-Hasta los 10 años viví en Cayés (Llanera), al pie de la fábrica de Cerámicas Guisasola, donde mi padre era administrativo. Cuarto de cinco hermanos. Cuando vinimos a Oviedo, pasé tres años llorando por las noches porque echaba de menos la bicicleta, el perro, el jardín, las manzanas, tirar piedras y recibir pedradas de mis hermanos. Mi madre era ama de casa. Íbamos a la escuela en bicicleta sin respetar derecha ni izquierda porque no había coches.

-¿Cómo era la escuela de Coruño?

-Éramos veinticinco críos. En otra gemela, al lado, estaban las chicas, con las que no nos dejaban coincidir ni en el patio ni en el catecismo. Eran una especie diferente de la que no sabíamos nada y a la que no necesitábamos para nada. A los 14 años, cambiaba todo y los que pasábamos a ser de otra especie éramos nosotros.

-¿Creció en un ambiente autoritario?

-En casa, no. Mi madre era conservadora pero, por Vallaure, liberal. Fuera viví el ambiente autoritario de mi generación.

-Equilibrio entre hermanos.

-Estaba entre Emilio y Fernando. Emilio nos daba caña por arriba y por abajo. Yo era debilucho, enfermizo, con problemas abdominales. Él me pegaba para que lo insultara, yo lo llamaba «limón ZZ» y él me pegaba. Muy artero. Éramos una familia numerosa de primera, íbamos muy seguidos y teníamos buena relación.

-¿Qué sensación le causó Oviedo?

-Dureza. Todo era duro e igual. Los siguientes diez años volvimos cada verano a Cayés; los dos meses de verano. Oviedo es mi ciudad, qué le vamos a hacer: aquí he vivido el resto de mi vida, en distintas partes, sin desarrollar una actividad ciudadana intensa. No siento un arraigo muy fuerte. Hace quince años me fui a vivir a San Claudio. Soy catedrático de Universidad y el sueldo no da para tanto. Elegí entre vivir en 90 metros cuadrados en Oviedo o en 200 en San Claudio. Por mi investigación en Geología me gusta trabajar en el campo. Emilio y yo somos los más de pueblo de la familia.

-A los 10 años, el duro Oviedo, decía...

-Veníamos a estudiar. Consuelo, Pilar y Emilio estaban toda la semana en casa de la abuela paterna, en la calle Fray Ceferino, y volvían a Cayés los fines de semana. A los 10 años entré en los Maristas.

-¿Oviedo era tan distinto de la aldea?

-Vivíamos en la calle Melquíades Álvarez, que en 1954 tenía dos coches. El Renault 4-4 de mi padre y el Volkswagen escarabajo del médico Eduardo González Menéndez. La calle estaba igual que ahora, pero intenta aparcar hoy... Afortunadamente, entre casa y los Maristas de Santa Susana estaba el Campo San Francisco, que también se parece bastante a entonces.

-Jerónimo Granda dice que antes de morir lo verá construido.

-De momento planean darle un bocado al subsuelo de la parte de abajo.

-Estudiar trajo a la familia a Oviedo.

-Sí. Estudiar era importante en casa, pero no me dejaba la piel en ello. Las matemáticas mal explicadas me martirizaron hasta que, a media carrera, empecé a entender su utilidad y en el doctorado necesité la herramienta: no es lo mismo hacer derivadas en abstracto que derivar cuando tienes un problema de verdad. En el Bachiller prefería la literatura, la lengua, la historia, el arte y la historia sagrada, aquella Biblia edulcorada. En cuarto elegí ciencias por la biología y la geología (ciencias naturales) y pese a las matemáticas y la física.

-Pero usted fue premio extraordinario fin de carrera.

-Cuando me empezó a interesar lo que estudiaba, no me costó gran esfuerzo sacar matrículas de honor.

-¿Era un chaval de bichos y piedras?

-De campo, naturaleza, árboles, flores, bichos que vuelan, bichos que corren... Si hubiera habido Biología en Oviedo cuando yo estudiaba, hoy sería biólogo, y no malo.

-Lleva toda la vida en la Universidad. ¿Qué le pareció cuando entró?

-Una maravilla sin maristas.

-¿Tan malos fueron?

-Ni buenos ni malos. No guardo recuerdo apreciable de ninguno y todo mejoró cuando desaparecieron. Muchas cosas eran imputables a la época: supongo que se formaba en todas partes y se cantaba el «Cara al sol» o «Montañas nevadas». En selectivo éramos tres grupos de cien estudiantes. De mi clase, 30 eran señoritas bastante lindas.

-¿Había tratado con señoritas lindas?

-Sí, pero no en clase.

-¿Qué pandilla tenía?

-Andaba por los Solises, la falda del Naranco, con los Posada, los Bajo, Chema Tosal, hijo del fotógrafo de LA NUEVA ESPAÑA, y alguno más, para jugar al fútbol, tomar una botella de sidra frente a las Ursulinas, en El Mirador. Hacíamos guateques con chicas a ritmo de twist, luego de rock y del «Dúo Dinámico».

-Más ventajas de la Universidad.

-Las clases empezaban a las 10 y no te suspendían ni te ponían un temible mal en conducta por no ir.

-Aquello de golpe ¿le sorprendió?

