Gijón, J. C. GEA«Camino de la casa pienso en desviarme. / La coreografía del tránsito es extraña en campo abierto. / Soñamos que la casa es un laberinto. / Cruzamos las miradas, sin hablar. / Suceden cosas en Chicago y junto a ti. / Es la ciudad una escenografía inacabada. / El territorio es todo frontera. / La calle es la trinchera. / La casa es la frontera. / A veces estamos en el centro de lo mirado. / Entro en la niebla para perderme. / Te miro sin saber lo que contienes. / La calle nos hace invisibles. / En el paisaje ya no se oyen las campanas. / Amo la tierra vacía de Dios. / Es el hilo argumental sentarse en una silla».Estas dieciséis frases, que se tienen en pie por sí mismas y que funcionan también interconectadas en una secuencia, como los dieciséis versos de un poema, suministran la columna vertebral de «La casa es la frontera», instalación que el artista Adolfo Manzano (Quirós, 1958) inauguró ayer en la galería gijonesa Espacio Líquido, en la que hace seis temporadas que no exponía de modo individual.La inversión de la tradicional oposición entre la casa y la calle como ámbitos respectivos de la intimidad y la intemperie, de lo privado y lo público, es la que recorre esa secuencia, que Manzano ha organizado con una estructura que repite la forma de la ciudad y la experiencia del desplazamiento del habitante de la ciudad en un conjunto que combina texto, escultura, grafiti, escritura y dibujo.He querido hacer una reflexión sobre la casa y el territorio, en particular el territorio urbano, y sobre las relaciones que se establecen en ellos con las ideas de ciudad y de frontera, sobre todo, como trasfondo», comenta Manzano, que dice haberse preguntado en esta instalación «qué cosa es la frontera» para llegar a la inesperada conclusión de que «la casa es la frontera, aquello que nos separa de los demás». Una conclusión cargada de matices críticos desde un punto de vista social o incluso político.«Generalmente es la intimidad la que parece preservarse en las casas, pero a mí me parece cada vez más que es al contrario. Es en la casa donde nos tienen localizados, identificados, controlados; desde el banco, el Ayuntamiento, Hacienda? Aunque pretenden que ese control se extienda a la calle, en la calle, entre la masa, es donde aún somos incontrolables, donde aún hay una posibilidad de anonimato que se manifiesta de pronto en un tumulto, en un levantamiento en las afueras de París, en un acto de insurgencia. De ahí esa idea de que la calle es la trinchera», reflexiona el artista.Esa carga conceptual se reparte, frase por frase, en siete piezas de pequeñas dimensiones que representan otras tantas casas, realizadas en mármol blanco de Macael y en uno de cuyos muros se inscribe, primorosamente rotuladas en letras que recuerdan la tipografía de los grafiti; otros siete dibujos de grandes dimensiones en el que aparece una misma imagen femenina sosteniendo una casa pintada con su correspondiente frase, y un grafiti de grandes dimensiones que ocupa uno de los paños de la sala («La calle es la trinchera») y, ante él, una casa mayor que las anteriores, bañada en pan de oro, en la que figura el texto que da título a la instalación. Todo ello incita al espectador a recorrer la exposición en sentido lineal, como en un trasunto de paseo urbano, encontrándose a la vez con los edificios, los textos «grafiteados» en sus muros, el grafiti real y los grandes papeles con las imágenes femeninas, basados, según Adolfo Manzano, en la iconografía «de la la publicidad y en el modo en que utilizan la imagen de una mujer para venderte cualquier cosa».El tema de la ciudad estará también presente en la instalación con la que Manzano -artista bien conocido en Gijón por su intervención «Cantu les díes fuxíos», en el Cervigón- tiene previsto participar en una exposición colectiva sobre arte y arquitectura que se inaugurará el próximo mes de mayo en el valenciano IVAM.