l De Vega a la Iglesiona. «Así que a mi abuela, la mujer de Lucas Merediz, le mataron en una guerra civil carlista a su padre, Mariano Díaz Parreño, coronel del Ejército Cristino, contra los liberales; y a un hijo, Mariano, en otra guerra civil. Ella jamás quiso hablar de todo aquello. Mariano era el hermano de mi madre, Trinidad Merediz. Mi padre, Sergio Herrero, es un hombre de derechas, monárquico, y fue concejal de Gijón en la época de Primo de Rivera. Toda la familia Herrero es de derechas, y del conde de Revillagigedo, que era una personalidad en Asturias en esa época y tenía en las aldeas a sus caciques respectivos. Mi padre lo era en Vega, al lado de lo que después será la mina La Camocha. Al llegar la Guerra Civil mi padre estuvo preso en la Iglesiona y se cuenta que como habían ejecutado a otro Herrero, a él no lo fusilaron. Desde entonces mi padre no quiso meterse en política y no volvimos a Vega, donde hubo también una represión muy dura».

l Ateo a los 15 años. «Nací en 1931 y sólo conservo un recuerdo muy temprano, como una foto mental, de octubre de 1934: me acuerdo de haber entrado en el despacho de mi padre, en Vega, y ver la mesa llena de escopetas, de una requisa quizás. De la guerra conservo también la imagen de ver limpiar con mangueras la sangre en las aceras frente al Instituto Jovellanos, al lado de la Iglesiona. Se había producido un bombardeo y hubo víctimas civiles; ello fue lo que motivó, esa misma tarde o noche, la saca de la Iglesia de San José a la que antes me referí. Yo estaba en aquel lugar, viendo cómo limpiaban, porque ya digo que mi padre estaba preso en la Iglesiona. La guerra no tuvo para mí más resonancias directas. Por tanto, yo soy de derechas y voy a estudiar a los Jesuitas de Gijón, con siete u ocho años. El Colegio de la Inmaculada había reabierto en la calle de Uría y allí ingresé. Se establecieron los estudios de preparatoria, ingreso, primero y segundo. Empecé en los Jesuitas y recuerdo que a los 15 años, cuando estaba en quinto o sexto de Bachillerato, llegué a la convicción de que era ateo. Fue tal vez porque vi que aquello no tenía solución: por ejemplo, el propósito de la enmienda, de nunca más pecar, ¡y con 14 años! También había un control estúpido, ya que incluso controlaban a los que no comulgaban todos los días. El colegio estaba ya entonces en la calle de Cabrales, y en el mismo sitio donde proyectaban las películas los domingos, el salón de actos, se celebraba la misa. En el momento de comulgar se levantaba el padre inspector para controlar estrechamente a los que comulgaban, de forma, insisto, estúpida. Fue un momento en el que me dije: "Aquí tienes que buscar una salida". Muchos años después tuve que abjurar del catolicismo para casarme por lo civil en 1970. Teóricamente yo seguía dentro de la Iglesia y tenía que celebrar el matrimonio religioso, así que el juez me pidió un escrito de abjuración, de apostasía, que tuve que llevar al párroco de San Pedro, que me dijo: "¿Qué quiere que haga con esto?". "Pues póngale el sello", le respondí. Aquello tuvo su dificultad».

l El atletismo del general Moscardó. «Acabé en el colegio de los Jesuitas y cursé por libre la carrera de Derecho en la Universidad de Oviedo, estudiando en la academia de Cimadevilla, de don Fermín García-Bernardo. Don Fermín hacía mucho, pero el paso por la Universidad siempre hubiera sido mejor, algo distinto. No digo que me arrepienta de lo que hice, pero la verdad es que yo no pude ir a la Universidad. Yo seguía siendo de derechas, pero en la familia no se hablaba nada de política. Por la parte de mi abuelo Lucas, mis tíos habían sido de Azaña, pero para ellos fue un trauma tremendo el fusilamiento de su hermano. Eso sí, eran gente de orden. Y ya conté que mi padre nunca volvió a meterse en política. Yo era de derechas y muy aficionado al atletismo, pero me metí en política. ¿Por qué? En sus escritos políticos de 1917 a 1920 ya decía Ramón Pérez de Ayala que un intelectual como él podía no involucrarse en política en Francia, en Alemania o en Inglaterra, pero en España no había más remedio que meterse. Si yo hubiese estado en aquel tiempo en Noruega o en Suecia, habría sido entrenador de atletismo, y feliz; pero, para empezar, en España el atletismo estaba muy mal muy mal, y con datos objetivos. Yo vi quedar campeones de España a atletas que saltaban 1,80 cuando hoy las mujeres saltan dos metros y pico. El delegado de Deporte era el general Moscardó, el del Alcázar de Toledo, que era también una academia militar de atletismo; pero con Moscardó las cosas no iban, y aquello era un reflejo de la situación general de España. Existía el Club Atlético Gijonés, pero no había ninguna pista. José Luis Rubio, que fue campeón de España de vallas, tenía que ir a saltar a Avilés. Había deportistas, pero no instalaciones; no había nada. Mi afición había comenzado en el colegio de los Jesuitas, y para mí una carrera de 1.500 metros sigue siendo un placer estético. Fui entrenador de atletismo en los Jesuitas y quedaron campeones de España en escolares en 1956, Dionisio Morán entre ellos. También era entrenador Gabiñau, de hockey, y Bango, de baloncesto».

