En su época de estudiante antifranquista, José Antonio González Casanova se refugió, huyendo de la Policía, en un seminario de Derecho Constitucional del que salió «disfrazado» de catedrático para despistar a sus perseguidores. Así resume su inclinación por una disciplina desde la que ha intervenido en la redacción de la Constitución española y en el Estatut catalán. Es un anticapitalista risueño que, tras presentar la víspera en Oviedo las obras completas de su discípulo Ignacio de Otto, combate el frío invernal de la mañana con orujo blanco, como los clásicos, lo que no influye en sus opiniones, resultado de otra destilación más compleja en la que resultan esenciales el marxismo y el cristianismo. A su juicio, «el capitalismo es un sistema suicida que muere de éxito» y este mundo no tiene remedio, lo que siempre puede ser un alivio para quien decida dejar de pagar la hipoteca.

-¿Por qué optó por el derecho constitucional?

-En la lucha contra la dictadura, la consagración de una sistema democrático tenía que venir a través de una constitución. Tuve el privilegio de poder colaborar en la redacción de esa Constitución en aspectos fundamentales como el artículo 2 y el título VIII, dedicados a las autonomías, las funciones de la Monarquía, la pena de muerte, los derechos fundamentales y el artículo 9, que permite el tránsito del capitalismo al socialismo sin necesidad de una revolución. Para mí ésta es la primera Constitución española, las anteriores fueron papel mojado y ésta tiene poder inmediato, capacidad normativa.

-El poco estado de bienestar que teníamos nos lo están devorando, así que de ese tránsito del capitalismo al socialismo ya ni hablamos.

-Éste es un problema no sólo de España sino de toda Europa y en general del mundo. El carácter destructivo del capitalismo avanza y acabará no ya con la civilización, sino con la humanidad. Es un sistema suicida que muere de éxito, a medida que avanza dominando el mundo lo va destruyendo. La única salida que tiene es que los pocos poderosos que hay reconstruyan las bases de este sistema en otro planeta y dejen que el mundo desaparezca.

-Es decir, que esto no tiene remedio.

-Es un suicidio colectivo. El capitalismo tira a millones de personas y, en última instancia, se salvarán algunos con la fórmula que sugiero, quizás en Marte.

-Los que nos metieron en esto son quienes más presionan para resolver un problema que ahora parece ser sólo de los demás.

-Las crisis están calculadas. En ciertos momentos, que los capitalistas deciden, se trata de hacer limpieza con tres finalidades. La primera es reunir más dinero. Luego se trata de expulsar del mercado a los competidores de segunda fila, que molestan como mosquitos, acumulando cada vez más el poder económico en un grupo muy reducido que Chomsky cifra en 6.000 personas en todo el mundo. Y, por último, reducir el poder de convocatoria y la eficacia de los sindicatos, de forma que la gente confíe menos en ellos como defensores de los intereses de los trabajadores. Así, cada cierto tiempo se produce una situación que es crisis para los demás, pero para quienes la fomentan constituye una fórmula poderosísima de incrementar los ingresos. Para ello se valen de lo que yo llamo la estrategia de Sansón. Los mercaderes amenazan a todos los gobiernos con que si derriban las columnas, el templo, que es el mercado, caerá sobre Sansón, que es el pueblo. El Estado se convierte así en un gigante amenazado. Por eso digo que quien se meta con Zapatero no entiende la situación. Zapatero no gobierna, hace lo que le mandan los mercaderes que lo que quieren es que no haya política y que todo se rija sólo por los intereses económicos.

-Usted ha llegado a calificar al PP de «grupo antisistema», pero están de nuevo a las puertas del poder.

