El enigma del viajero de Úrculo, en Pozuelo

Una exposición recuerda la trayectoria del artista y se exhibirá hasta finales de junio en el teatro Mira de la localidad madrileña

Eduardo Úrculo.

Eduardo Úrculo. / Alicia Vallina

Alicia Vallina Vallina

Alicia Vallina Vallina

El color y la luminosidad aplastante de la obra de Eduardo Úrculo llegan a Pozuelo de Alarcón para quedarse hasta el 30 de junio.

El artista, nacido en Santurce pero que se trasladó a Asturias cuando apenas contaba 4 años, demuestra, una vez más, que su curiosidad y su deseo de descubrir y experimentar los caminos del arte no tenía límite. Más de 70 obras procedentes todas ellas de la colección de su único hijo Yoann, permiten descubrir, en la muestra titulada Eduardo Úrculo. El enigma del viajero, a un artista singular que, irónico, provocativo y talentoso, exprime al máximo la vida para construir su propio destino fuera de la pequeñez del mundo.

Úrculo cultivó todas las técnicas, formatos y temas de modo apasionado, a veces experimental, otras sorprendente. Comenzó a pintar tras una inmovilizante hepatitis que terminó por convertirle en un incansable viajero y descubridor de la dialéctica de lo cotidiano a través de sus composiciones. En Langreo tuvo sus primeras oportunidades y cultivó la figuración, memoria de lo urbano, tratando de sacudirse una realidad que avanzaba desaforada y sin aliento por la más cruel de las expresiones del hombre y de la mujer de campo de la España casta y negra de antaño. De esta época son su "Autorretrato" (firmado en 1957 y en el que, con apenas 19 años, se muestra al espectador como un viejo huraño de rostro triste y desalmado) o su hermosa Catedral de Oviedo en la que emplea una bella y armónica geometría de colores terrosos y pincelada empastada. Incluso llegó a probar con el informalismo y la abstracción para, de nuevo, volver al hombre y a sus circunstancias.

El enigma del viajero de Úrculo, en Pozuelo

Obra «Autorretrato» (1957) de Úrculo. / LNE

Tras marchar a Madrid y pasar por París, vivió y bebió a tragos la Ibiza de finales de los 60, donde encontró el amor en brazos de una francesa con la que llegó a casarse y que resultaría ser la madre del único hijo del artista. Allí cambió el casticismo y la fuerza de sus obras de denuncia social por el desaforado colorido del desnudo sexual y deleitoso, provocativo e impertinente, de quien va más allá del puro pensamiento pecaminoso.

Introdujo el arte pop en España a través de enormes lienzos pintados al acrílico en los que se inmiscuía como un voyeur en la simbología de lo erótico, en los lugares comunes de los silenciosos y lascivos interiores para describir el innombrable sentido del deseo. El artista provocaba porque le apasionaba hacerlo y trataba de escrutar al espectador, a quien siempre sorprende y, en ocasiones, escandaliza.

Sus mujeres de traseros voluptuosos son anónimas, carecen de rostro y no quieren ser descubiertas. Prefieren permanecer en el anonimato a pesar de que ahora están a la vista de todos. ¿Quién sería la famosa Vamp que iluminaba al mundo a través de una hermosa luna llena de un color verde intenso y que, no exenta de cierto descaro, posaba para el pintor tumbada en un estridente sofá azulado?

En la década de los 80, Eduardo comenzó a pintar a sus personajes de espaldas al espectador y empezó haciéndolo con su hijo Yoann. Era 1982 y jugaba con un balón de fútbol en el jardín de su estudio madrileño. Poco tiempo después lo hizo también frente a un conjunto de figuras geométricas de diversas formas y colores que flotaban con delicadeza sobre un cielo azulado mientras Yoann se tapaba la boca, mirándolas asombrado.

Y finalmente terminó por desnudar las ciudades para vestirse de viajero y se expuso para que fuéramos capaces de ponernos en marcha a través del sendero de la vida. Maletas, buen calzado, paraguas y gabardina, simbología del mundo moderno que recorrió, desde Sama de Langreo hasta Nueva York, con la misma ambición que su instinto, ávido de aventuras, le terminó por otorgar. Sus maletas y pinceles, grabadas y en bronce, construyen paisajes de lo urbano para recuperar el gusto por la vida, por la exploración de lo cotidiano.

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