Los golpes de la crisis se descubren de pronto en situaciones ilógicas. Que anoche apenas se consiguiera un cuarto de entrada en el teatro Jovellanos, para asistir a un acontecimiento de doble interés, y grandioso de todo punto, sólo puede consignarse al precio de las localidades: casi treinta euros la butaca de patio. La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias completaba el curso actual con una actuación en la que confluyeron dos factores inolvidables: la despedida del que ha sido durante dieciséis años su director, Maximiano Valdés, y el fantástico programa ofrecido sobre partituras de Beethoven y Chaikovski.

Es sabido que el público gijonés no vibra con la música clásica, pero en una población tan numerosa, Señor, ¿no puede haber un 0,5 por ciento de interesados en vivir una velada tan memorable? Esa es la cifra para llenar el aforo. Desalentador.

Beethoven y su Quinta Sinfonía. Cabía meditar, al asistir a su desarrollo, como quien contempla un milagro. Escucharla tan perfectamente interpretada, tan rica y expresiva, tan definida en todos sus pasajes, es paladear instantes de inconcebible belleza.

Anoche, la orquesta era un ser vivo, majestuoso, que derrochaba todo su potencial de arte para decirle adiós al hombre que la hizo crecer hasta alcanzar cotas muy difíciles de vencer. Era Beethoven, sí, y el genio de su director y la virtud de sus músicos; un trinomio que ayer escribió una de sus mejores páginas.

Tras el descanso, Chaikovski, a su vez con su Quinta. Una hermosura, aquel inicio de tristeza de los clarinetes, que poco a poco irían dando paso a las cuerdas. El lirismo del segundo movimiento, su espiritualidad. El alegre vals del tercero y ese final de estrépito con la fanfarria de los metales. El Jovellanos rompió en tantos aplausos que durante unos instantes soñamos el lleno.

Al término del concierto, en medio del calor de las ovaciones, subió al escenario el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Gijón, Justo Vilabrille, para despedir a Maximiliano Valdés y a su vez excusar la ausencia de la alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso. «Gracias en nombre de Gijón y del teatro Jovellanos por haber logrado, en estos dieciséis años, colocar a nuestra OSPA en la cúspide de la música sinfónica española». Y como recuerdo por los buenos momentos ofrecidos, Justo Vilabrille entregó a Max Valdés una reproducción del «Elogio del horizonte».

«Todo llega su fin», dijo Max Valdés en su respuesta al concejal, llenándonos a todos de emoción. Recordó su primer concierto en Gijón, en el teatro Arango, debido a las obras del Jovellanos. Su primer ensayo, en inglés, por deferencia a los músicos extranjeros. «Son dieciséis años en que entre todos lo hemos hecho posible». Y añadió que detrás está lo vivido, sufrido, trabajado, para buscar la perfección, la sonoridad adecuada. «Esto no se consigue de un modo científico, sino por medio de la intuición. Ellos, los artífices de la música, se quedan, debemos protegerlos para que la orquesta mantenga su nivel».

«Gracias por el apoyo y el cariño que he sentido», concluyó diciendo. Cariño y memoria que conservaremos; han sido muchas veladas gloriosas merced a su batuta. Y fuera de su tarima, Max Valdés ha sido un hombre entrañable, cordial, atractivo y guapo. Difícilmente volveremos a ver una espalda vestida de frac con tanta elegancia. Le gustaba el Muro para pasearse y la ruta de San Pedro para disfrutar la panorámica. Quería a esta ciudad, aun ayer reconoció que había luchado para que los gijoneses acudieran a sus conciertos.