-Están a punto de tomar el Gobierno a base de estrategias antidemocráticas, fingiendo ser más demócratas que nadie, pero, como continuadores del franquismo, van al asalto del Estado. En mi libro «La derecha contra el Estado: el liberalismo autoritario en España (1833-2008)» se demuestra que la derecha desde siempre, desde el siglo XIX, no quería un Estado, entendido como lo único que puede ser: la victoria de la democracia y del derecho constitucional. Pero la derecha no cree en el derecho, no tiene ideología, sólo intereses. Y en el caso del PP, han seguido los once principios de Goebbels -el fundamental de los cuales es que si se repite cien veces una mentira la gente acaba tomándola por verdad- con el objetivo de hacerse con los resortes del Estado. Eso, y la corrupción que, como vemos cada día, es una seña de identidad allí donde gobierna.

-También hay casos de corrupción en la izquierda. ¿Usted tiene la impresión de que cuando la izquierda se corrompe es robo y cuando lo hace la derecha sólo se trata de negocios?

-Sí, pero para mí ese «hacer negocios» también es robar. El pueblo español vive en una mezcla de realismo e idealismo. Es realista cuando dice «la derecha roba, es natural». Y la prueba de ello está en que la gente no los deja de votar porque roben, lo que implica que muchos de sus votantes harían lo mismo si pudieran. La izquierda, y aquí entramos en la vertiente idealista, tiene que ser santa, es ética porque es política y debe cumplir con las normas constitucionales. Si no lo hace es culpable de traición a los ideales. Y la solución paradójica y absurda que siguen los españoles consiste en que, en vista de que los buenos son traidores a la bondad votaremos a los malos que es lo suyo. Así nos encontramos que quienes han propiciado la burbuja inmobiliaria, Aznar y su equipo, lo que les ha permitido realizar buenos negocios corruptos, aparecen en las encuestas como los favoritos del electorado. Yo adelantaría las elecciones para que ganara Rajoy y nos demostrara cómo afronta la crisis en su fase más dura. Veremos entonces cómo la crisis se ahonda y cómo habrá que buscar otra salida política para bajar del pedestal a Rajoy.

-Eso implica que usted está convencido de que lo peor está por llegar.

-Sin duda, cada vez vamos a peor. El carácter corruptor es intrínseco al capitalismo. Acaba con la familia, el municipio y el sindicato, que se decía en la época de Franco. ¿A qué vienen estas preocupaciones hipócritas de la Iglesia católica española por la familia? La familia está destrozada ya por el paro, por la corrupción... ¿qué mayor destrozo cabe? Las costumbres, el consumismo, la frivolidad, la publicidad engañosa, el timo cotidiano en los asuntos de pesetas, el desinterés de los jóvenes por la política, la falta de fe religiosa... todo esto, si vamos al fondo de la cuestión, lo provoca la obsesión por el dinero como único valor al que estamos sometidos. No hay moral ninguna más que la del éxito, del dinero y del poder y esto nos lleva a una crisis de la que no veo cómo podemos salir.

-Usted tiene dos orientaciones básicas en su vida que algunos consideran incompatibles: el cristianismo y el marxismo.

-Primero el cristianismo, que me llevó al marxismo, que, a su vez, me ha devuelto al cristianismo. Por cristiano no podía comulgar con ruedas de molino con un catolicismo vinculado al capitalismo y a la dictadura. Era necesaria una revolución social que hiciera efectivas la libertad y la igualdad de los seres humanos. La única teorización moral, de crítica efectiva y de propuesta de soluciones, era el marxismo y en él he seguido creyendo. Lo que me interesa de Marx es la idea de la emancipación humana de cualquier poder injusto. Se decía que no se podía ser cristiano y marxista porque el marxismo era ateo. Mantengo que hay más ateos en la jerarquía eclesial que entre los marxistas. Por tanto, mi marxismo es perfectamente cristiano. Creo en el Dios de Jesús de Nazareth, el de los oprimidos y de los marginados. Y creo en el carácter moral, ético y humanista de Carlos Marx.

-El suyo es entonces un viaje ideológico de ida y vuelta al cristianismo.

