En este año 2011 se cumple medio siglo de una fecha que se puede recordar como «el año de los hospitales asturianos». En la primavera de 1961 se inauguraba el Hospital General de Asturias, y en el otoño, la Residencia Sanitaria de Nuestra Señora de Covadonga. Dos edificios de nueve plantas cada uno, de gran proximidad, emblemas de dos administraciones que tuvieron que vencer no pocas dificultades y resistencias para aunar esfuerzos y lograr la cooperación necesaria; dos iniciativas que tendrían un gran impacto en la medicina hospitalaria asturiana y española.

El nuevo Hospital General de Asturias puso fin a una instalación provisional del Hospital Provincial, en el Orfanato Minero, que duró veinticinco años y desarrolló un proyecto que se constituyó en un referente de la instauración del hospital moderno.

El 1 de marzo de 1961, tuvieron lugar los actos formales de su inauguración: se trajo a un grupo de niños para ser tratados por el servicio de rehabilitación, que junto con el de radiodiagnóstico fue, empezó a funcionar en ese mes. La noticia se difundió: «El día 1 de marzo de 1961, diez niños con secuelas de parálisis infantil acudían como primeros enfermos al servicio de rehabilitación del Hospital. El 21 de julio, entró el primer enfermo en régimen de internado, como paciente de reanimación. Su puesta en funcionamiento fue hecha con carácter progresivo. El traslado de pacientes del Hospital Provincial se completó a lo largo del año 1962, con los servicios quirúrgicos.

La inauguración oficial de la Residencia Sanitaria Covadonga, de Oviedo, la segunda que se creó en Asturias después de la de Mieres, tuvo lugar el 29 de noviembre de 1961, con la asistencia del ministro de Trabajo, Sr. Sanz Orrio y del Sr. Francisco Labadíe Otermín, presidente del Consejo de Administración del Instituto Nacional de Previsión (INP), que había sido gobernador civil de Asturias hasta 1957. Su dotación con especialistas jerarquizados se demoró casi diez años.

El Hospital General de Asturias vino a superar el Hospital de la Beneficencia, el «de los pobres», pues se organizó como un «hospital abierto» a toda clase de personas, logrando gran prestigio y atracción en los diversos estratos sociales. Por eso se escribía en los medios: ¡Nadie se avergonzará ya de ir al hospital! No era ésta una advertencia innecesaria, porque en aquellos tiempos la noción hospital tenía una connotación peyorativa, asociada a la indigencia. Por esa razón, dos centros tan próximos y con los mismos fines tenían nombres diferentes: Hospital General y Residencia Sanitaria.

El Seguro Obligatorio de Enfermedad inventó otro nombre para sus establecimientos sanitarios con el fin contrarrestar el efecto negativo del término hospital y lograr para ellos una imagen análoga a la de los sanatorios privados. Eran tiempos en los que los servicios sanitarios estaban divididos y fragmentados en consonancia con una sociedad muy desigual: había hospitales para pobres, para trabajadores que cubría el seguro, y para los que podían pagárselos de forma privada.

El Hospital General de Asturias, además de dotarse con tecnologías avanzadas para la época y con servicios especializados aún no existentes en la gran mayoría de los hospitales españoles, no descuidó ni olvidó «la relación con el paciente»: fue el primer hospital español que incorporó en su reglamento una «carta de derechos de los pacientes».

En el Hospital hubo etapas de gloria y otras muy agitadas. Algunas de las cuestiones planteadas en aquel proyecto tuvieron grandes dificultades para su ejecución. No eran para realizar en cien días y son de gran actualidad aún hoy, transcurridos cincuenta años.