El director ovetense Pablo González recaló al frente de la Sinfónica del Principado, tras un par de meses de actividad intensa y heterogénea, tanto en lo que se refiere a repertorios como formaciones que conducir, en Alemania y España. Podría destacarse a este respecto el concierto con Anne-Sophie Mutter y la Orquesta de Cámara «Andrés Segovia», en el Auditorio Nacional de Madrid el pasado febrero. En este caso, el público asturiano celebró la vuelta de González con un programa integrado por Strauss y Shostakovich. La dirección fue la responsable de versiones trascendentes que se ofrecieron de las obras, las cuales sólo resultan del estudio y la reflexión. Se desarrollaron a través de una dirección llena de vitalidad y que se ocupó además de lograr la exquisitez del tejido orquestal, que conformó a su vez nuevas densidades sinfónicas. Al otro lado estuvo una OSPA que se presentó de nuevo impecable en la ejecución, como suele hacer en el que puede considerarse uno de los mejores momentos de la orquesta asturiana.

González entiende el «Don Juan» de Richard Strauss con un renovado honor. En este «Don Juan» hay una búsqueda honesta del ideal femenino. Hazaña imposible para el protagonista, y en la que el Don Juan se siente atrapado, llevándole al final trágico. Este fue el acertado sentido que dio a la obra de Strauss el director ovetense. Si bien se trata de una página bastante condensada, en el concierto del viernes las capacidades expresivas de la orquesta se manifestaron con amplitud. La evolución de la fatídica aventura, basada en los versos de Landau, fue perfectamente comprensible. Honradez, impulso y continuidad musical fueron básicos en la interpretación de la OSPA, a cargo de González. En la orquestación diestra que presenta la composición, destacaron los episodios de carácter onírico, que contrastaron, en una plantilla que se vuelve hacia texturas más de cámara, con solos que abrió el violín y que continuaron, con un gran sonido, el oboe y el clarinete. Unas trompas exultantes, además de la cuerda, bien ajustada, fueron otros de los ingredientes imprescindibles para una interpretación redonda de esta página.

En su «Sinfonía n.º 12, Op. 112», Shostakovich alude a los acontecimientos de la revolución de 1917, como inspiración más que programa, en una obra de encargo dedicada a la memoria de Lenin. Si el compositor vivió continuamente el lastre de «agradar al régimen», su obra se escapó de la superficialidad, aun en las partituras orquestales relacionadas con su arte más «oficial». En la duodécima sinfonía se distingue el oficio compositivo del autor, a través de una orquesta orgánica, no sin dotarla de elementos que aportan cierta ironía.

La transformación de los recursos musicales y el sentido cíclico de una obra, por otro lado, sin interrupciones son aspectos imprescindibles que González tuvo además en cuenta en su último programa. El director ovetense pensó en «toda la orquesta» al levantar una obra que no sólo sonó con fervor entusiasta, sino en una versión minuciosa y complaciente con cada instrumento o sección, que acogía relieve en una orquestación magistralmente integrada. La OSPA, por su parte, cuidó en detalle la calidad sonora de una obra rica en intensidades y texturas, con todas sus familias «marchando» en la misma dirección.

De este modo, la orquesta se convirtió en un auténtico escuadrón a partir del «Allegro» del primer movimiento, el «Petrogrado Revolucionario» -tras el tema inicial «Moderato» en la cuerda grave más lírica-, con una cuerda impulsada por González para encabezar filas, y un viento igual de combativo, cuya presencia introdujo el primer fagot, ejecutado con precisión. Los metales, de sonido firme, acompañaron en la misma empresa, coronados por unas trompas brillantes. El segundo movimiento, «Rasliw», apareció con gran riqueza de colores, a través de la combinación de timbres que ofrecen los instrumentos, en un diálogo que aplaca el espíritu en el centro de la sinfonía. Genial el viento madera, y también para destacar fueron las trompas y trombones. En la «Aurora» que sigue, como titula Shostakovich el tercer movimiento, una cuerda en «pizzicato» bien ensamblada declaró de nuevo el camino épico, que marcó definitivamente el «crescendo» de sonido lacerado. Éste lleva a su vez al «finale», «El amanecer de la humanidad», que fue anunciado por unos metales espléndidos que recogieron en himno el primer tema. El carácter festivo con que concluye la obra se complementó con un «Allegretto» ágil y fresco, que, sin embargo, no liberó tensiones hasta que la obra no llegó a la «doble barra». En suma, una interpretación de nota que debería apuntar hacia el futuro a seguir.