-Ha obtenido la cátedra de Derecho Administrativo de la Universidad Complutense de Madrid, ¿qué implica ser catedrático hoy?

-No pasa de ser una especie de título nobiliario, como un sabio oficial. No asegura nada por sí mismo. Sí lo garantizaba cuando las exigencias para acceder a la cátedra eran muy duras. Hoy hay catedráticos de todo pelaje. Las exigencias son mucho menores. Es un título académico; luego es el mercado de la ciencia el que coloca a la gente en su sitio. Es un título honorífico que, aun en las condiciones actuales, todo el mundo quiere. No sé por qué. Ir a la Complutense es extremadamente difícil. No está al alcance de cualquiera.

-¿Qué diferencias hay entre un catedrático de ahora y uno de antes?

-Desde el punto de vista de las exigencias, es distinto. Es evidente que ahora es bastante más fácil ser catedrático que antes. Ahora se tiende, con las nuevas modalidades de selección, a que se sea catedrático mucho más tarde. Es difícil encontrar catedráticos jóvenes. Es un error. La exigencia para los catedráticos de Universidad debe ser máxima. Por razones muy diversas no es así y hoy es más fácil.

-Unas oposiciones y trabajo asegurado para toda la vida?

-Sí. En realidad, lo de asegurar el trabajo toda la vida es lo que se busca en todas las profesiones. En el sistema europeo de universidades se opta por el modelo alemán, que pasa por la configuración de los catedráticos como funcionarios. Pasa en Alemania, Francia, España, en todos los países de tradición germano-francesa. No pasa en EE UU, aunque sí en Inglaterra. En EE UU a los catedráticos se les da lo que se llama la «tenure», que también significa una estabilidad en el empleo. Cuando se contrata en las grandes universidades americanas a un catedrático se le contrata con permanencia o sin permanencia. La permanencia no significa que no se le pueda echar. Se le puede abrir expediente disciplinario, pero tiene que haber causas objetivas y disciplinarias, no se le puede echar a uno porque sí, ni aquí ni allí.

-Pero en España no es fácil que se tomen medidas contra un funcionario.

-No es fácil, pero eso no dice nada en contra del sistema, sino en contra de cómo se aplica el sistema.

-El presidente de la patronal, Juan Rosell, pedía esta semana medidas contra los funcionarios que no cumplen.

-Es evidente que se deben tomar estas medidas. Pero debe tenerse en cuenta que el sistema funcionarial no responde exactamente a las reglas del mercado. Tiene su propia regla y su propia tradición. La Administración no es la empresa privada. Esas declaraciones de Rosell van en la línea, común hoy si se quiere, pero equivocada, de que la economía debe primar sobre el poder político. Eso es absolutamente falso. La clave está en que el poder político debe controlar al poder económico y en ésas se está jugando el mundo su ser o no ser.

-¿Es un tira y afloja que se está llevando quizás al extremo, una disputa exagerada con un final incierto?

-Absolutamente exagerada, hasta el punto de que está en crisis nada menos que el sistema del euro, más aun, el sistema económico mundial. EE UU está a punto de colocarse en suspensión de pagos. Sólo que, a diferencia de los griegos, a la americana: disponen ellos en vez de ser dispuestos. Pero el gran problema de fondo es que la política no puede sobre la economía. Los gobiernos no han alcanzado a establecer, a ordenar los mercados, a someterlos a los dictados de la política, que es una cosa imperiosa.

-¿Que busca el presidente de la CEOE?

-Habría que preguntarle que de acuerdo a qué criterio hay que encauzar a los funcionarios. Su responsabilidad es distinta a la de los empresarios. Estamos hartos de ver que éstos, cuando se trata de ganar dinero, pues lo ganan. Estamos hartos de ver escándalos monumentales, pero cuando entran en quiebra son los impuestos de todos los ciudadanos los que deben sostenerlos. Banesto, aquí, y un montón de bancos en otros países han tenido que ser sostenidos con los fondos públicos. Cuando ellos ganan dinero, todo son libertades, pero cuando pierden no aceptan que simplemente se produzca una quiebra y que se vayan todos a la calle, porque no han cumplido con sus responsabilidades y el mercado los ha expulsado. Eso no lo admiten. Seamos un poco coherentes. Tampoco se trata de catastrofismo. Uno debe, antes de exigir a los demás, exigirse a sí mismo. Estoy convencido de que la Administración debe funcionar mucho mejor, pero también el sistema empresarial.

-Usted está en la Administración, pero también juega un papel en la actividad privada. ¿Es por donde deberían ir los tiros, por esa mezcla?

-Es el mejor ejemplo de lo que se ha llamado la unión Universidad-empresa: que cada uno demuestre su valía en el mercado. Aunque es todo lo contrario de las últimas políticas ministeriales. En disciplinas como el derecho o la medicina no deben ponerse obstáculos a los mejores, en principio a los que están en la Universidad, a los catedráticos. Que salgan al mercado, a competir.

-Sin embargo eso no se propicia aquí.

