Detrás de la vitrina, la piedra «parece un simple trozo de tierra», pero tiene oro. Como Belmonte. El museo ocupa la planta baja del antiguo edificio de «La cárcel» y da al parque central de la capital belmontina, pero ahora está cerrado por reformas. María del Carmen Tuñón, que se encarga de enseñarlo, explica que quiere hacerse audiovisual e interactivo y ser más atractivo y sugerente. Igualito que Belmonte. Cuando lo consiga y vuelva a abrir, el Aula del Oro perfeccionará la oferta turística de la «Villa verde del Pigüeña», pero tal vez seguirá mostrando este pedazo de roca sólo aparentemente convencional, ejemplo del fruto de las explotaciones auríferas del concejo y metafóricamente válida, al decir de algún belmontino, para retratar lo que se ve al salir de «La cárcel»: una villa muy interesada en dejar de parecer sólo tierra para pasar a descubrirle al visitante lo que tiene escondido dentro.

El antiguo concejo de Miranda presume de ser una de las cunas que arrullaron a la raza asturiana de los valles, pero en el suelo de su capital hoy domina el pavimento. Lo agropecuario ha cedido terreno ante la especialización terciaria y ha abierto para la incipiente industria turística un sitio que salta a la vista en la travesía muy urbana de la carretera AS-227, la que acompaña al río Pigüeña en dirección a León por el puerto de Somiedo: hay dos carnicerías, otros tantos supermercados, estanco, farmacia, ferreterías, confitería, bares, restaurantes y, sobre todo, dos hoteles y otros tantos negocios de alquiler de apartamentos rurales donde hace siete años no había más que un pequeño hotel de dos estrellas. Pescadería no, el camión de Aquilino González acaba de parar a vender pescado, hoy como «hace más de once años», en la avenida de la Carretera del Puerto.

Miguel Fernández, ganadero belmontino, tiene en sus cien cabezas de vacuno la confirmación del desplazamiento de lo que siempre había sido aquí «el recurso principal» del municipio. Aproximadamente el mismo número de vacas que hace algunos años, pero concentradas en muchas menos manos, trazan aquí el plano-guía de un sector con las sombras encima del horizonte y 2013 amenazando con el final de las ayudas europeas. De ahí el cambio de sentido que se percibe en esta «villa verde» y del que en breve será ejemplo vivo el lobo. El cánido silvestre pasará en Belmonte de ser maldición de ganaderos a recurso turístico esencial. A un kilómetro de la capital belmontina se construye un cercado que los enseñará en semilibertad y que tendrá, para más información, un centro de interpretación en el inmueble de las antiguas escuelas de la villa. Por ese viraje hacia el turismo se actualiza también el Aula del Oro -unas ochocientas visitas al año de media desde su apertura en el año 2000- y de ahí viene asimismo la sensación de Roberto Riesgo, propietario de un hotel de tres estrellas, de que ahora «el recurso más importante es el turismo».

Como queriendo darle la razón, a las puertas del edificio de «La cárcel», sede del Aula del Oro y de la biblioteca, una excursión de montañeros moscones ha tomado al asalto el parque de Belmonte, espacio central con hórreo y estanque y patos y cisnes al lado del torrente que hoy es el río Pigüeña. Los visitantes observan el gran panel fotográfico que informa sobre la configuración estética de la villa y el concejo de Belmonte y de inmediato entrarán a ver a María del Carmen Tuñón, que aquí mismo atiende también la Oficina de Turismo, un edificio de piedra que oculta un molino rehabilitado con pulcritud. Los paraísos escondidos son poco rentables, asumen aquí, y contra eso no bastan ni esta oficina ni aquellos dos cartelones divulgativos que decoran el parque. Esta villa, su concejo y su intención de jugársela al turismo van a necesitar señalizarse, registrar una marca identificativa, dejar de ir «contra corriente, porque no tenemos unas marcas reconocibles». Roberto Riesgo está pensando en Somiedo, que en este terreno de la explotación turística se localiza mucho más lejos de Belmonte que a veinte kilómetros de carretera y que tiene su distintivo, un parque natural que resalta desde 1988 en los folletos. Tampoco hay ya antídotos contra esa ventaja, es cierto, pero desde aquí los que pelean por abrir un sitio para Belmonte en el mapa de Asturias pueden enseñar otras armas. Las suyas son en el primer vistazo geográficas. «Nosotros también tenemos montaña», sigue Riesgo, «y además una autovía a apenas doce kilómetros y en un máximo de poco más de una hora la posibilidad de recorrer desde Belmonte casi toda Asturias, exceptuando tal vez únicamente los Oscos y el suroccidente más interior». Es cierto que queda camino, dicen los diagnosticadores del negocio desde dentro, pero también que cada vez viene más clientela a tiro fijo, «no sólo cuando se llena Somiedo», y que nada tiene que ver la oferta de hoy con la que abrió este siglo en Belmonte. Porque aparte de paisaje y geografía hay carne, y dónde prepararla y al año dos jornadas gastronómicas -el pote de berzas y los arbeyos-, y las ferias de la huerta y el caballo y la «alzada vaqueira»... El que vende el producto es Roberto Pérez López, el único alcalde asturiano que ha recorrido toda la democracia con el bastón de mando en las manos. Testigo especial de la última evolución de la villa, pisa el pavimento de la zona trasera del Ayuntamiento y señala con orgullo «la expansión de Belmonte», esto que antes eran prados y hoy el área urbana comprendida entre la Casa Consistorial y las antiguas escuelas que serán el centro de interpretación y Casa del Lobo.

