocho años en Hunosa y estoy mejor, es mucho más llevadero».

La historia de Teo González, sin embargo, es un poco distinta. Natural de Babia, se mudó a Aller hace 19 años y trabaja en la mina desde entonces. El 1 de febrero de 2006, el mismo día de su cumpleaños, sufrió un accidente laboral «muy gordo». Cuando salió de la mina, alguien le dijo que no volvería a entrar, pero dice que «como buen babiano, di media vuelta y seguí hacia adelante».

Los tres reconocen que su empleo «es muy duro», pero piden «que la mina dure siempre, que no se termine nunca». Se confiesan «enamorados y enganchados» al trabajo en las explotaciones de carbón. En una ocasión, uno de los compañeros polacos de Teo González le dio un frase que le acompañará durante el resto de sus días laborables: «Mina es nombre de mujer y es tan astuta que enamora».