-Mi tía Covadonga batía un huevo y el guaje, yo, movía el culo. No sabía hablar.

-¿Tenía hermanos?

-Cuando nací, mi hermano tenía 25 años y mi hermana, 23. Soy la rebañaura. Mi padre, Gerardo, tenía 50 y mi madre, Delina, cuarenta y largos. Mi padre era ferreru en el pozu María Luisa y alguna vez que yo acompañaba a mi hermana con la cesta de mimbre y la fiambrera lo veía en la fragua cantando y con un pitu de caldo en la boca.

-Creció entre mayores.

-Cuando nací, mis hermanos vivían en casa pero luego, cuando tenía 4 años, mis padres se separaron. Hablo de 1959. Mi padre era muy afable y campeón. Menos el juego, le gustaba todo: las mujeres, la bebida, cantaba, fumaba? Cuando hice la primera comunión, apareció un rapaz de veintitantos años diciendo que se iba a casar y que quería conocer a su padre. Así me enteré de que tenía un medio hermano, Juan Antuña, que vive en Oviedo. Tenemos relación fluida. Alguna Navidad cenamos juntos en casa de mi hermana, en El Entrego. Mi padre tuvo una relación con mi madre hasta que quedó embarazada. Y se casó con ella cuando preñó a otra.

-¿Qué significó la separación?

-Me convertí en un emigrante en mi pueblo. Mis padres volvieron a juntarse y, cuando tenía 7 años, se separaron definitivamente. Viví de casa en casa, de tía en tía, de oca en oca. Salimos de la casa del Llaposu a casa de la tía Covadonga en La Cascaya, luego a La Revenga con la tía Genta, a los 14 años viví con un primo en El Coto, otro barrio de El Entrego. Mi madre, mi hermana y yo vivimos luego en La Vega y a los 15 años volvimos al Llaposu, a la plaza de Santa Bárbara, a 50 metros de mi padre. Era una separación atípica. Mi madre le hacía la comida todos los días.

-¿Sabe qué les pasó?

-En aquellos años los paisanos pegaban a las mujeres cuando bebían, aunque fueran unos benditos cuando no lo hacían.

-¿Sintió algún tipo de rechazo social por la separación de sus padres?

-No... en el colegio, de 30 o 40 guajes, dos éramos hijos de separados. Yo no notaba nada y la familia me arropó para que no hubiera traumas. Sí recuerdo que otros nenos hacían cumpleaños y yo no, porque no tenía casa. Tenía una habitación.

-¿Veía a su padre?

-Sí. Cantaba muy bien jondo, flamenco y tonada. Yo era un enano y lo veía afeitarse con el pitu en la boca y cantando «La hija de Juan Simón»: «Cuando cumplí mi condena/ me vi tan solo y perdido/ ella se murió de pena/ y yo que la causa he sido...». Tendría yo 3 años y un día, en la calle, al lado de casa, Teno, un paisano que era más gatu que su puta madre le preguntó a mi padre: «Gerardo, ¿el tu fíu cantará tan bien como tú?». «Va a cantar mejor», le contestó mi padre. Teno me prometió dos reales sin cantaba, y yo, ni corto ni perezoso, canté «Tengo de cortar un roble en el altu Cabruñana». Tuvo que darme el dinero. Mi padre murió de cirrosis en 1975, a los 70 años. Yo tenía 20, era «trostko» y estaba en Burgos en una reunión clandestina. Cogí un tren y llegué al entierro.

-¿Cómo era su madre?

-Muy religiosa pero, en aquel contexto, progresista porque tuvo los cojones de separarse. Mi güela materna, viendo a mi padre en mí, decía: «A les variquines hai qu'enderechales desde piquiñines». Yo odiaba a aquella abuela. Pero mi madre, cuando quitaba la zapatilla, me daba con el fieltro no con la suela de goma. No enderecharon la «variquina». Le dediqué una canción en la que digo: «Delina cuando morrió/ díxome que nun llorase/ qu'echase murnies a l'aire/ pero que nun la escaeciese/ ¿Cómo te voi escaecer/ si yes la lluz de mio vida?/ ?a esos güeyinos nublaos/ enllenos d' agua bendita/ ¿Quién me crió como un ánxel/ quién sabe del primer besu/ quién pensó qu'era'l más guapu?/ Esa ma que güei nun tengo».