El regidor perpetuo de Belmonte de Miranda empezó en esto cuando su municipio estaba mucho más lejos y siempre fue su lucha, asegura, la de «acercar Belmonte a Oviedo». Ahora que calcula media hora de la entrada del municipio a la capital, le queda seguir reuniendo fuerzas para agitar los brazos y tratar de conseguir que le vean. Pérez, vicepresidente del Consejo de Comunidades Asturianas, presume de haber recorrido el mundo con docenas de folletos de Belmonte bajo el brazo y de haber conseguido algún lleno trabajoso en los veranos. «No estamos dentro del parque natural, es cierto, pero a cambio, a mí me llaman "el padre del Camín Real de La Mesa"», afirma Pérez, en referencia a la antigua ruta que cruzaba la meseta desde Astorga y bajaba por este concejo desde el puerto de San Lorenzo, pasando por Dolia para ir a morir a Grado. A su paso, el recorrido ha configurado una mancomunidad de municipios de la que el regidor belmontino reclama la paternidad y los beneficios: 21 proyectos subvencionados por valor, según los datos del ayuntamiento, de más de 4,5 millones de euros invertidos en el concejo.

También él fía el porvenir a la fuerza de arrastre que sea capaz de conseguir el sector servicios, si bien la certeza de que no va a poder en solitario le lleva la vista hacia la lenta cuesta abajo de la ganadería, hacia el polígono industrial en expansión que da cuerda a Belmonte desde las afueras de la villa y a la parte del impulso industrial que llega hasta aquí desde la mina de oro de Boinás. Recién reanudada la explotación tras cuatro años de parón, los aproximadamente sesenta empleos que reparte entre vecinos del municipio compensan el perjuicio medioambiental y explican por qué rebrota la esperanza a medida que la extracción se acerca lentamente al pleno rendimiento. En la villa «se notó mucho» el cierre, recuerda Aurora López, propietaria de unos apartamentos rurales en Belmonte. Desaparecieron los onubenses que trabajaban para una subcontrata y las familias que unos pocos trajeron consigo, pero a lo mejor vuelven. La mina de oro, dice el Alcalde, se entiende aquí en sentido literal, como un «balón de oxígeno» al que Pérez le da al menos otros «siete u ocho años de vida». Serán, si funciona su bola de cristal, siete u ocho años para auxiliar con industria al turismo y al sector servicios en esta villa cuyas mayores empresas son todavía el Ayuntamiento y la residencia de ancianos. Los 25 trabajadores del centro geriátrico y los diez, siete fijos y tres laborales, del Consistorio mandan en una clasificación que, en un vistazo rápido, confirma la inclinación de la villa hacia el sector servicios: por detrás, en número de empleos, una constructora, un supermercado con carnicería, los dos hoteles, los apartamentos rurales...

«La idea fundamental es fijar población». Roberto Pérez vuelve al principio, a la obsesión que acaso las resuma todas en este municipio de honda tradición emigrante que durante años exportó mano de obra a América y que, dentro de España y de la mano del belmontino Antonio González Peláez, llevó a familias enteras a trabajar para la Compañía Internacional de Coches Cama. Eso es historia, pero en este presente de comunicaciones perfeccionadas, de ida y vuelta sencilla desde este punto del occidente interior hasta el centro de la región, Belmonte sigue sangrando por la herida demográfica. Los 430 habitantes de la villa no resisten la comparación con los 474 del comienzo del siglo, ni siquiera pensando que la caída es porcentualmente mucho menos acelerada en la capital que en el concejo, que Belmonte de Miranda viene de perder vecinos a razón de quinientos a la década y que ha cambiado 2.300 por 1.800 de 2000 a 2009. Pero aquí no preocupa tanto la cifra como la estructura de la población. El colegio suma sesenta alumnos hasta el final del ciclo de Primaria y en esta villa tiene clientela, sobre todo, una residencia de ancianos. Abrió en 2002 para 25 internos y en 2008 hubo de ampliar su capacidad para poder atender a cincuenta.