l La Legión acabada. «Cuando acabé la carrera, como ya había hecho la milicia universitaria, pedí ser voluntario y me enviaron seis meses a la Legión, al Primer Tercio "Gran Capitán", así que mandé en la misma bandera que Franco, la que había fundado con Millán Astray. Yo mandaba la entrada en comedores durante la semana. En la milicia universitaria pasabas dos veranos de campamento, y del primero salías como sargento, y del segundo, alférez. Aquella bandera de la Legión estaba en Tauima, cerca de un cementerio moro, a unos 20 kilómetros de Nador y a 50 de Melilla. Por la noche veía a los legionarios borrachos perdidos, o idos por el kiffi, la droga; pero, claro, la droga debilita y la Legión aquélla era un desastre militar. Había capitanes de la Guerra Civil que llevaban allí 20 años, y muy mal. Llevaron un aparato de rayos para examinar los pulmones de los soldados y tuvieron que dejarlo porque se quedaban sin Legión de lo machacada que estaba la gente. Era hacia 1955 y fue la época en la que España perdió el protectorado del Riff, porque volvió el sultán de Madagascar, adonde lo habían llevado los franceses».

l En busca del materialismo dialéctico. «Al volver del servicio militar puse la Gestoría Herrero Merediz. En España comenzaban entonces los problemas en la Universidad y la política empezó a ponerse muy viva. En aquel momento todo el mundo hablaba del materialismo dialéctico, pero nadie sabía lo que era. Le pregunté a alguien que había estado 18 años en la cárcel, y me respondió; "Es la única filosofía verdadera". "Sí, pero dime algo más, ¿qué es?". No hubo manera. Existían unos libros muy gruesos de dos jesuitas que hablaban mucho del marxismo, aunque en su contra, pero no había forma de encontrarlos. Le pregunté también a un catedrático de instituto, San Miguel, y tampoco sabía lo que era. Total, que cogí una vespa y me fui a Francia, a ver si averiguaba lo que era el materialismo dialéctico, y aparte de eso, me fui a la vendimia. Había miles de españoles tirados por las carreteras o en las estaciones, esperando a que los llamaran. Estuve en la zona de Carcassonne y Toulouse y en Lesignac. Quise entrar en contacto con el Partido Comunista y me dieron una dirección en Toulouse que todavía recuerdo: 42 Rue Pargaminiere. Allí me dijeron que el que lo llevaba ya no estaba en el Partido Comunista, pero que ya me buscarían un contacto. Me fui más al norte, también con la vendimia, para tener unos ingreso. Ya en Lesignac había empezado a leer sobre política y cuando subí hacia Poittiers era ya el mes de noviembre y hacía un frío que pelaba. Por las mañanas era imposible leer y el cansancio también lo impedía, lo cual me demostró que llega un momento en el que el trabajo físico agota completamente otros intereses en la vida».

l Horacio huye de la «rubia». «Después ya entré en contacto con el partido Comunista y llegué a París. Allí trabajé en la construcción, en la HLM, que hacía casas baratas. Estuve con Horacio Fernández Inguanzo, que había salido de Asturias por las huelgas de 1957. Se había librado por los pelos de ser detenido. En la calle de Ezcurdia de Gijón estaba el café de Gregorio, padre de Ángel y Chano Castañón, y Horacio vivía enfrente. Era un hombre de una vida muy ordenada y por la noche siempre estaba en su casa, pero ese día se había puesto a jugar, que no solía, una partida en el café de Gregorio. Al salir se encontró con una "rubia" la Brigada Político Social, porque la Policía tenía en Gijón una «rubia», una furgoneta con la parte de atrás de madera. Al verla frente a la puerta de su casa Horacio escapó. En París me presentó Julián Grimau a Carrillo, que me dijo que me quedara en Francia. Yo le repuse que "no, porque va a caer el régimen de Franco y quiero estar en Asturias para vivirlo". Y me volví para seguir en contacto con el PC, son años muy activos en la clandestinidad. El año 1959 lo fue particularmente, y en diciembre es cuando se celebra el congreso de Praga del PC, hasta enero de 1960, y es ahí cuando a la vuelta nos detienen a todos».

