En el acceso a La Peral por la AS-237, que viene de Avilés y atravesará Candamo en dirección a Grado, está «El Dorado». Así bautizó en su día la gente de aquí ese edificio almenado, blanco, que fue cuartel de la Guardia Civil y ahora está en obras de rehabilitación para alojar las primeras viviendas de promoción pública del municipio. Tendrá ocho en régimen de alquiler y acumula unas treinta solicitudes. A esto se refieren los que sostienen que el atractivo residencial puede llegar a ser un filón con posibilidades en este punto donde el humo de la industria avilesina es sólo aquello que a duras penas se ve en la lejanía cuando la carretera va dejando atrás el pueblo. La Peral y Callezuela observan indicios de cambio en la escuela que llegaron a perder, que reabrió hace algo menos de dos décadas con cinco alumnos y tiene hoy un Centro Rural Agrupado con unos veinte niños hasta sexto de Primaria en Callezuela y otros doce en La Peral. «Buena señal», concluye Salvador Capín, «Miro», vicepresidente de la Asociación de Vecinos de La Peral, a coro con los que confían en la lenta regeneración demográfica de las minúsculas villas illenses. «Algo está cambiando», resume el Alcalde. «Aunque sea tarde, estamos recuperando el camino».

El acento extranjero de la mujer que a media tarde pregunta la dirección hacia la piscina fluvial informa de que el turismo rural es una alternativa evidente en este entorno natural oculto. El «pulmón de Avilés», que lo es al menos en la definición de Esther Álvarez, sabe que las vacaciones no van a funcionar como apuesta única y que tampoco ayuda nada el retraso en el arranque de la dotación de infraestructuras. Hay aquí, eso sí, mucho que ofrecer para intentar subir a Illas a la ola de la «transformación de la industria de Avilés en industria turística y cultural». Están esas piscinas, aquel palacio, el queso autóctono, el cartel sobre el tronco de un árbol que ofrece paseos en burro a cinco euros y hasta la singularidad de las fiestas: el recorrido de casa en casa comiendo, bebiendo y recogiendo gente en La Peral por San Jorge o la comida de hermandad en la calle que acaba de cumplir cinco años por La Sacramental de Callezuela. Dada la competencia y el retardo promocional, no obstante, aquí también se pide con cierta urgencia uno o varios «negocios subsidiarios», motores auxiliares que sumen y se acoplen a esa venta turística «peligrosa» en exclusiva. Esther Álvarez está convencida de que la industria de transformación agroalimentaria tiene más recorrido aquí que su quesería casi solitaria en proceso de expansión. A su juicio, además, su negocio incluso podría llegar a funcionar adosado al turístico: «Ya desarrollamos actividades didácticas para escolares sobre el proceso de elaboración del queso, pero podríamos tener una excursión diaria».

Ella añade las posibilidades que tiene un concejo de montaña para «explotaciones ganaderas de ovejas o cabras, que no hay ninguna», y Ramón Leonato, el potencial de la agricultura y la ganadería ecológicas, «adecuadas a la vez para las características de este territorio» y para las preferencias de producción selecta de un mercado, afirma, que cada vez aprecia más el producto criado «con cariño, tanto si es un animal como una lechuga». Incluso se abren posibilidades que no hace falta imaginar, precisa el presidente de la Fundación Ifsu. «Hay dos artistas de la cerámica trabajando aquí», enseñando la dirección hacia otro camino evidente: «Si el Niemeyer va a atraer artistas, eso generará un mercado cultural y unas expectativas que también se pueden aprovechar desde Illas». Escarbando por ahí, concluye la voz colectiva del vecindario, también se palían los riesgos de la «villa dormitorio» exclusiva y se dota de contenido al magnetismo residencial de esta naturaleza próxima de ubicación «privilegiada» en el retrato del Alcalde. Todo, acaba Alberto Tirador, para «competir en buena situación dentro de la comarca, para buscar gente que traiga proyectos e ideas».

Noventa años de queso azul en un bar abierto desde 1860

El queso sigue una receta de 1923 y el bar vive aquí desde 1860. Los dos forman parte de las herencias que se transmiten en La Peral, este pueblo con nombre de queso azul y cierto apego a las singularidades que no conviene dejar morir. En la localidad más poblada del concejo de Illas, el bar Leoncio lleva cinco generaciones regentado por miembros de la misma estirpe y en la quesería, la primera empresa del municipio, ya trabajan los bisnietos del fundador, Antonio León Álvarez. El queso ocupa a ocho personas y seis son de la familia, cada día consume cerca de 7.000 litros de leche e innova y progresa, confirma Esther Álvarez, con la certeza de que una parte del futuro de su pueblo reside en saber comercializar lo que tiene de diferente. Ella lo puede decir con pleno conocimiento desde la planta de elaboración del producto que ha difundido el nombre de la localidad illense y que ha hecho que, fuera de aquí, La Peral sea sobre todo un queso. Una particularidad es también el restaurante de Callezuela que reinterpretó el menú degustación dando seis platos y postre -se fundó hace treinta años y ya estaba aquí El Chigre de Illas-, y otra diferente el longevo bar Leoncio. Es el único que atiende en La Peral además de La Parra y aunque no haya en apariencia rastro que lo confirme, lleva aquí más de 150 años sin cerrar ni salir de la familia del fundador. Detrás de la barra, Araceli Hevia y su hijo Leoncio González cuentan con satisfacción que apenas quedan ejemplos similares en Asturias y que ellos son, de momento, los orgullosos últimos eslabones de la larga cadena que mantiene abierto este local que sólo se traspasa de generación en generación.