Gijón, J. MORÁN

Al teólogo gijonés José María Díez-Alegría, fallecido el pasado viernes a los 98 años, un libro le costó su abandono de la Compañía de Jesús en 1972. ¿Qué contenía aquella obra -«Yo creo en la esperanza»- para que el Vaticano impusiera a la Compañía de Jesús que Alegría renunciase a su publicación o dejara de ser jesuita? Éstos son extractos de un libro que se hizo casi legendario (Canal + emite hoy, a las 18 horas, el programa «Epílogo» dedicado a Díez-Alegría como entrevista póstuma),

l Crisis de fe e Iglesia instrumental. «Mi fe entró en crisis cuando yo tenía de 24 a 25 años. ¿Es capaz el hombre de un conocimiento absoluto y de una certeza absoluta? Se nos había dicho que la filosofía y la ciencia histórica probaban con certeza absoluta nada menos que la verdad de la religión católica (!). Ahora resultaba para mí que el sí absoluto de la fe descansaba sobre sí mismo, y que no había ningún sí absoluto de la razón. Creo porque Dios lo ha revelado, pero ese "porque" es también pura fe. La revelación es interior y existencial. La fe, tal como yo la he vivido desde entonces, es ante todo, liberación. Liberación frente a todo lo humano, incluso lo eclesiástico, lo religioso institucionalizado. La fe no nos lleva, al menos necesariamente, a negar la institución eclesiástica, concretamente la de la Iglesia católica, ni a desconocer una obediencia de tipo institucional, pero las reduce a un plano instrumental».

l Más esperanza que fe. «Me interesa, me apasiona el estudio histórico de Jesús, el análisis de las fuentes. Pero mi fe no depende de los resultados del estudio histórico. Entre otras cosas, porque estos resultados nunca llegan al grado de certidumbre viva con que mi fe conoce y afirma a Jesús. Para muchos cristianos modernos es difícil admitir la realidad de la resurrección. Surge así una tendencia a desmitologizar el contenido de la fe en la resurrección. Yo afirmo la resurrección con un realismo que hace la afirmación escandalosa y loca. No rehúyo el escándalo y la locura de mi fe. Pero insisto en su carácter mistérico. El contenido de lo que afirmo en mi fe es rigurosamente inimaginable. No cabe en entendimiento humano. Mi afirmación firmísima es como un dedo que apunta, como una flecha que se pierde de vista en la noche y la sentimos dar en un blanco que no puede distinguirse. Más aún. La fe en la resurrección es una fe-esperanza. (En el plano en que estoy reflexionando sobre mi fe en Cristo, fe-caridad-esperanza son inseparables). En esta fe-esperanza en la resurrección el polo existencial de captación del misterio por el creyente es la esperanza, más que la fe».

l Capitalismo = explotación. «Fue la intuición de que el capitalismo no es una mera técnica económica, neutral desde el punto de vista humanista, ni una necesidad inscrita en la naturaleza de las cosas, sino resultado de una voluntad de explotación, de una estrategia de explotación, de una violencia opresora, de una estructura de mecanismos de explotación. Esta intuición ha sido para mí irreversible. Le soy deudor de ella a Hegel, que con su genial penetración me descubrió el entramado íntimo de la aventura del capitalismo burgués y de todas las aventuras de explotación socioeconómica precapitalista».

l Clases y discriminación. «En una conferencia pronunciada en Oviedo el 8 de octubre de 1970 dejé fijada mi posición sobre el problema de la lucha de clases. Algunos pretenderían eludir la cuestión afirmando que, en la moderna sociedad neocapitalista el concepto de clase ha perdido todo sentido. Es verdad que un concepto rígidamente discotómico de clase burguesa y proletariado no puede ser mantenido hoy. Pero de aquí a sostener que no hay clases y que no hay problema de discriminación entre las clases, hay un abismo. En una sociedad de clases discriminatorias, la lucha de clases (por parte de las clases oprimidas) por superar las discriminaciones e ir a una sociedad sin clases no es contrario al cristianismo. Ciertamente, para el que se guía por el gran principio del amor al prójimo, este principio orientador influye en su misma actitud de lucha. Pero no excluye la actitud de lucha. Todo lo contrario. Porque el principio del amor lleva al empeño por la justicia y al odio hacia los factores estructurales de la injusticia. Lo que es contrario al cristianismo es la resistencia, por parte de las clases privilegiadas, al establecimiento de una sociedad sin discriminaciones (de una sociedad sin clases)».

l Inconsciencia ante la injusticia. «El cristianismo no puede convertirse en instrumento político del socialismo marxista. Pero tampoco puede convertirse en instrumento político del anticomunismo. Y, sin embargo, lo ha sido. ¡Y en qué medida! Hasta convertir a la religión de los cristianos más en opio del pueblo e instrumento de opresión e injusticia, que en lo contrario. En este punto he llegado a ver muy claro. Los resultados de mi estudio, de mi reflexión y hasta de mi experiencia viva, los expuse en una conferencia pronunciada en Oviedo, el 7 de octubre de 1970. La Iglesia ha cometido un gran pecado social e histórico en los últimos dos siglos. La aceptación acrítica y la colaboración respecto al sistema capitalista moderno, que responde a una concepción anticristiana del hombre y de la sociedad, y que ha creado una sociedad demasiado injusta, frente a la que la Iglesia ha sido y es demasiado conservadora. De esta aceptación, por parte del cristianismo decimonónico, de la cosmovisión -liberal capitalista- derivaron consecuencias muy graves: la inconsciencia casi total frente a las injusticias del capitalismo».