Orillas del Pigüeña

Con la mina de oro de Boinás recién reabierta, Belmonte quiere apostar por la reintroducción del oro entre los recursos turísticos de la villa. El aula didáctica que ocupa desde 2001 el viejo edificio de «La cárcel», en el parque, tiene prevista una reforma integral para sustituir los paneles actuales por contenidos audiovisuales e interactivos. Su puesta en marcha está programada para el primer trimestre del próximo año.

El empleo es la contrapartida mínima que espera el municipio, según el Alcalde, por los perjuicios de la mina de oro que reanuda su actividad en Boinás. «Siempre luché por que cada vez hubiese más personas del municipio trabajando», afirma, «y vamos a firmar un nuevo convenio con la empresa». La compañía canadiense Orvana reinició las labores a comienzos de este año.

Orgulloso de la transformación urbanística de la capital de su concejo, el regidor deja un encargo pendiente: «Presentarnos al premio «Pueblo ejemplar" de Asturias». Roberto Pérez pretende dejarlo en herencia tras anunciar que 32 años seguidos en el cargo son suficientes y que no repetirá a partir de 2011.

La oferta de suelo industrial en el polígono de Los Llerones tiene «todas las parcelas vendidas», apunta el Alcalde, y pese a la ralentización de alguna obra por la crisis él piensa en la conveniencia de pensar en una ampliación.

«La gente aquí tiene muy poca iniciativa», lamenta Aurora López. El arrojo para acometer proyectos esenciales no es generalizable en la villa, protesta. Un ejemplo: «Se nos ha cerrado la panadería y es una pena que no haya nadie dispuesto a hacerse cargo de ella».

Las condiciones naturales del concejo de Belmonte de Miranda reclaman atención sobre la práctica deportiva «que siempre ha traído mucha gente», asegura Roberto Riesgo en referencia a la caza mayor y la pesca, que aquí tal vez no tenga demasiado peso cuantitativo, pero sí, por las particularidades de los practicantes, cierta importancia «cualitativa».

La pendiente demográfica se vuelve más pronunciada en el alrededor rural de la villa. A las aldeas se les para el motor y «queda muy poca gente», confirma Roberto Riesgo. El propulsor agropecuario renquea y la capital siente el declive de lo que fue cabeza tractora esencial del municipio. Miguel Fernández vive en Belmonte y todavía de su ganado, aunque su sector es de un tiempo a esta parte, mirando con perspectiva, el de las vacas flacas. «La situación no es una de las mejores», asiente el ganadero belmontino. «El precio de la carne está muy bajo, el del cereal cada vez sube más... Subsistimos gracias a las subvenciones que tenemos y que van a sufrir un recorte a partir de 2013. No sé qué pasará cuando acabe esta generación», porque ni siquiera ayuda tanto como debería la certeza de que «aquí tenemos una raza muy buena, la auténtica asturiana de los valles». El camino bueno, asegura, era el que conducía hacia el parque natural, con su notable incremento de las ayudas por «echar el ganado a pastos», sobre todo teniendo en consideración que las condiciones de Belmonte podrían equipararse a las de Somiedo, asegura: «Sufrimos los mismos daños de la fauna salvaje y recibimos muchos menos beneficios». Sin parque, pero con el ejemplo tan cerca, en el municipio sobrevive con todas estas dificultades la gran explotación y ya, aquí tampoco, casi nada es lo que era: «Mi padre, con diez vacas, crió a toda la familia».

Las alternativas para hacerle frente piden lo que no hay. «Hace falta gente con iniciativa», resume Aurora López con la mirada fija en una panadería recién cerrada sin nadie que, por el momento, haya querido hacerse cargo de su reapertura. A su ritmo, sin embargo, el polígono industrial funciona. A la entrada de Belmonte en dirección a Somiedo, antes del campo de fútbol, del cuartel de la Guardia Civil y cerca del bloque de viviendas sociales de El Bugón, el parque empresarial de Los Llerones está en servicio desde 2004 y ofreció suelo para emprendedores en 21 parcelas. Ahora están todas vendidas y pendientes de un proyecto de ampliación que hace suyo el Ayuntamiento. Allí, de momento, hay sitio para mucha pequeña empresa: una constructora, varios talleres, el tanatorio, secadero y fábrica de embutidos... Aurora López, que complementa su negocio de turismo rural con una asesoría jurídica, ve pasar gente que «tal vez no nota tanto la crisis como en una gran ciudad», pero también el retroceso demográfico que cada vez da para menos. El vacío hace muy largas las tardes de invierno y además de no ser demasiados, afirma, el tejido social se duele de cierta «falta de unión», echa de menos alguna conciencia conjunta del bien colectivo y de la necesidad de conseguirlo empujando a la vez y en la misma dirección.