-Con un matiz. No veo solución en las estrategias revolucionarias tipo Lenin. Tiene más armas el capitalismo comenzando por las ideológicas y el peligro del comunismo se ha conjurado con el consumismo y la hipoteca fija. Y la socialdemocracia es un fracaso absoluto. Una persona como yo, cristiano y socialista revolucionario, no tiene nada que hacer. Por eso vuelvo al cristianismo y creo que no hay otro sistema que el que repudié cuando me decían «no hay que cambiar las estructuras, hay que cambiar al ser humano». Ahora creo que es imposible cambiar las estructuras y ojalá la gente adopte una actitud cristiana ante la vida que llevará en el futuro a una sociedad más justa. Hay que estar al servicio de los pobre no para hacer ONG, sino para hacer justicia. El reino de Dios es el reino del hombre.

-Usted que ha participado en la elaboración del Estatut, ¿comparte la impresión de que en su reforma se ha gastado demasiada energía para algo que al final no parece satisfacer a nadie?

-En esto soy especialmente sensible. He vivido todo el proceso desde la discusión del Estatuto desde su discusión inicial y estoy compungido por todas las barbaridades que se han dicho desde uno y otro lado, básicamente por los periodistas, que en este caso creo que tienen más culpa que los políticos, y que han sembrado la confusión en todos los campos. Eso que me pregunta es completamente falso. Es el mejor Estatuto que ha tenido Cataluña en su historia, que ha dado un salto en la posibilidad de practicar un Estado social de derecho y atender convenientemente a fenómenos nuevos como la emigración. La paradoja es que esto lo han hecho los socialistas españoles con la ayuda del Gobierno socialista de Cataluña y sin embargo no van a poder gestionarlo porque las urnas les han dado el poder a los que estuvieron boicoteando al reforma del Estatuto desde el principio porque no lo dominaban, que es Convergencia y Unión (CiU). Convergencia es un partido sucursalista de cualquier Gobierno de Madrid que con el cinismo característico de la derecha afirma que los que dependen de Madrid son los socialistas. La sentencia del Tribunal Constitucional es magnífica para Cataluña porque ratifica los aspectos fundamentales desde el punto de vista nacionalista y de financiación.

José Antonio González Casanova es «hermano gemelo» de Woody Allen. Los dos nacieron a comienzos de diciembre de 1935, aunque la fecha difiere ligeramente como consecuencia de haber venido al mundo en dos lugares con distinto uso horario, uno en Barcelona y el otro en Brooklyn. Para acreditar el vínculo, González Casanova guarda una foto en la que aparece abrazado a la escultura del director de cine en la calle Milicias de Oviedo y en la que Woody Allen estampó la siguiente dedicatoria: «A mi hermano gemelo, que es más guapo». Con Asturias lo une además «el haber visto aquí por primera vez el océano a los tres años», ciertos lazos familiares y amistosos y los catedráticos Ramón Punset y Francisco Bastida, discípulos suyos al igual que el desaparecido Ignacio de Otto, cuya obras completas vino a presentar a Oviedo.

Lleva en el ojal de la solapa la Cruz de Sant Jordi con la que la Generalitat distingue a quienes han prestado especiales servicios a Cataluña.

-Usted parece tener muy clara su misión en este mundo.

-La tuve muy clara hasta ahora que cumplí 75 años y, con un cierto egoísmo narcisista, lo único que espero ya es pasarlo bien. La eternidad tiene un primer tiempo en este mundo, al que yo ya he llegado, y un segundo en otra dimensión. Estoy en la zona de la eternidad, y de la felicidad, que se consigue través de los amigos y, en definitiva, a través del amor. Sufro por los demás pero soy feliz y acaba mi vida social como empezó, con el mismo malestar ante la injusticia que me llevó a convertirme en socialista revolucionario con quince años. Ahora, después de sesenta de lucha intelectual y política tengo que reconocer mi limitación, aunque nadie me quitará ese dolorido sentir por los demás mientras me quede inquietud social.