Oviedo, Eduardo GARCÍA

Claudio Ptolomeo era griego y fue bibliotecario en Alejandría. Vivió en el siglo II y tenía amplios conocimientos de óptica y astronomía. Pero ocupa un lugar en la Historia gracias a su «Geographia», la primera obra que se conoce en la que se incluyen mapas con una escala lo suficientemente pequeña como para acercarnos al detalle. El primer mapa de la Historia en el que aparece Asturias. O algo parecido. El mapa de Hispania de Ptolomeo se reproduce en el libro «Cartografía histórica de Asturias», del geógrafo ovetense Juan Sevilla, con fotografías de Enrique Cárdenas, que acaba de ser editado. En este sorprendente apunte cartográfico la costa cantábrica se presenta con dos grandes entrantes de mar, uno de ellos nombrado Sinus Cantabricus, a la altura del actual golfo de Vizcaya. El otro, cerca ya de la costa atlántica. El espacio que en buena lógica ocuparía el actual Principado de Asturias apenas es esbozado por tres ríos y por el perfil de la cordillera Cantábrica, que Ptolomeo denomina Vindius Mons. Hay referencias de núcleos de población, entre ellos los de Flavionavia, ciudad a la orilla izquierda del Nalón, en la zona que hoy ocupa Pravia, o Lucus Asturum -origen de la actual Lugo de Llanera-. Hay otros sin tanta definición geográfica, como Argenomescon, una población que pudiera estar situada cerca de la desembocadura del Nansa, en la vecina Cantabria, o Bedunia, al sur de la Cordillera.

Los mapas de Ptolomeo fueron impresos muchos siglos después. En la «Cartografía histórica de Asturias» se reproduce uno editado en Estrasburgo en 1524, de 40 centímetros de alto por poco más de medio metro de ancho. La España del mapa de Ptolomeo se parece poco al mapa real, pero los perfiles mediterráneos, incluidas las islas, son mucho más precisos que los perfiles cantábricos. Por cierto, que Ptolomeo conocía la existencia de las islas Canarias, consideradas entonces como el extremo occidental del mundo conocido. Plinio el Viejo, en su «Historia natural», ya las nombra en el siglo I islas Afortunadas, así que el eslogan turístico tiene veinte siglos.

Ptolomeo vivía en Alejandría, uno de los centros de poder, de comercio y de saber que había en el mundo en el siglo II. Si además, como se supone, tenía acceso a la colección de la biblioteca alejandrina, el sabio griego pudo abordar una obra gigantesca. En su «Geographia» se compilan unos 8.000 nombres del mundo conocido, ciudades y accidentes geográficos. Una veintena de ellos está representada en esa minúscula porción de terreno en la que hoy situaríamos la comunidad asturiana. «Es en el siglo XV cuando se redescubre la "Geographia" de Ptolomeo y cuando se retoma la representación cartográfica», recuerda Juan Sevilla (Oviedo, 1977), doctor en Geografía por la Universidad asturiana y que actualmente trabaja en un proyecto de investigación posdoctoral en la Universidad francesa de Pau.

Los mapas de Ptolomeo se convirtieron poco menos que en «best-sellers», sobre todo en las grandes urbes italianas. Se realizaron códices en latín, pero también en árabe y en griego. Pero en el siglo XV el mundo ya disponía de datos con los que ni hubiera soñado el cartógrafo Ptolomeo. Los errores eran evidentes, y a partir del siglo XV a la «Geographia» se le añadieron apéndices, nuevos mapas, más datos.

El mejor cartógrafo italiano del siglo XVI, Giacomo Gastaldi, es el autor de lo que algunos denominan como el primer mapa moderno de la península Ibérica. Asturias tiene una referencia de primera, el Cabo Peñas, que en el mapa de Gastaldi se nombra como Cabo De las Peñas de Guzan. Se destaca, asimismo, una exageradísima ría del Eo, pero el nomenclátor ya nos suena: Avilés, Villaviciosa, Porcía, Navia, Ribadesella u Oviedo. Tazones es Stasone; Gijón no aparece, pero sí Torres (por el cabo). Al sur de lo que sería Gijón, Gastaldi dibuja una población denominada Verco. Navia está muy lejos de la costa; Peñaflor lo pintan en el Sureste; Castropol, cerca de Oviedo, y, lo más pintoresco, Benavente en el corazón de Asturias. Como nada se hereda más fácilmente que los errores, ahí estuvo Benavente, en la orilla norte de la Cordillera, durante muchas décadas y cientos de mapas.

Años más tarde, hacia 1553, un cartógrafo establecido en Amberes, Hieronymus Cock, publicó su «Nova Descriptio Hispaniae», donde por vez primera se habla de las Asturias de Oviedo.