l El espíritu de la Constitución. «Fui al Congreso con mi pasaporte legal, pero para entrar en el "telón de acero" los dos únicos puntos de acceso eran un aeropuerto de Holanda o el "Orient Express", que salía de París y pasaba por la frontera de Nuremberg. Allí sacaron fotos de todos los pasaportes, y la Policía alemana pasaba esa información a otros países, a España. El congreso de Praga fue el de la aprobación de la política de reconciliación nacional. La clave era afirmar que no podíamos mirar hacia el 36, porque aunque era verdad que en aquella época había mucha gente que había estado en el otro bando durante la guerra, había que hacer otro planteamiento. Teníamos en España el problema la falta de libertades y planteábamos que había que crear un Gobierno provisional. Aquella reconciliación nacional que proponíamos era realmente el espíritu de la Constitución española posterior. Y hay que distinguirlo: no era el olvido de lo que pasé en 1936, sino afirmar que lo pasó en la Guerra Civil no nos podía separar entonces. Todo esto se ha complicado mucho últimamente por causa de la memoria histórica. Es complicado, pero yo soy partidario de la memoria y de decir "oiga, esto fue lo que pasó: se hicieron barbaridades por una y otra parte, pero continúa la barbaridad de que no se sepa dónde están enterrados los de una parte y, en segundo lugar, aunque sólo sea por el tiempo que duró, hubo sitios donde la barbaridad fue rápida, pero en otros?"».

l De seis meses a pena de muerte. «Así que me detuvieron y me condenaron por rebelión militar, que era un delito que siempre exigía la posesión de armas; pero en nuestro caso no había ninguna, porque ya no las había, ni guerrillas ni guerrilleros. El PC ya no manejaba eso. La legislación había ido cambiando, pero la fueron modificando violando o violentando lo que era el delito de rebelión militar. Nunca se me olvidará el momento en el que pregunté por la condena y me respondieron: "De seis meses a pena de muerte". Si te dice eso el teniente coronel, te quedas impresionado. Yo era licenciado, pero qué coño sabía lo que era la rebelión militar. Sabía que a mí no me podían aplicar la pena de muerte, pero me torturaron, aunque sea un episodio sobre el que no tengo mucho interés en volver; pero sucedió en la Comisaría de la calle de Cabrales de Gijón, en lo que después ha sido edificio de la Cámara de la Propiedad Urbana. Me bajaron entre dos policías al sótano porque yo no me tenía en pie, pero a mi lado estaba un «niño de la guerra», de los que habían ido a Rusia, y tenía en el dorso de la mano los agujeritos de haberle arrancado la piel. En el tranvía picaban los billetes con un aparato, y con él lo torturaron. Eso lo vi yo, y oí sus gritos. A mí eso no me lo hicieron, porque mi tío era forense de Gijón, Manuel Merediz, el hermano de Mariano Merediz y de mi madre. Además, yo era de familia conocida. Había ido a entrenar ese mismo día a los Jesuitas, así que estaba completamente sano, pero me bajaron al sótano hecho polvo y decían: "Te vamos a llevar a la playa de Estaño y vas a desaparecer", y yo replicaba: "No, a mí no me pueden hacer desaparecer, a otros no sé". No obstante, en esa época, a comienzos de los años sesenta, ya no había desapariciones; la represión era completamente distinta de la de años anteriores».

