Málaga, Jesús ZOTANO

Antonio Banderas está contento. La razón: la candidatura al «Oscar» del cortometraje «La dama y la muerte», filme nacido de la mano de Kandor Moon, una de las líneas de trabajo de su productora, Green Moon. Mientras espera el estreno de la última de Woody Allen («Youwillmeet a tall dark stranger»), su participación en la nueva de Soderbergh («Knockout») y su reconquista de Broadway con «Zorba el griego», el malagueño reflexiona desde Nueva York sobre el auge del cine de animación y el destino de uno de sus grandes proyectos: el filme sobre «Boabdil».

-Habrá sentido una gran satisfacción con la candidatura del cortometraje «La dama y la muerte».

-La satisfacción es compartida con un grupo de personas que lleva cuatro años trabajando y que recibe un reconocimiento. Para mí significa que esta compañía comienza a funcionar. También aquellos que confiaron en nosotros reciben de alguna forma el reconocimiento.

-¿Llegar a los «Oscar» era una meta fijada?

-No. Sería un error trabajar para conseguir reconocimientos de este tipo. El reconocimiento real, el que busca cualquier artista en cualquier medio, es el reconocimiento del público. Conectar con la gente es el objetivo fundamental. Y al mismo tiempo crecer y tratar de ser mejores, en este caso en un formato tan complejo como el de la animación. Si paralelamente después llegan reconocimientos, pues son bienvenidos porque significa un estímulo para todos, tanto para los creadores como para los inversores.

-¿Cree que la tecnología ha acortado las distancias entre los gigantes de Hollywood y los pequeños artesanos del cine?

-No son tantas las distancias. Pero todavía las hay. Y lo digo con conocimiento de causa porque estoy conectado a proyectos, como es el caso de «Shrek», en los que se desarrolla una muy alta tecnología. Por eso, todavía hay una cierta distancia, pero cada vez es menor. Sobre todo gracias a la inteligencia y la creatividad de determinados profesionales que, con pocos medios, pueden lograr efectos que se acercan a lo que se hace en estudios con un gran desarrollo tecnológico como Dreamworks o Disney. Es cierto que se van acortando las distancias, pero al final del camino uno se va dando cuenta de que la tecnología es importante, aunque lo que interesa es la historia. Y nosotros estamos poniendo muchísimo empeño en que el guión de nuestro próximo proyecto, «Gloeor», tenga un guión muy consensuado por todas las partes del estudio. Estamos trabajando muy duro en ello y depurando mucho en lo esencial, en lo que se sale del campo de la tecnología, que es la historia. Le doy mucha más importancia al núcleo central, que es la historia, que a todas las aportaciones tecnológicas.

-Que es lo que, en definitiva, se lleva el público a casa....

-Absolutamente. Si «Avatar», por ejemplo, no hubiese contado con una buena historia, sería un producto para un museo de ciencia. No tendría el enganche emocional que puede tener con el espectador. Al final, todo se reduce a lo mismo: la historia que uno quiere contar y la capacidad de conectar con el público.

-¿Piensa que el actual auge de la animación, que históricamente ha sido tratada como un género menor, es una moda pasajera?

-Lo que ocurre es que la animación está entrando en un terreno que roza al del cine real. El cine, sobre todo el cine espectáculo, se está nutriendo muchísimo de la animación. Pero «Avatar» plantea ya una diatriba importante. ¿Hasta qué punto el mundo de la animación se va a introducir en el cine real? ¿Hasta qué punto vamos a ver a un actor y poder asegurar que lo que estamos viendo es real? Llegará un momento en el que una actriz podrá ser retocada en cine tal y como se está haciendo ya en la foto fija.

-Tiene por delante el estreno del filme de Woody Allen, prepara su regreso a Broadway con «Zorba el griego» y pronto rodará con Soderbergh. ¿Dónde ha quedado el proyecto de «Boabdil»?

-El de «Boabdil» es un proyecto que o se hace bien o no se hace. Nos hemos estado moviendo por todo el mundo árabe porque me parecía honesto contar con su colaboración para contar una historia que está basada en una realidad que puede despertar muchísimas susceptibilidades. Para hacer «Boabdil» es necesaria una serie de equilibrios, tanto en lo ideológico como en lo financiero. Si no se dan es preferible guardarlo en un cajón. Lo que ha ocurrido con esta película es que se había convertido en una barrera que topaba con otras pretensiones de Green Moon. Entonces «Boabdil» va a estar ahí, porque llevo muchísimas horas invertidas en ello, pero ahora vamos a acometer otros proyectos que no requieren de tanta financiación y consenso. En el momento que se den las circunstancias, y espero que sea pronto, volveré a «Boabdil».

-Mientras tanto, Green Moon crece a marcha forzada...

-Hasta ahora Green Moon ha sido una compañía pequeñita que ha trabajado con muchísima humildad, pero queremos dar un salto hacia adelante. Para ello estamos cerrando un acuerdo con un grupo audiovisual español. Ya hemos pagado la novatada de los primeros años, aprendiendo y pagando peaje, y ahora creo que es el momento de hacerlo.

-¿Tiene claro su regreso a las pantallas españolas?

-Como actor no lo sé. Me interesa mucho España y deposito todos mis anhelos en el trabajo que estamos realizando en Green Moon.

-¿Esperará a que se produzca ese salto hacia adelante para volver al cine español desde su propia empresa?

-Probablemente ocurra así. En el caso de «Boabdil» quiero, además de dirigir, interpretar alguno de los personajes. Pero también hay algún otro proyecto que tenemos en cartera ahora mismo en los que también me gustaría estar detrás y delante de la cámara. Con referencia a otros, no estoy recibiendo ningún material que me haga ir a España para hacerlo. Por eso sigo trabajando en los Estados Unidos.

-Con papeles que, aunque de menor presencia, ganan en calidad.

-Hace dos años tomé la decisión de trabajar en cosas pequeñas, pero con gente que me interese. Por ejemplo, en la película de Woody Allen no hago el personaje de mi vida. El papel está al servicio de la historia. Igual pasa con Soderbergh: es un trabajo pequeñito, pero me ilusiona trabajar con un director de sus características.

-Tampoco ha perdido la ilusión por el teatro.

-Soy actor por el teatro. Es mi verdadera pasión. Lo del cine se produjo casi como un accidente años después. Y siempre lo he tenido como a esa mujer que te quiere y que uno abandona. Es un terreno que amo y que controlo bien. Me gusta el teatro y quiero recuperarlo. Además, en los tiempos en los que vivimos, en los que todo el mundo lo graba todo, de repente me apetece un arte que está basado en lo efímero. Es lo que se ve, se recuerda, y no se repite.

-¿Se vive en Estados Unidos con la misma intensidad la guerra entre los derechos de autor y los derechos de los internautas?

-Quizás el tema no se trata con tanta virulencia como en España. Es una reflexión muy complicada. Es cierto que hay derechos lógicos de unos autores sobre su obra. En ese caso me muestro en contra de la piratería. Pero a la vez no quiero posicionarme en contra de la democratización del arte y de que la gente no pueda tener acceso a determinados contenidos. Pero no puedo arreglar un debate que está provocando reflexiones muy fuertes por parte de los gobiernos para legislar eso y respetar los derechos de todos.