Las Palmas,

Natalia VAQUERO

«Nunca me pude imaginar que iba a revivir de repente la tragedia que me pasó hace nueve años». Con esta frase resume Antonio Barrera el sentimiento que tiene al escuchar la dramática historia de Rayan, el bebé que falleció en el Gregorio Marañón por la supuesta negligencia de una enfermera. Barrera tiene razones de peso para decir lo que dice. Hace nueve años, su recién nacido falleció en el Hospital Universitario Nuestra Señora de La Candelaria, en Santa Cruz de Tenerife, por las mismas razones que Rayan.

A los dos bebés les administraron la leche por la vena, en vez de por la nariz. El hijo de Antonio Barrera falleció el 21 de diciembre de 2000, 16 días después de haber nacido de forma prematura y por cesárea. «Es horrible ver que ha vuelto a suceder lo que le sucedió a mi pequeño», añade el joven, destrozado de nuevo por tener que «revivir» un drama que nunca ha llegado a explicarse.

Cinco años después del fallecimiento de su hijo, se juzgó al enfermero responsable de esta negligencia, quien fue condenado por un delito de homicidio imprudente a un año de prisión y tres de inhabilitación para el ejercicio de su profesión. El Servicio Canario de Salud inhabilitó de por vida a este trabajador.

El bebé canario nació prematuro, tras 32 semanas de gestación y con un peso de 875 gramos. Los médicos decidieron su ingreso en la uvi del Hospital de La Candelaria. La criatura engordó y el 20 de diciembre fue trasladada a la planta de neonatología con un peso de 995 gramos, «lo que hacía totalmente viable su desarrollo», según la sentencia del juzgado número tres de Santa Cruz de Tenerife que instruyó el caso.

Fue la noche del 20 al 21 de diciembre cuando se produjo el fatal error a la hora de suministrar la leche al bebé. El enfermero alimentó al recién nacido por vía parental y no nasogástrica, lo que le provocó una embolia de todos los órganos y su fallecimiento.

La declaración de la madre del bebé en el juicio fue desgarradora. La joven explicó, entre lágrimas, que dejaba cada día su propia leche para que la mezclaran con la del hospital y se la administraran a su primer hijo por sonda. A las siete de la mañana del 21 de diciembre recibió una llamada desde el centro hospitalario tinerfeño. Los responsables de neonatología le pedían que fuese y dos horas y media después se daba de bruces con la más dura realidad. «Vi al niño vestido de blanco en una cunita. Estaba muerto», declaró en el juicio que comenzó en febrero de 2005, cinco años después del fallecimiento de su pequeño.

«Fue un caso durísimo», explicó Martín Fajardo, abogado de la familiar, quien admite que evita conocer detalles sobre el fallecimiento de Rayan. Fajardo admite que, a pesar de haber ejercido como acusador en el caso del bebé de Santa Cruz de Tenerife, no pudo eludir sentir cierta empatía con el enfermero, al que se responsabilizó de esta dramática negligencia. «Está claro que no hubo voluntariedad y que habrá quedado tocado de por vida», comentó, al tiempo que considera que el condenado no fue el «único» responsable de la tragedia.