Asegura Juan Sevilla que «el Cabo Peñas se representa sistemáticamente y sufre una evolución no exenta de errores. Cock sitúa en el mapa por vez primera a Gijón. También están Luarca, Llanes y Riba de Sella. El río Sella aparece desde los primeros mapas «y, sin embargo, hay cursos fluviales que no se corresponden con nada, como el Astaria o Astario, que nace en el suroeste de la actual Asturias y desemboca en el entorno de Villaviciosa», dice Juan Sevilla. Por hacernos una idea, este Astaria desconocido formaría una cruz con el cauce del Nalón. El mapa de Hieronymus Cock menciona igualmente Candás y Artedo, «que probablemente fuera un núcleo de población al abrigo de la costa». Artedo se mantendrá muchísimos años en los mapas de la época.

El misterio de Sanson

El testigo cartográfico italiano lo recogieron los flamencos y holandeses, a partir del XVI. Son impresionantes los de Lucas Waghenaer, que en 1584 cartografía la costa asturiana con notable precisión, desde Llanes a Castropol. Hay, sin embargo, una referencia que sigue siendo todo un misterio y que va a repetirse en numerosos mapas: entre Gijón y Villaviciosa se sitúa Sanson. ¿Se trata del Stasone (Tazones) del mapa de Giacomo Gastaldi? Es posible, pero el autor de «Cartografía histórica de Asturias», Juan Sevilla, advierte que él apenas ha entrado en cuestiones toponímicas.

A finales del siglo XVII los cartógrafos tenían muy claro el perfil de la ría del Eo y sus poblaciones a una y otra orillas, pero Benavente (o Benaventa) seguía siendo «asturiana» y con Gijón había lío. La ciudad aparece en algunos mapas como Gyon, en otros como Gion e incluso como Xixon (siempre sin tilde). El Xixon lo encontramos en el fantástico mapa de Pedro Texeira realizado entre 1630 y 1634. En él aparecen también Canero, Tapia, Lastres y, por fin, Cudillero.

Juan Sevilla trabajó en el proyecto, prologado por el catedrático Francisco Quirós Linares, durante casi año y medio, desde enero de 2006 a junio de 2007, indagando por las cartografías de las bibliotecas del Fontán y Jovellanos, en Asturias; por la Biblioteca Nacional y por el Museo Naval, entre otras instituciones.

A finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII la cartografía francesa se convierte en la gran referencia europea. «Y cambian las cosas. Empieza a haber un mayor rigor científico y menor ornamentación en los mapas. Comienzan a superarse muchos de los errores anteriores». En el mapa de I. B. Nolin, de 1704, ya encontramos una de las primeras referencias a los Picos de Europa. Nolin los denomina Monts d'Europe junto a Les Montagnes des Asturies para denominar a la cordillera Cantábrica. La costa ya está perfectamente delimitada, «porque el litoral fue objeto específico de cartografía náutica, que es algo que siempre ha interesado a la economía de los territorios». En los mapas de la época, Gijón vuelve a ser noticia porque ya se recogen muchas de sus parroquias: Iove, Veriña, Somio, Tremagnas (por Tremañes), Porceio o Ruedes. Aparece de nuevo esa población fantasma llamada Sanson y, en este caso, imposible confundirla con Tazones porque esta localidad también se incluye con el nombre de Tassones.

A estudiar a París

Lo cierto es que las parroquias de Gijón están descolocadas y no responden a ninguna lógica de escala. De hecho, la de Ruedes está en el mapa más cerca de Oviedo que de la playa de San Lorenzo.

Tomás López de Vargas y Juan de la Cruz Cano fueron dos cartógrafos españoles enviados por el Estado a París para que perfeccionasen el oficio. Aprovecharon el tiempo. López compuso un mapa de Asturias en 1777 que, con todas las reservas, ya no admite dudas, aunque, para Juan Sevilla, «el primer mapa moderno de la costa de Asturias se recoge en el «Atlas marítimo de España», del marino Vicente Tofiño, de 1788.

La publicación también incluye el famoso mapa topográfico de la provincia de Oviedo obra de Guillermo Schultz. Sevilla cree haber conseguido lo que inicialmente se propuso: «Queríamos hacer un libro donde el texto estuviera imbricado en las imágenes, que el texto fuera complementario de las fotos, que pudiera servir para el lector común, pero también para consultar».

Los últimos mapas recogidos en el libro son los del Instituto Geográfico y Catastral editados en 1941. Cualquier parecido con aquel primer esbozo de los confines del mundo que realizó o mandó realizar el griego Ptolomeo es pura coincidencia, pero de alguna manera todos son hijos de aquella primera Hispania romana que probablemente nos dibujaron, con más imaginación que datos, desde la lejana Alejandría. Cuando Asturias no se llamaba Asturias, ya estábamos en el mapa.