-No. Y es un empobrecimiento evidente de la Universidad. En EE UU, por ejemplo, para ser catedrático de Universidad es absolutamente imprescindible haber tenido uno o dos años de experiencia en un despacho profesional. Si no, no te hacen catedrático ni de Derecho Romano.

-Quizás en España hay miedo a arriesgar.

-La libertad es indivisible. Y entre ellas está la libertad de mercado. Y eso a mucha gente no le gusta, la gente prefiere estar sentada en una mesa y que le paguen cuatro duros. Comprendo que debe haber de eso. Pero lo que no se puede es poner las trabas monstruosas que se ponen a los que nos dedicamos al ejercicio profesional.

-Su maestro García de Enterría tenía un gran despacho en Madrid. ¿Para tenerlo es necesario vivir en la capital de España?

-Yo ya lo tengo, pero con un matiz muy importante: el mío es un despacho nacional desde Oviedo. He abierto oficina en Madrid, digamos que obligado por las circunstancias. Hay muchos clientes de diversas partes de España que no quieren venir a Oviedo; ir a Madrid, sí. Por eso hay que abrir en Madrid. Pero mi despacho principal es el de aquí, el de Oviedo. Claro que se puede llevar un gran despacho desde aquí. Pero se puede mejor siendo catedrático de la Complutense. Siendo catedrático de Oviedo no es tan fácil. Guste o disguste, ser catedrático de la Complutense es algo que todo el mundo quiere. Digan lo que digan los interesados. Muchos dirán: «Eso a mí no me interesa», pero la verdad es otra. Siendo catedrático de la Complutense puedo vivir en Oviedo y montar un despacho en Madrid. No venir aquí, sino ir allí desde mi casa. Para la gente de cualquier lugar de España si eres catedrático de la Complutense que vivas en Madrid o en Oviedo no les importa.

-Se siente envidiado por este nuevo paso en su carrera.

-No lo sé. Estoy acostumbrado a eso. Por las razones que sean, he sacado la cabeza muchas veces a lo largo de mi vida profesional y a cada paso he encontrado este tipo de cosas. Me da lo mismo. No lo considero. A unos les gusta y a otros les disgusta. Sigo mi camino y adiós muy buenas.

-Tendrá tiempo para todo.

-No veo inconvenientes. En Oviedo cuento, y también en Madrid, con la ayuda de Alejandro Huergo, que es catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de Oviedo. Y debo decir que un despacho con dos catedráticos de Derecho Administrativo no hay ninguno en España. Ni siquiera los grandes, que, por cierto, algunos de ellos me han hecho tentadoras ofertas para situarme en sus cúpulas. Dejo en la Universidad de Oviedo a un tipo de primerísima fila, no dudaría en decir que Huergo es, de su generación y probablemente de otras muchas, el catedrático de Derecho Administrativo más importante de España. Un discípulo mío y una joya. Yo sólo no puedo abordar esta aventura.

-¿Cómo ve la situación de Asturias?

-Mala pero esperanzadora, quizá más esperanzadora que nunca. Es evidente que hay una crisis profunda de Asturias y de la sociedad asturiana, y la irrupción de Cascos y su partido la ha puesto de manifiesto. Yo soy de los que creen que de las crisis siempre salen soluciones de avance. Las crisis siempre producen catarsis y obligan a la sociedad a esforzarse. A mí no me cabe la menor duda de que pase lo que pase en los próximos tiempos, que van a estar muy entretenidos tras la monotonía de años anteriores, va a haber soluciones. Es evidente que la socialdemocracia y el Partido Socialista tienen que poner al día su ideario ideológico, pero también es cierto que la derecha tiene que, de una vez, constituirse en partido político, no en agrupaciones o en bandas, en fulanismos, que es lo que pierde a las derechas. Políticos de una mediocridad absoluta han taponado totalmente la salida de cualquier otro dirigente.

-Miremos hacia atrás. El Gobierno de Areces. Doce años. ¿Qué opinión le merece esta época? Se le acusó de tener un trato de favor del Presidente.

-Tini Areces no me encargó nunca un pleito en los doce años que fue presidente. En Gijón, sí. El Ayuntamiento de Gijón. Pero fue fundamentalmente Paz Fernández Felgueroso.

-¿Por qué la obsesión del PP con usted?

-Ignoro ese asunto. Tiendo a pensar que cuando alguien saca la cabeza, hay gente que sale a cortársela. Yo no estoy por ahí intrigando. A lo mejor eso es lo que pasa.

-¿Y cómo valora a Álvarez Areces?

-Álvarez Areces fue un alcalde de Gijón magnífico. Hizo una transformación de la ciudad realmente impresionante. En el Principado significó otra manera de hacer las cosas. Es un político de raza y bien intencionado. No se pueden discutir muchas de las cosas que ha hecho. Su mandato tuvo un momento crítico con el asunto de la Caja. Fue un conflicto dentro del partido, porque hubo un choque de trenes en el interior del PSOE en el que la Caja fue un factor más. De ahí salió lo que salió y Tini Areces gobernó lo que ha gobernado. Pero creo sinceramente, y lo digo desde el afecto que le tengo, que se ha equivocado mucho en la selección de las personas de su entorno.