-Repetí selectivo por matemáticas y física. A cambio, hice los cuatro cursos siguientes en tres.

-¿Iba de americana y corbata?

-No, pero sí curioso. Siro Arribas separaba a las chicas en una parte de la clase y las trataba con machismo. Otros nos sentaban por orden de lista. A Pello Muñiz había que esperarlo fuera para que entrara el primero en clase. Lucas Pire pasaba de todo: nunca miraba a los estudiantes, sacaba las fichas y escribía en la pizarra.

-¿Cómo era usted entonces?

-Como cualquier chaval de 18, un niño, supongo. Era del Real Oviedo, que estaba en Primera División. Vi jugar a Di Stéfano y a Puskas y al Real Madrid robar algún partido en el Tartiere. Soy antimadridista y me digo del Barça para joder más. Leía a Salgari, Zane Grey, Marcial Lafuente Estefanía, José Mallorquí y Julio Verne.

-¿Cómo era Geológicas?

-Especial. En mi curso éramos trece o, mejor, doce y una monja, y teníamos un trato estrecho con los catedráticos. Íbamos con Julivert, Truyols, Figuerola y Carmina Virgili al campo para las prácticas regladas y también cuando te enterabas de que salían para hacer sus investigaciones.

-Aquello era Bolonia.

-Geología siempre fue Bolonia tanto en las prácticas de gabinete como en el campo y sin la mierda actual de competencias transversales, habilidades, destrezas, horizontalidad, todas esas cosas que llevan el espíritu de la ESO a la Universidad. Montones de papeles para que ni estudies ni investigues porque no importan los contenidos ni quién los explique sino los estadillos bien hechos. Hemos caído en manos de pedagogos que son imprescindibles para los niños; pero la Universidad es otra cosa. Da igual cómo adornes los principios de Heisenberg: sólo se sacan clavando los codos y estudiando como un cabrón. Ahora el masificado Derecho tiene que ser Bolonia a coste cero. En la apertura del curso el presidente del Principado dijo que tenemos que apretarnos el cinturón.

-¿Cómo le influyó el profesorado?

-En lo académico, en lo humano y en lo político. Truyols era la Institución Libre de Enseñanza hecha catedrático. Se había formado en ella en Cataluña y era el último vivo en activo. Manuel Julivert era del Partido Comunista. Tiene 14 años más que yo. Hizo la tesis doctoral con Noel Llopis, se fue a Colombia y volvió a España en 1964. Su formación humana y política era muy sólida. Se hablaba con él con toda franqueza. No había más que esconder que «Mundo Obrero» detrás de un mueble bajo. Mi despertar político fue con los profesores. Había estudiantes más significados, pero eran más jóvenes. Descubrí la política en la Facultad, no en la calle. Con todos los mitos: La URSS y Cuba eran paraísos y los tanques soviéticos liberaron Praga de la amenaza fascista. Julivert había estado en Rusia y no contó todo lo que vio. Cuando entraron los tanques en Praga se estaba celebrando un congreso geológico internacional y colocaron a los participantes en la frontera con Austria, pero no se explicó qué significaba aquello. Esa lección nos la dio la vida. Y a partir de los años setenta entró el eurocomunismo.

-¿Militó?

-Nunca, por prejuicio burgués, no lo oculto. Andaba de submarino. Julivert me llevó a las primera reuniones de la Junta Democrática y de la Platajunta. Estaban Gustavo Bueno y Elías Díaz. Díaz tenía cátedra en Oviedo y no le daban posesión. Julivert me dijo: «Mira, un socialista». El primero que vi en mi vida. Luego florecieron. En 1982, cuando llegó Felipe González a la Moncloa eran el 50% del país.

-¿La mili?

-Una luxación de cadera cuando era niño, frecuente pero no detectada, me hizo inútil total. Acabé la carrera en 1967. Trabajé unos meses en una empresa que estaba en el proyecto de la autopista del Huerna. En octubre, Julivert me ofreció entrar en la Universidad y no lo dudé. Quería hacer una tesis doctoral y es mejor desde dentro. Me gustaba la investigación y todavía se conocía poco.

-¿A pesar de la minería?

-Había datos puntuales, pero no estaban integrados. Desde el mapa geológico de Schulz de 1857 no había novedad.

-Compensaciones de la Geología.

-El conocimiento del territorio, saber por dónde pisas. Ahora ha desaparecido de la Secundaria, camuflada como ciencias ambientales. Es insólito que no se sepa qué hay 50 o 100 kilómetros debajo de ti y que el presidente de una comunidad autónoma española, preguntado por las consecuencias de un grave terremoto en Chile, diga que es una consecuencia del cambio climático, confundiendo la atmósfera con el dinamismo interno de la Tierra.

-Su hermana Consuelo, «Cuca», fue concejala en Oviedo. Emilio es director del Museo de Bellas Artes y una opinión influyente en la ciudad. ¿Eso lo facilitó el ambiente de casa o el agua de Cayés?

-En casa nunca hemos hablado de eso. No somos chismosos: observamos, tomamos nota, decimos cuatro cosas, y punto. Son circunstancias. Mi hermana fue unos años concejala. La gente honesta no resiste mucho tiempo. Emilio dirige el museo. A mí, me tocó ser rector cuatro años sin aspirar a serlo.