Gijón, J. C. GEA

Dos años largos después de la antológica que colgó en la ovetense galería Nogal, la obra de la avilesina Trinidad Fernández (1937) regresa a Asturias en la primera individual que la pintora, una de las representantes más notables de la vanguardia pictórica española, celebra en Gijón desde hace veinte años. Con la inauguración, esta tarde, de la muestra titulada «Los escondites de Tres», la galería Gema Llamazares termina de vindicar en su tierra el talento de la artista, cuya exposición -como señala el crítico de LA NUEVA ESPAÑA en el texto del catálogo- reviste el carácter de «recuperación plena para el arte asturiano de su pintura».

«Me sigo apoyando en los espacios habituales en mi pintura, aunque en esta ocasión suavizando el color», comenta Trinidad Fernández sobre su obra reciente, atravesada en su cromatismo suave y en sus arquitecturas y ambiguas presencias por un viaje por el litoral sur de Inglaterra en el que la pintora dice haber reencontrado «el mar de Asturias y una paleta muy parecida, más apagada que la de mi obra anterior».

Ello no atenúa en absoluto la potencia seductora de una pintura que mantiene el encanto infantil que siempre ha latido en Trinidad Fernández. La tensión entre el rigor constructivo y un candor lírico que proviene directamente de la niñez siguen siendo la fuente de la poesía que mana de sus cuadros. «Podría ser una pintura fría por lo que tiene de constructivista, pero tiene un toque infantil como lo tenían Klee o Mompó, pintores que siempre mantuvieron un niño dentro», admite Trinidad Fernández, que describe sus universos pintados como un trasunto «de un mundo interior amable, como de juguete».

Esa presencia continua de la infancia no deja de ser «paradójica» porque Trinidad describe la suya como «una niñez trágica», marcada por el desgarro de la guerra y una temprana orfandad que la hicieron viajar muy pronto fuera de Asturias y fuera de España. Esta dura circunstancia biográfica, asegura la pintora, hace «particularmente grato» cada reencuentro con Asturias, acompañado por el reconocimiento de la crítica y el público hacia una obra que también saldó sus deudas sentimentales con la región en una primera etapa.

«Ahora todas esas referencias me quedan lejos, aunque siempre sigue habiendo alguna, como en este caso mis recuerdos de las costas inglesas», precisa la pintora, que no busca, sino que encuentra en el propio proceso del pintar los imprecisos pero constantes anclajes figurativos que siempre ofrece al espectador: «Empiezo a estructurar sin pensar demasiado en nada; luego, cuando he cruzado el primer tercio del cuadro, es el propio cuadro el que me empieza a hablar».

Es consciente Trinidad Fernández de que la solidez de su actual pintura se sustenta en un momento «de madurez respecto al oficio». Autodidacta y permeable a las muchas influencias recibidas en sus distintos domicilios dentro y fuera de España, ahora dice sentirse «más dueña que nunca» de los recursos expresivos que maneja para obtener la síntesis que Cristina Suárez ha descrito como una «difícil simplicidad».