-No habla de su hermano.

-Cuando yo tenía 5 años, Pepín marchó a Sidney (Australia), donde acabó suicidándose en 1982. Antes de marchar se había formado mucho: era medio relojero, medio electricista, medio carpintero, medio ferreru. Trabajó en fábricas. Me envió el primer balón de reglamento, aquellos duros que había que coser, que estaban hechos con una vejiga y que si rematabas de cabeza te marcaban. Y la primera camiseta del Sporting y del Bilbao, que eran mis equipos. El Sporting estaba en Segunda, y el Bilbao de Iríbar, en Primera. Mi hermano fue el Socorro Rojo Internacional de mi familia. Cuando las huelgas del sesenta y dos no pasamos fame porque todos los meses llegaban cartas y cheques que había que ir a cobrar a Sama, al Banco Español de Crédito. Era una fiesta para mi madre, para mi hermana y para mí.

-Su hermana.

-Nenita era el hombre en casa. Trabajaba de auxiliar de clínica en la clínica dental de José Lombardía y era el sostén económico. Entre lo de ella, un poco que daba mi padre y lo que mandaba mi hermano, vivíamos. Yo, a mi madre, toreábala; a la mi hermana, no tanto. Cuando tenía 11 años, me regalaron una bicicleta BH plegable. Mi hermana se asomaba a la ventana, me veía presumir con otros guajes y me decía que tenía que compartirla. O dejaba dar una vuelta a cada uno o la bicicleta volvía para casa. Con el balón, igual. Fue muy importante en mi formación ideológica. Andaba por la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). La librería Sol, que regentaban Yoli y Sol, dos mujeres progresistas, vendían libros de ZYX y entre ellos un folleto que traía «El mercado», de Edward Bellamy?

-Y «Miseria en los zapatos», de H. G. Wells.

-Me marcaron porque yo no podía entender el mercado. Abría el grifo en casa, salía el agua y no podía entender que se pudiera vender agua. Muchos años después, paradojas, vendí Agua de Cuevas. Alrededor de la librería se montó la Asociación Cultural «La Amistad», comunistas y cristianos, y como yo tenía 16 años e inquietudes, empecé a andar por allí.

-¿Dónde estudió usted?

-En el Colegio de la Sagrada Familia de San Vicente de Paúl. Había tres monjas importantes. En párvulos, sor Daniela era la bondad, con su paciencia infinita con aquellos animales. Sor Dolores era sanguinaria. Trabajaba en la cocina y por la tarde, a veces, le tocaba cuidar niños. Debía de llegar agotada y se dormía, pero nosotros no parábamos. Entonces cogía la regla, nos mandaba poner los dedos en piña y nos pegaba con fuerza. Le tenía miedo. La tercera, sor Teresita, era una vasca que jugaba al fútbol y nos preparaba para el ingreso. Encarnaba la rectitud. Era ponderada y sabía poner a los chavales en su sitio. Creo que ahora es directora de la Sagrada Familia. Luego estudié en el Instituto Virgen de Covadonga, de El Entrego, y más tarde vine a hacer Peritaje Mercantil a Oviedo. Pero entonces ya andaba con otros rollos a la vez, medio cantando y en el «Coro Santiaguín», donde por la barba y los pelos largos me llamaban «Yisuscrái».

-Como de «Jesus Christ Superstar», que estaba de moda. ¿Cuándo quiso ser cantante?

-A los 8 años, con la actuación del colegio que se llamaba «Salto a la fama» y se hacía en el cine Colón, años más tarde «Discoteca Madison, la Meca del baile». Habían cantado allí Antonio Machín y Manolo Escobar. Vestía el uniforme del colegio: camisa blanca, jersey azul marino de pico, tarabica, pantalón gris, medias. Recuerdo el pánico escénico, las piernas temblando como varas de avellano. Canté a capella «Cuando la aurora tiende su manto».

-¿Triunfó?