-Y, al final, aparece el «caso Marea» de supuesta corrupción.

-Una cosa que es muy lamentable, completamente inmerecida para él.

-¿Se puede generalizar la corrupción?

-Creo que no. Lo que podría criticarse a Areces es una cosa que yo le dije mil veces: que no se olvidara de controlar a los funcionarios.

-¿Hay mucho que hacer en este campo?

-Falta mucho control. No es un problema ideológico. Es un problema sencillamente de colocar a los funcionarios en su sitio, que tengan las ideas claras con respecto a lo que es la función pública y que la sientan como un servicio público. La función pública es un aparato que tiene que ser neutral políticamente, absolutamente. Un partido debe poder servirse de los mismos funcionarios que el partido contrario.

-Eso es muy complicado.

-Es muy complicado porque no hay la presión suficiente sobre los funcionarios para que se mantengan en el ámbito de la función pública. Cuando un político que no tiene experiencia administrativa se apoya en un funcionario, tiende a sacar al funcionario de su estricta función administrativa y el otro se toma el poder político.

-Y eso ¿cómo se puede arreglar?

-Con mayor preparación política. A Cascos no se le suben los funcionarios a las barbas; a la consejera de Fomento de Cascos, habrá que verlo. Pero eso exige muchas veces tenérselas tiesas con ellos, pero también exige que los funcionarios crean al político y se crean que son función pública, al servicio de los intereses generales, y que se les deje libertad para eso.

-Cuál fue el error del anterior Gobierno.

-El error fue no hacer una política de personal más seria. La función pública autonómica tiene muy poca tradición y habría que haberla generado y no se ha hecho. Creo que ése es el origen de lo que ha venido a suceder. Cuando entra un partido quita a un montón de funcionarios, luego pone a otros y al final los funcionarios hacen política. Se produce un imbricación política-función pública absolutamente perversa.

-¿Tiene que ver esto con la llegada, con tanta fuerza, de Álvarez-Cascos?

-Lo que más tiene que ver es que la gente, en general, estaba muy harta de la política y de los políticos. Llega Cascos, que tiene tirón personal, y organiza el barullo que ha organizado.

-¿Y el futuro de la política regional?

-Aquí ha caído una piedra en el lago de la tan monótona política asturiana y las aguas se han agitado, y yo creo que esto va a traer un resultado positivo, con independencia de en qué quede la pugna Cascos-PP. Las personas pueden servir de revulsivo, pero lo importante sería que la derecha asturiana se constituyera en un partido de verdad.

-Pero eso es posible.

-Estoy convencido de que sí, si la política se entiende con mayúscula, no como un lugar donde se va para lograr un puestín y ganar cuatro duros. Esto está haciendo que se retraiga la gente que podría aportar algo. Se debería hacer atractiva la política para los mejores, para las cabezas brillantes.

-¿Y qué hay que hacer para conseguirlo? Es muy difícil que profesionales de prestigio entren en la política.

-En este momento es imposible. Los profesionales con prestigio que entran en la política salen chamuscados y muy dolidos, y además desechos y en un rincón. Viendo lo que pasa, quién coño se va a meter ahí.

-¿Se ha hecho de la política una profesión?

-Desgraciadamente, sí. Los concejales cobran jubilación. La solución es un proceso muy complejo, que pasa, por supuesto, por la regeneración dentro de los partidos políticos. Tienen que ponerse muy serios y abordar de verdad el asunto.

-Y que Cascos encabece la regeneración política de Asturias ¿qué le parece?

-Cascos ha sido un revulsivo que está muy bien, pero lo que cabría esperar es que ponga la cosa en camino de irse regenerando, y que él, que tiene una experiencia, que la ponga no a su servicio, sino al de la región.

-Usted veranea en Llanes como Rubalcaba. ¿Qué opinión le merece?

-Me parece un personaje muy habilidoso, con una cabeza clara, brillante. Un político de primerísima fila. Ha sabido conjugar lo que es propio de los grandes políticos: la experiencia con la inteligencia, con la prudencia, con la sabiduría política.

-El contrapunto de Zapatero.

-Exactamente es el contrapunto de Zapatero, justo. Pero ya sabemos cuál es el origen de Zapatero, en Asturias lo sabemos muy bien. El origen está aquí, en Asturias. Pero no quiero hablar más de esto. Rubalcaba es todo lo contrario. Como persona me parece un tío simpatiquísimo, muy salao.

-¿La inexperiencia de Zapatero le ha llevado al fracaso?

-Desde el principio. Cuando plantea aquella cosa disparatada, «yo aceptaré en los estatutos de todo lo que me venga», pensábamos que tendría en la cabeza algo para darle forma a eso. Pero resulta que no tenía nada. A partir de ese momento ya daban que pensar todas sus actuaciones. Ha pagado carísima su inexperiencia política. Es un ejemplo de libro de lo que no puede ser en política. Concejal de un pueblo, sí se puede ser sin experiencia política, pero presidente de un Gobierno, no.