Oviedo, E. G.

«No he llorado en clase porque si te ven los alumnos estás perdida, pero ganas no me faltaron. No era que no controlase, sino la frustración de no ser capaz de inculcarles un mínimo de interés». Lo dice María (nombre supuesto), una de los docentes asturianos que se ha acogido a la llamada «jubilación Logse» a los 60 años. Lo hizo -admite- «agobiada, desencantada y muy quemada». Daba Lengua y Literatura en 2.º curso de la ESO y en los últimos años llegó a la conclusión de que «me esforzara lo que me esforzara, el desinterés de la mayoría de la clase era inamovible».

Al final del pasado curso, de 382 profesores asturianos que llegaron a los 60 años, 262 se acogieron a la jubilación anticipada, un 68% del total. De ahí a los 65 el goteo de prejubilaciones se mantiene: 35 profesores lo dejaron a los 61 años, y otros 18 a los 62, por ejemplo.

Jesús Solórzano se jubiló a los 60 años tras casi tres décadas de docencia de Física y Química. Su último destino, el IES La Magdalena, en Avilés. «En las clases de ESO, de 20 alumnos encontraba cierto interés en 3. Así un día tras otro. Les decía: el que no quiera hacer nada, que no lo haga, pero que al menos esté callado. Era horroroso».

Y eso que Asturias es un paraíso comparada con otras latitudes académicas. Tomás Pérez Serrano vivió una última etapa docente muy gratificante, en el Centro de Adultos de Gijón, con alumnos motivados «que van a clase porque quieren». Se marchó anticipadamente por cansancio, «quizá porque los profesores tenemos una fecha de caducidad profesional más corta. En Aceralia, uno termina su jornada laboral y se va a casa. En la docencia, uno es profesor las 24 horas del día».

Hay en el Principado unos 1.500 profesores que superan los 60 años, lo que viene a significar un 15% sobre el total. Una plantilla moderadamente envejecida para tiempos duros de docencia. Nunca tan duros como ahora. María -profesora de Secundaria en Gijón- fecha la frontera del deterioro en las aulas en quince años atrás. «Y cada año peor». Una constatación: «Lo que yo encontraba en clase, con chavales de 13 años, es lo que fue cociéndose en sus casas». Jesús Solórzano confirma: «Veo a un alumno y estoy viendo a su padre y a su madre. A la mayoría de las familias les importa tres pepinos lo que el niño haga en clase».

Falta autoridad, y ésa parece ser una de las causas del desencanto «que hace que los docentes nos jubilemos a manadas». A estas alturas el problema está bien diagnosticado, y las palabras del consejero de Educación en un reciente acto docente en el auditorio Príncipe de Asturias hubieran sido impensables diez años atrás: «La realidad de la escuela es que el profesor manda y los alumnos obedecen, las sanciones tienen que existir», dijo José Luis Iglesias Riopedre.

«Tengo compañeros que encontraron en la jubilación anticipada una auténtica liberación», dice Tomás Pérez. María asegura no haber sufrido en clase ninguna situación límite. «Traté de adecuarme a los nuevos tiempos, pero no se trata de adecuaciones, sino de que tienes en clase a un grupo más o menos numeroso de alumnos que pasan de ti, que pasan de sus compañeros, que pasan del instituto y de los estudios».

Jesús Solórzano tomó la decisión de marcharse para casa «cuando me di cuenta de que me estaba dejando la salud. Lo primero que se ha perdido es la educación y el sistema está montado para que la palabra del alumno valga más que la del profesor. Salía del instituto a las dos y media de la tarde y me preguntaba: ¿qué he logrado hoy además de perder el tiempo? Lo pierde el profesor y lo pierden los alumnos, que todavía es más grave».