-Siempre (sonríe). Las ganas pudieron al miedo y a la vergüenza. Pero durante años, cuando me mandaban cantar, ponía como condición hacerlo detrás de una puerta.

-¿Qué música le gustaba y dónde la oía?

-La melódica. «La vida sigue igual», de Julio Iglesias; «Angelitos negros», de Machín; «El tamborilero», de Raphael. En casa de mi tía Covadonga, su marido, Guillermo, tenía tocadiscos y discos sorpresa de Fundador y de Mirinda, y singles. Me acuerdo de Jeannette cantando «Yo soy rebelde» con aquella cara tan guapa? Más tarde me gustó mucho Joaquín Díaz, el folclorista. Cuando a mis amigos les gustaban Bob Dylan, Pete Seeger y Joan Báez yo no podía entender que cantaran algo que no se entendía. Todavía hoy no sé «Blowin' in the wind». En Radio Langreo, de la cadena REM-Car, oía los discos dedicados y en Radio Nacional, de una y media a dos de la tarde, «La Asturias popular», de Modesto González Cobas. A partir del sesenta y nueve, por «La romería», «Paxarinos» y «El abuelo Vítor», empecé a cantar por Víctor Manuel, años más tarde un amigo que fue determinante en mi carrera porque hizo posible mi sueño de grabar, que tenía muy mitificado. Víctor fue el productor de los dos primeros discos de «Nuberu».

-¿Cómo siguió su carrera de cantante?

-A los 11 años, ya en el Instituto, participé en el festival de mi antiguo colegio. Hice dúo con mi amigo Luis Manuel, «Pikolín», que era muy ágil y cantamos «Flamenco», de «Los Brincos» y «La escoba», de «Los Sirex» en el cine Sindical. Me gusta bromear con que ya entonces hacía canción protesta con lo de «si yo tuviera una escoba? cuántas cosas barrería».

-Perteneció a la rondalla de la OJE (Organización Juvenil Española).

-Nunca pude tocar la guitarra porque no soy zurdo y tengo la mano izquierda jodida. Nací con tres dedos pegados. Mi madre era tan mayor cuando me tuvo que creyó que era la menopausia. La operaron de una fístula y tuvo que pasar dos o tres meses del embarazo postrada en la misma posición y eso afectó al desarrollo de mi mano. A los 8 o 9 años me operaron en el Sanatorio Marítimo de Gijón y tuve una estancia larga. Me llevaron al Molinón.

-¿Por eso se hizo sportinguista?

-Y porque el tren de Langreo me hizo descubrir un mundo multicolor y horizontal, el del mar y su olor a mar. El valle del Nalón es ver el mundo en vertical y en el verde de los praos y el negro de las escombreras. Tengo la fijación rojiblanca, los colores del Unión de El Entrego y, además, esto es copyright de Melchor Fernández Díaz, el Sporting es un equipo de El Entrego que juega en El Molinón.

-Íba a contar lo de la rondalla.

-Ah, sí. Mi hermano mandó perres para que me compraran una guitarra; pero como con la mano no llegaba a los trastes, me compraron una mandolina, que tiene trastes más pequeños. En la rondalla coincidí con Manolo Peñayos. Yo era de los que cantaban eso de «Triste y sola». No me gustaban ni las canciones ni el uniforme.

-Iba creciendo. ¿Qué hacía?

-A los 17 años estudiaba y hacía peritaje en Oviedo. Al principio iba y venía en un «Dos Caballos» verde aceituna que me habían comprado entre mis padres. Luego me busqué la vida, me enrollé con una moza y quedé en Oviedo, donde el Palais. Desde guaje cobraba recibos del Banco Central para Laureano, de la Hueria de Carrocera, que tenía una correduría y que luego me quería meter en el banco. También vendía libros de Salvat -el «Fauna» y la «Gran Enciclopedia Salvat»- y cuando le dije al delegado, Adriano Gándara, que lo quería dejar, fue a ver a mi madre para contarle que yo era un gran vendedor y que tenía futuro, y mi madre le respondió: «Á, fíu. ¿Cómo quies que lu vaiga obligar a facer lo qu'él nun quier?».