l Entre Recaredo y la conducción. «Había un policía muy conocido, Recaredo, que antes había participado activamente en la represión de las Cuencas. Es curioso que a Recaredo yo le conociera del Grupo Covadonga, y él a mí. Era el Grupo del barrio de La Arena, que era una sociedad en aquel momento muy abierta; había gente de todas las ideas, pero allí no se discutía nunca de política. Había viejos anarquistas que habían sido condenados a pena de muerte y también falangistas. En ese sentido era una sociedad muy positiva. El instructor de aquellas causas, para evitar distintas condenas, estaba en Madrid. Antes había sucedido que, por ejemplo, a Jordi Pujol lo condenaron a dos años por haber cantado "Els Segadors", pero el capitán general no estuvo de acuerdo con la condena y la recurrió. Así que para unificar criterios se creó una jurisdicción militar, la del famoso juez Aymar, para toda España. El Tribunal de Orden Público se había creado mediante ley del año 1959, pero se pone en funcionamiento hasta el fusilamiento de Grimau, con el que se armó un escándalo tremendo, en 1963. El juez instructor también estaba en Madrid y es el que me dice lo de "entre seis meses y la pena de muerte". Me habían detenido el 8 de febrero de 1960, pero no veo al instructor hasta el 30 de abril. Hasta entonces estuve aislado en la prisión de El Coto de Gijón. Luego me llevaron en conducción con la correspondiente pareja de la Guardia Civil: una de aquí a León (donde me metieron en la cárcel en de las murallas); otra hasta Palencia, otra hasta Ávila, y así. Así que ibas de pareja en pareja de Guardia Civil, esposado y en tren. En un momento del viaje me vio un compañero y quedó asustado. La conducción siempre asustaba».

l Mil tíos presos en Burgos. «Llegamos a Madrid y nos tienen allí hasta que nos juzgan en noviembre. Nos defiende un capitán militar, Pardo de Santayana, creo recordar que José Ramón, muy buena persona, que hizo lo que pudo, aunque poco podía. De mano nos metieron a todos 20 años de cárcel. Cuando me preguntaron si tenía algo que decir, dije que "sí, que me habían torturado", porque era verdad. Mi condena fue de 12 años, la subieron después a 15, para acabar en 14 años. Catorce años eran muchos años, pero tal vez vivíamos con el optimismo histórico, y sucedió que llegamos al penal de Burgos y nos encontramos con mil tíos que llevaban no 15 años de condena, sino 15 años de cárcel efectiva, o 18, o 20 años. Tú llegabas allí y comprobabas que la situación de nuestra represión comparada con la de los años cuarenta y tantos no tenía nada que ver. Hombre, todavía nos obligaban a desfilar todos los domingos después de la misa, pero las cosas fueron cambiando del año 1960 al 1963, y también a causa de la encíclica "Pacem in 5

", que la manejábamos mucho. Se celebraba también el Concilio Vaticano II y utilizábamos mucho aquellos argumentos, muy lógicos».

l Indultos por los Papas. «A mí me cogieron tres indultos y los catorce años me los dejaron en siete. Cada vez que moría un Papa y elegían al siguiente había un indulto. Cogí dos indultos por los Papas y el de los "25 años de paz". La verdad es que tenían que liquidar aquella situación de tantos presos; no podían con ello y si llevaban tantos años era porque habían sido reincidentes. La represión fue muy dura durante la guerra y al final de ella, pero en el año 1943 o 1944 se creyó que iba a cambiar el régimen y hubo una nueva ofensiva. Entonces muchos de los condenados a comienzos de los años cuarenta volvieron a ser detenidos, con lo que tenían ya dos penas o pena de muerte. Y ésa es la razón de los indultos; ésa y la «Pacem in terris» manejada a todo pasto, por lo que decía de los derechos humanos. Estaba también la crisis del régimen y económica a partir del año 1959, y la entrada del Opus Dei en el Gobierno, o la aspiración a entrar en el Mercado Común, que exigía democratizarse. Es un cambio que nosotros percibimos en la cárcel».

l Segundo pagador a Hacienda. «Salgo en 1964 en libertad condicional y durante dos años y medio tengo que presentarme los días uno y 15 de cada mes. Si reincidía, tenía siete años de condena pendiente, pero como soy muy cabezón seguí en el Partido Comunista. En 1967, con la libertad definitiva pude matricularme como abogado. No podía hacerlo estando en libertad condicional, y además me habían inhabilitado como gestor. Me matriculo en Madrid porque allí distinguían las penas por rebelión militar, que era un asunto político, de las penas por delito común. Aquí en Oviedo no diferenciaban. Traslado la matrícula a Oviedo y de ahí a Gijón y soy el abogado del Partido Comunista. Ser abogado del PC era muy incómodo y poco rentable. Eso no quitaba para que entonces hubiese lo que se llamaba la evaluación, es decir, que pagabas a Hacienda de acuerdo con las cantidades que marcaba el Colegio de Abogados. Pues a mí me ponía el Colegio como el segundo abogado de Gijón que más pagaba porque se suponía que tenía muchos ingresos, pero en realidad tenía muchos pleitos pero no se traducían en ingresos. Los abogados comunistas o los compañeros de viaje no cobraban nada, ni del Socorro Rojo, como se ha dicho. No tenía pleitos civiles pero sí los de detenidos y multas de orden público del PC, salvo algunos».