«Desbrozando camino» con mentalidad de «exploradores». Así iniciaron los primeros trabajos de inseminación artificial los equipos médicos que en Asturias se plantearon hacer propias las nuevas técnicas que entonces asombraron al mundo. Era 1983 cuando se practicaron las primeras inseminaciones en el Principado, recuerda el andrólogo Carlos García Ochoa, fundador del Centro de Fecundación in Vitro de Asturias (Cefiva). «Era la única técnica del momento, muy rudimentaria. Todo consistía en instalar el semen en el cuello del útero». Dos años más tarde ya funcionaba en Asturias un banco de semen. A las consultas llegaban parejas cuyo principal problema era la ausencia o la baja calidad de los espermatozoides.

Cefiva nace en 1989 como empresa dedicada a la fecundación in vitro, cuyas técnicas apuntaban, sobre todo, al perfil de mujer con trompas obstruidas, patología que impide que el óvulo pueda pasar al útero para ser fecundado. El nacimiento de la empresa asturiana y de otras parecidas en España coincidió con la aprobación en 1988 de la ley de Reproducción Asistida, modificada en 2006.

«España tiene probablemente la legislación más permisiva de Europa, y quizá del mundo. Hay países que ni siquiera permiten congelar embriones», dice Ochoa.

En 1991 se inició el programa de donación de óvulos en Asturias. En 2009 la Consejería de Salud del Principado dio luz verde a la congelación de óvulos, cada vez más en boga, en parte debido al fenómeno de la maternidad tardía.

Una de las grandes revoluciones en este apasionante proceso llegó en 1995, con la microinyección espermática. Un solo espermatozoide inyectado a un solo óvulo, avance que permitía la paternidad biológica de varones que generaban muy pocos espermatozoides o que, por obstrucción de las vías, no eran capaces de eyacular. El proceso incluía la posibilidad de recoger espermatozoides directamente del testículo.

En 2002 se da a conocer el diagnóstico genético preimplantacional, para evitar la transmisión de enfermedades genéticas. García Ochoa lo explica: «La paciente se somete a una microinyección espermática, dejamos crecer los embriones unos tres días, tiempo suficiente para que podamos contar con unas ocho células, susceptibles de ser estudiadas y comprobar si son portadoras de enfermedades». En caso de que estén sanas, se introduce el embrión. En 2003 Cefiva inició los trabajos con pacientes seropositivos a través de técnicas de lavado seminal para borrar las cargas virales.

El ginecólogo Ignacio Arnott dirige la unidad de reproducción del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), creada en 1989 por él mismo y por su colega Jesús Touris -ya jubilado- en lo que por entonces era el servicio de Ginecología del Hospital General. El primer fruto de esa unidad, Julio Jesús, vino al mundo en julio de 1991. «Fue emocionante. Nos llevó casi un año y medio de trabajo», rememora el doctor Arnott, quien añade que «hoy en día no deja de ser una gran satisfacción el que nos llame una paciente para decirnos que el test de embarazo le ha dado positivo».

El ginecólogo cifra en unas 1.800 las gestaciones conseguidas en la unidad de reproducción del HUCA. En los últimos tiempos, unas 150 anuales. Subraya que la tasa de éxitos de las fecundaciones in vitro se sitúa en torno al 37,5%, «diez puntos superior a la media nacional»; la de las inseminaciones es muy inferior: alrededor del 12 por ciento.

La lista de espera actual del Hospital Central la integran 670 parejas. Traducido a tiempo, alrededor de año y medio. Arnott subraya «el importante esfuerzo» de la Administración regional para ampliar la unidad. Desde que se mejoró la dotación tecnológica y de personal, «en pocos meses hemos reducido la lista de espera en un 30 por ciento y para finales de año esperamos bajarla a doce meses», indica el ginecólogo, quien enfatiza «el alto índice de satisfacción de las pacientes con el trato que reciben en la unidad, especialmente por parte de las enfermeras». Acerca de Robert G. Edwards, «padre» de la fecundación in vitro, proclamado el pasado lunes ganador del premio Nobel de Medicina, Ignacio Arnott indica que «le conocí en Cambridge en el año 2000, y me dio la impresión de que todo lo que tiene de sabio lo tiene de bondadoso, en una persona que irradia afecto».